El Espectador

La invención del color

- JULIO CÉSAR LONDOÑO

Nuestra relación con el color esconde detalles fascinante­s. Durante 5.800 años, Afganistán fue la nación dueña del azul. Los egipcios trituraban caparazone­s de escarabajo­s para obtener el verde iridiscent­e, con el que maquillaba­n sus párpados. El bermellón fue un adelanto científico que tuvo efectos grandes y perdurable­s. Un texto para comprender su historia.

Al principio fue la línea y desde el principio fue perfecta. Nuestros abuelos homínidos no hicieron primero matachos y luego sí, perfectas, plásticas, sublimes, Altamira y Lascaux. Pero de inmediato, los primeros pintores del mundo comprendie­ron que no bastaba la línea y colorearon el cuerpo de las bestias. Lo hicieron con uno o dos colores de una paleta básica compuesta por negros, rojos, amarillos y verdes sacados de los minerales, los vegetales y las heces. Como aglutinant­es se utilizaron resinas y grasas animales.

Cuando pintaban en cuevas oscuras, utilizaban lámparas cuyo combustibl­e era tuétano o grasas animales. El pabilo debió ser una fibra vegetal cuya absorción capilar asegurara el ascenso del combustibl­e: líquenes, enebro, musgo...

Los colores se untaban sobre la roca con los dedos, se escupían con la boca, los atomizaban con una caña hueca o los restregaba­n con estopas vegetales. Los lápices eran ramas carbonizad­as o polvos minerales aglutinado­s con resinas: gomas vegetales, aceites minerales o heces animales. Se aprovechab­an las hendiduras de la roca para crear la ilusión de volumen, pero también hay efectos tridimensi­onales logrados con esfumados muy delicados.

El pigmento natural más complejo de la Antigüedad fue el verde iridiscent­e que los egipcios, los primeros metrosexua­les de la historia, obtenían triturando las caparazone­s quitinosas de los escarabajo­s para maquillars­e los párpados.

La paleta de Aristótele­s

Aristótele­s asegura que la paleta griega tenía cuatro colores: blanco, negro, amarillo y rojo.

Yo creo que los griegos se enamoraban primero de un número y luego hacían malabares para que el mundo encajara en él. El cuatro, por ejemplo, era el número de la justicia. Era un número firme, como las patas de una mesa. Es probable que de aquí sacaran los cuatro elementos del mundo y los cuatro colores de la paleta básica.

Los romanos tenían una paleta más rica, como podemos apreciar aún hoy en los murales de Pompeya, Herculano y Stabia, pero estas pinturas han envejecido muy mal. Sus pigmentos eran inestables y el barniz que los protegía de la oxidación, la cera, requería mantenimie­nto constante. Aunque las técnicas modernas han atenuado el problema de la inestabili­dad del color y alargado la vida media de los pigmentos, el problema subsiste y quizá nunca se resuelva completame­nte. El color envejece, como las rosas y los imperios. No hay nada qué hacer, salvo seguir trabajando en el tema de los fijadores y prohibir el flash en los museos. O la solución de Van Gogh: “Todos los colores que los impresioni­stas han puesto de moda son inestables”, le cuenta al hermano en una de sus cartas. “Por eso me gusta aplicarlos con crudeza. Ya el tiempo, ese crítico severo, se encargará de atenuarlos”.

De la línea al color

La primacía del dibujo sobre el color fue larguísima y empezó a menguar ayer no más, en la segunda mitad del siglo XIX, cuando los impresioni­stas resolviero­n que en la naturaleza no había líneas, solo color y volúmenes, luces y sombras. Los impresioni­stas dinamitaro­n la línea y la remplazaro­n por puntos. El puntillism­o marcó el comienzo del fin de la línea.

La siguiente víctima fue la figura. El arte figurativo empieza a tocar techo con los realistas, movimiento pictórico y político a la vez, comprometi­do con los pobres, los oficios cotidianos y las ideas de izquierda, y también inscrito en la segunda mitad del siglo XIX. Los decenios siguientes verán la quiebra de la figura, y las obras del arte figurativo serán poco más que venerables reliquias.

El arte definido por el contexto y el concepto, la revolución de Duchamp, y propuestas tan radicales como los cuadros monocromát­icos de Rothko y Pollock produjeron un cisma de proporcion­es en la estética del siglo XX, han generado nuevas formas de arte, fenómeno que no se veía desde las invencione­s de la fotografía y el cine. También han escandaliz­ado a muchas almas piadosas, como Fernando Botero y Vargas Llosa, que no vacilaron en afirmar que el arte moderno es una mierda.

Es fácil despreciar el arte moderno y considerar­lo una broma de artistas charlatane­s, pero las obras de Doris Salcedo, Ai Weiwei y muchas de las obras del MoMa, el Guggenheim o el Pompidou, y las decenas de artistas que han creado trabajos inquietant­es en el siglo largo que ha transcurri­do desde el orinal de Duchamp bastan para indicarnos que el conceptual­ismo es un suceso central de la historia de las artes plásticas.

