La invención del color
Nuestra relación con el color esconde detalles fascinantes. Durante 5.800 años, Afganistán fue la nación dueña del azul. Los egipcios trituraban caparazones de escarabajos para obtener el verde iridiscente, con el que maquillaban sus párpados. El bermellón fue un adelanto científico que tuvo efectos grandes y perdurables. Un texto para comprender su historia.
Al principio fue la línea y desde el principio fue perfecta. Nuestros abuelos homínidos no hicieron primero matachos y luego sí, perfectas, plásticas, sublimes, Altamira y Lascaux. Pero de inmediato, los primeros pintores del mundo comprendieron que no bastaba la línea y colorearon el cuerpo de las bestias. Lo hicieron con uno o dos colores de una paleta básica compuesta por negros, rojos, amarillos y verdes sacados de los minerales, los vegetales y las heces. Como aglutinantes se utilizaron resinas y grasas animales.
Cuando pintaban en cuevas oscuras, utilizaban lámparas cuyo combustible era tuétano o grasas animales. El pabilo debió ser una fibra vegetal cuya absorción capilar asegurara el ascenso del combustible: líquenes, enebro, musgo...
Los colores se untaban sobre la roca con los dedos, se escupían con la boca, los atomizaban con una caña hueca o los restregaban con estopas vegetales. Los lápices eran ramas carbonizadas o polvos minerales aglutinados con resinas: gomas vegetales, aceites minerales o heces animales. Se aprovechaban las hendiduras de la roca para crear la ilusión de volumen, pero también hay efectos tridimensionales logrados con esfumados muy delicados.
El pigmento natural más complejo de la Antigüedad fue el verde iridiscente que los egipcios, los primeros metrosexuales de la historia, obtenían triturando las caparazones quitinosas de los escarabajos para maquillarse los párpados.
La paleta de Aristóteles
Aristóteles asegura que la paleta griega tenía cuatro colores: blanco, negro, amarillo y rojo.
Yo creo que los griegos se enamoraban primero de un número y luego hacían malabares para que el mundo encajara en él. El cuatro, por ejemplo, era el número de la justicia. Era un número firme, como las patas de una mesa. Es probable que de aquí sacaran los cuatro elementos del mundo y los cuatro colores de la paleta básica.
Los romanos tenían una paleta más rica, como podemos apreciar aún hoy en los murales de Pompeya, Herculano y Stabia, pero estas pinturas han envejecido muy mal. Sus pigmentos eran inestables y el barniz que los protegía de la oxidación, la cera, requería mantenimiento constante. Aunque las técnicas modernas han atenuado el problema de la inestabilidad del color y alargado la vida media de los pigmentos, el problema subsiste y quizá nunca se resuelva completamente. El color envejece, como las rosas y los imperios. No hay nada qué hacer, salvo seguir trabajando en el tema de los fijadores y prohibir el flash en los museos. O la solución de Van Gogh: “Todos los colores que los impresionistas han puesto de moda son inestables”, le cuenta al hermano en una de sus cartas. “Por eso me gusta aplicarlos con crudeza. Ya el tiempo, ese crítico severo, se encargará de atenuarlos”.
De la línea al color
La primacía del dibujo sobre el color fue larguísima y empezó a menguar ayer no más, en la segunda mitad del siglo XIX, cuando los impresionistas resolvieron que en la naturaleza no había líneas, solo color y volúmenes, luces y sombras. Los impresionistas dinamitaron la línea y la remplazaron por puntos. El puntillismo marcó el comienzo del fin de la línea.
La siguiente víctima fue la figura. El arte figurativo empieza a tocar techo con los realistas, movimiento pictórico y político a la vez, comprometido con los pobres, los oficios cotidianos y las ideas de izquierda, y también inscrito en la segunda mitad del siglo XIX. Los decenios siguientes verán la quiebra de la figura, y las obras del arte figurativo serán poco más que venerables reliquias.
El arte definido por el contexto y el concepto, la revolución de Duchamp, y propuestas tan radicales como los cuadros monocromáticos de Rothko y Pollock produjeron un cisma de proporciones en la estética del siglo XX, han generado nuevas formas de arte, fenómeno que no se veía desde las invenciones de la fotografía y el cine. También han escandalizado a muchas almas piadosas, como Fernando Botero y Vargas Llosa, que no vacilaron en afirmar que el arte moderno es una mierda.
Es fácil despreciar el arte moderno y considerarlo una broma de artistas charlatanes, pero las obras de Doris Salcedo, Ai Weiwei y muchas de las obras del MoMa, el Guggenheim o el Pompidou, y las decenas de artistas que han creado trabajos inquietantes en el siglo largo que ha transcurrido desde el orinal de Duchamp bastan para indicarnos que el conceptualismo es un suceso central de la historia de las artes plásticas.
