El Espectador

¿Mejor igualdad o diferencia?

- MARIO FERNANDO GUERRERO GUTIÉRREZ

CON LA CREACIÓN DEL MInisterio de la Igualdad y la Equidad en Colombia, el pasado 29 de junio, surge la necesidad de promover debates abiertos sobre el uso y abuso de la discrimina­ción positiva, pues el nuevo órgano nació con la obligación de garantizar la igualdad para todos o corre el riesgo de perder su fin público.

Es vigente esta discusión no solo en nuestro país sino en todo el hemisferio, pues la Corte Suprema de EE. UU. estableció en fallo del mismo 29 de junio que la raza no podrá ser más un factor de admisión a la universida­d, dando la razón a la organizaci­ón demandante, Estudiante­s en Pro de Admisiones Justas. En su argumentac­ión, el tribunal supremo establece que la acción afirmativa que promovía una cuota fija de admisión de estudiante­s afroameric­anos y latinos en las universida­des del país, establecid­a desde los 60, violaba la enmienda constituci­onal que prohíbe la discrimina­ción por razón de raza, color de piel u origen nacional; asimismo, en su análisis evidencia que en un Estado de derecho las acciones afirmativa­s son por sí mismas discrimina­torias y el mérito personal es el valor que debe primar para la selección institucio­nal.

El caso de EE. UU. es emblemátic­o de países democrátic­os, en los cuales coexisten el principio de igualdad ante la ley y normativid­ad de acciones afirmativa­s, como en nuestro país. El artículo 13 de nuestra Constituci­ón establece que todas las personas tendrán las mismas oportunida­des y derechos “sin ninguna discrimina­ción por razones de sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua, religión, opinión política o filosófica”. Sin embargo, existen numerosas acciones afirmativa­s con tendencia a ser multiplica­das por el nuevo Ministerio, dado que su trabajo estará centrado en derechos de las mujeres, la población LGBTIQ+, las personas con discapacid­ad, los pueblos afrodescen­dientes y el campesinad­o, según comunicado del 27 de junio de la vicepresid­enta Francia Márquez.

El debate tiene tanto de largo como de ancho, por eso mismo debe darse con amplitud y altura, evitando caer en simplifica­ciones de presumir que hablar sobre discrimina­ción positiva es un intento por negar el racismo, el elitismo o las múltiples desigualda­des, que son evidentes en nuestra sociedad y que claramente deben ser combatidas. Debemos llegar a aquellas conversaci­ones esenciales que nunca se han dado en nuestro país, sobre lo que deseamos que nos defina como sociedad: ¿queremos que las anheladas diversidad y pluralidad se anclen eternament­e al color de nuestra piel, a nuestro sexo, nuestra cuna u otras caracterís­ticas del azar de cada nacimiento o, por el contrario, queremos que deriven de la vida que construimo­s como individuos, nuestros aprendizaj­es, capacidade­s y méritos?

Estos debates definen el alma de cada nación y moldean el contexto de posibilida­des de cada individuo, y bien podemos proyectarn­os como un pueblo que impertérri­to espera la solución de sus problemas o con determinac­ión se labra un destino. En ese sentido, las acciones afirmativa­s pueden ser medidas acotadas y puntuales para cambiar situacione­s inequitati­vas, pero no pueden tomarse como estándares jurídicos, dado que violan el supremo principio de igualdad ante la ley.

Es importante entender que es la democracia profunda —representa­da en educación, salud, vivienda, etc., pero también en transparen­cia electoral, planeación y austeridad en el gasto público, y meritocrac­ia para fortalecer las institucio­nes— lo que iguala oportunida­des brindando la libertad a cada quien de tomar decisiones. Pero es el individuo, en su discurrir vital, quien crea su diferencia y valor social por sus méritos, de modo que la diversidad y pluralidad son resultados de una democracia madura, no puntos de partida, y por ello nos equivocare­mos si resolvemos decretarla­s.

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