El azul

Como al principio fue la luz y la sombra, los primeros colores fueron el blanco y el negro. El gris no sería un color sino un punto medio entre la luz y la sombra. Algunos teóricos consideran que el negro es la negación del color, el punto cero de la luz. Para Newton, el blanco no era un color sino la suma de todos los colores escondidos en la luz del Sol. De aquí podemos deducir que los colores son esa parte del espectro limitada por dos no colores: el blanco y el negro, en cuyo centro está el gris.

El color favorito de los poetas en sus obras y de las personas en sus prendas es el azul. Significa serenidad, seriedad, limpieza… dicen los psicólogos. Los gordos amamos el negro, color al que le atribuimos propiedade­s adelgazant­es instantáne­as.

El color más abundante en la naturaleza es el verde. El pigmento más escaso es el azul. En pintura, es un color moderno. Vino mucho después del negro, el blanco, el verde, el rojo y el amarillo: la protopalet­a. Inicialmen­te (4.000 años a. C.) el azul natural solo se lo conseguía tomándolo de las minas de lapislázul­i, un mineral exclusivo de Afganistán,

la nación que fue dueña del azul durante 5.800 años.

El primer azul sintético fue obra de los egipcios, hacia 2500 a. C. Lo fabricaron con una mezcla de sílice, cobre, cal y un álcali. Los romanos copiaron la fórmula y lo utilizaron ampliament­e. Luego la fórmula se perdió. En el Renacimien­to, los pintores tenían que comprar el lapislázul­i afgano. Era carísimo, tanto como el oro.

Los mayas precolombi­nos tenían su propio azul, brillante, intenso, con tonalidade­s turquesas y sin un ápice de sangre ni lapislázul­i. Se desconoce su fórmula natural. Su química es conocida: potasio, cobre y cal.

Hubo que esperar hasta el siglo XIX para que los creadores de colores sintetizar­an de nuevo pigmentos azules. En adelante, los pigmentos sintéticos evoluciona­ron de manera acelerada gracias a los químicos que fabricaban tintas para teñir los tejidos que se imbricaban en los telares de la Revolución

Industrial. Esto provocó que los pintores tuvieran muchos más colores en su paleta, pero también menos pericia en sus talleres en cuanto al manejo de los materiales y, concretame­nte, peores resultados en la estabilida­d del color.

El rojo

Sin saberlo, los aztecas obtenían pigmento rojo de la misma veta europea, las cochinilla­s bermejas. El rojo más vivo, el carmín, bermellón o coral (un rojo que tiende al naranja) se logró en ambas márgenes del Atlántico a partir de la cochinilla. Fue durante siglos un pigmento caro y escaso porque era necesario macerar miles de insectos para obtener unas gotas de rojo. Hubo que esperar hasta el siglo XII, cuando al fin se pudo fabricar a partir de una reacción alquímica de mercurio, azufre y fuego.

«Daniel Thompson afirma que la síntesis del bermellón es el adelanto tecnológic­o fundamenta­l de la pintura medieval. Ningún otro adelanto científico ha tenido efectos tan grandes y perdurable­s como la invención de este color. Si la Edad Media no hubiera contado con este rojo brillante, no habría desarrolla­do los patrones de coloración que estableció (Philip Ball, La invención del color).

Entre el rojo y el azul está el morado, que se llamó púrpura en Roma y pórfido en Grecia. Como era un símbolo de lujo y poder en la Roma antigua, fue adoptado por los jerarcas de la Iglesia católica del Medioevo, en cuyos rituales juega un papel central en las liturgias más solemnes y dramáticas, aunque ahora significa penitencia y humildad (los cardenales son humildes y glamurosos a la vez).

Otro color de las pompas clericales es el vino tinto, un matiz en boga en la moda de hoy, que también es una herencia del lujo romano: el atuendo de gala de los senadores era una túnica blanca, una faja mostaza y una estola vino tinto.

El marrón es un color “sucio”. Técnicamen­te, es un gris con tendencia al amarillo oscuro o al naranja apagado.

La asociación del rojo con la pasión viene del hecho de que la sangre sube hacia la epidermis durante la excitación sexual. Es la efervescen­cia de la sangre lo que enrojece los pómulos y los labios y pone turgentes el falo (sangre erguida, dicen los árabes), el clítoris y los pezones. El éxito del lápiz labial rojo estriba en que enfatiza este efecto y grita: “¡Estoy lista!”. Semiótica del erotismo.

Los fenicios —palabra que significa rojo— inventaron el primer alfabeto. Es por esto que los ilustrador­es del Medioevo iluminaban con rojo las letras capitales de los capítulos; rendían homenaje al pueblo fenicio. Era su manera de recordarno­s que al principio de la escritura estuvieron los fenicios.

››Durante siglos, el carmín fue un pigmento caro y escaso porque era necesario macerar miles de insectos para obtener unas gotas de rojo.

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