El azul
Como al principio fue la luz y la sombra, los primeros colores fueron el blanco y el negro. El gris no sería un color sino un punto medio entre la luz y la sombra. Algunos teóricos consideran que el negro es la negación del color, el punto cero de la luz. Para Newton, el blanco no era un color sino la suma de todos los colores escondidos en la luz del Sol. De aquí podemos deducir que los colores son esa parte del espectro limitada por dos no colores: el blanco y el negro, en cuyo centro está el gris.
El color favorito de los poetas en sus obras y de las personas en sus prendas es el azul. Significa serenidad, seriedad, limpieza… dicen los psicólogos. Los gordos amamos el negro, color al que le atribuimos propiedades adelgazantes instantáneas.
El color más abundante en la naturaleza es el verde. El pigmento más escaso es el azul. En pintura, es un color moderno. Vino mucho después del negro, el blanco, el verde, el rojo y el amarillo: la protopaleta. Inicialmente (4.000 años a. C.) el azul natural solo se lo conseguía tomándolo de las minas de lapislázuli, un mineral exclusivo de Afganistán,
la nación que fue dueña del azul durante 5.800 años.
El primer azul sintético fue obra de los egipcios, hacia 2500 a. C. Lo fabricaron con una mezcla de sílice, cobre, cal y un álcali. Los romanos copiaron la fórmula y lo utilizaron ampliamente. Luego la fórmula se perdió. En el Renacimiento, los pintores tenían que comprar el lapislázuli afgano. Era carísimo, tanto como el oro.
Los mayas precolombinos tenían su propio azul, brillante, intenso, con tonalidades turquesas y sin un ápice de sangre ni lapislázuli. Se desconoce su fórmula natural. Su química es conocida: potasio, cobre y cal.
Hubo que esperar hasta el siglo XIX para que los creadores de colores sintetizaran de nuevo pigmentos azules. En adelante, los pigmentos sintéticos evolucionaron de manera acelerada gracias a los químicos que fabricaban tintas para teñir los tejidos que se imbricaban en los telares de la Revolución
Industrial. Esto provocó que los pintores tuvieran muchos más colores en su paleta, pero también menos pericia en sus talleres en cuanto al manejo de los materiales y, concretamente, peores resultados en la estabilidad del color.
El rojo
Sin saberlo, los aztecas obtenían pigmento rojo de la misma veta europea, las cochinillas bermejas. El rojo más vivo, el carmín, bermellón o coral (un rojo que tiende al naranja) se logró en ambas márgenes del Atlántico a partir de la cochinilla. Fue durante siglos un pigmento caro y escaso porque era necesario macerar miles de insectos para obtener unas gotas de rojo. Hubo que esperar hasta el siglo XII, cuando al fin se pudo fabricar a partir de una reacción alquímica de mercurio, azufre y fuego.
«Daniel Thompson afirma que la síntesis del bermellón es el adelanto tecnológico fundamental de la pintura medieval. Ningún otro adelanto científico ha tenido efectos tan grandes y perdurables como la invención de este color. Si la Edad Media no hubiera contado con este rojo brillante, no habría desarrollado los patrones de coloración que estableció (Philip Ball, La invención del color).
Entre el rojo y el azul está el morado, que se llamó púrpura en Roma y pórfido en Grecia. Como era un símbolo de lujo y poder en la Roma antigua, fue adoptado por los jerarcas de la Iglesia católica del Medioevo, en cuyos rituales juega un papel central en las liturgias más solemnes y dramáticas, aunque ahora significa penitencia y humildad (los cardenales son humildes y glamurosos a la vez).
Otro color de las pompas clericales es el vino tinto, un matiz en boga en la moda de hoy, que también es una herencia del lujo romano: el atuendo de gala de los senadores era una túnica blanca, una faja mostaza y una estola vino tinto.
El marrón es un color “sucio”. Técnicamente, es un gris con tendencia al amarillo oscuro o al naranja apagado.
La asociación del rojo con la pasión viene del hecho de que la sangre sube hacia la epidermis durante la excitación sexual. Es la efervescencia de la sangre lo que enrojece los pómulos y los labios y pone turgentes el falo (sangre erguida, dicen los árabes), el clítoris y los pezones. El éxito del lápiz labial rojo estriba en que enfatiza este efecto y grita: “¡Estoy lista!”. Semiótica del erotismo.
Los fenicios —palabra que significa rojo— inventaron el primer alfabeto. Es por esto que los ilustradores del Medioevo iluminaban con rojo las letras capitales de los capítulos; rendían homenaje al pueblo fenicio. Era su manera de recordarnos que al principio de la escritura estuvieron los fenicios.
››Durante siglos, el carmín fue un pigmento caro y escaso porque era necesario macerar miles de insectos para obtener unas gotas de rojo.