El Espectador

Restauraci­ón, inundacion­es y PND

- JUAN PABLO RUIZ SOTO

LA PRIMERA VERSIÓN DE LAS BASES del Plan Nacional de Desarrollo (PND) 2022-2026 señala que tendrá cinco ejes de transforma­ción: ordenamien­to del territorio alrededor del agua y justicia ambiental; seguridad humana y justicia social; derecho humano a la alimentaci­ón; internacio­nalización, transforma­ción productiva para la vida y acción climática, y convergenc­ia regional.

En esta columna me referiré al ordenamien­to del territorio alrededor del agua y la justicia ambiental, tema central y de gran trascenden­cia para todos los colombiano­s. El cambio climático no es el único responsabl­e de todos los desastres que estamos viviendo. La intensa ola invernal tiene efectos devastador­es que se agravan por la manera como hemos ocupado y transforma­do el territorio. Es urgente que generemos conciencia respecto a la importanci­a de recuperar nuestras cuencas hidrográfi­cas, tarea en la que todos —institucio­nes nacionales ambientale­s, autoridade­s locales y regionales, organizaci­ones sociales y ciudadanos— debemos participar. Porque éramos un país rico en agua, descuidamo­s y destruimos nuestros reguladore­s naturales del agua y hoy la forma de ocupación y manejo del territorio nos hace más vulnerable­s, aumentando los desastres humanos y ambientale­s.

Los habitantes del campo tumbamos y quemamos la vegetación protectora de ríos y quebradas. En los espacios urbanos ocupamos las zonas de pendiente y las áreas de protección de ríos y quebradas, y las transforma­mos. Todos somos responsabl­es del desorden y el caos.

A veces la pobreza y la falta de espacio para ubicar a las personas vulnerable­s en las ciudades lleva a ocupacione­s informales en zonas de riesgo. En otros casos, la pretensión de sectores ricos de la población ha motivado la construcci­ón de lujosas viviendas en zonas que deberían ser conservada­s como espacios naturales. Un ejemplo es el caso de La Calera y los Cerros Orientales de Bogotá, clara mezcla de estas dos dinámicas, sumadas a la complicida­d y falta de autoridad de algunas institucio­nes. Ni siquiera en el centro del poder político somos capaces de planificar el uso del espacio.

El desorden en la ocupación del territorio es similar en los espacios rurales. Si bien desde el Código de Recursos Naturales de 1974 la ley ordena la protección de las cuencas hidrográfi­cas, esta legislació­n es permanente­mente ignorada no solo por los propietari­os de los predios, sino también por las autoridade­s regionales y locales, incluso aquellas que tienen responsabi­lidades de gestión ambiental.

En Colombia no se respetan las rondas de ríos, quebradas y nacimiento­s de agua, y cuando se hace se manifiesta que es por voluntad propia, no porque la ley y los principios del ordenamien­to ambiental así lo determinen. Lo mismo ocurre con lagos, lagunas y humedales que, en vez de ser protegidos, son drenados o rellenados para dedicarlos a otros usos.

Todo lo anterior lleva a que las lluvias torrencial­es que estamos viviendo generen mayores daños que los que podrían causar si tuviésemos una seria aplicación de los principios del ordenamien­to territoria­l definido por la legislació­n colombiana. Uno de nuestros más graves problemas en términos de gestión ambiental, como bien lo decía la OCDE en sus “Evaluacion­es del desempeño ambiental: Colombia” (2014), no es la falta de legislació­n sino su falta de divulgació­n y aplicación. Esperamos que con el nuevo PND y una mayor conciencia y gestión ciudadana se haga realidad el ordenamien­to del territorio alrededor del agua. Tenemos que revisar y modificar la manera como estamos ocupando y transforma­ndo nuestro territorio.

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