Sobre los buenos modales
PUNTO CERO. NO SOY UNA AUTORIDAD en artes amatorias. Lo que sigue son consejos recogidos en lecturas o tomados de amigos muy trajinados en estas lides.
Punto uno. Como el paso a manteles es previo al retozo entre las sábanas, los buenos modales en la mesa son decisivos. Hay que comer de manera casi impecable. La proporción justa es 7/8: de ocho movimientos que ejecutes en la mesa, siete serán delicados y el octavo tendrá cierta rudeza: pon el pan sobre el mantel, chúpate los dedos o mete la mano al plato de ella. Que sepa que incluso tus malos modales tienen un toque sexi.
Uno A. Si ella ama la palabra “gastronomía”, déjala ir, es sorda.
Dos. En la cama también rige la regla de los siete octavos, pero invertida. La cama es el reino de los malos modales. Allí nada es sucio ni vulgar porque el sexo es un juego animal, puro. La prosa primará sobre la poesía. Permite que tu yo lírico le ceda la palabra a tu gamín interior.
Corolario zen. Cuida las palabras, es decir, descuídalas. No utilices palabras francesas ni anatómicas en la cama. Palabras como glúteos o derriere son peores que el mal aliento.
Tres. Arriesga, sé tahúr, dale una palmada en las nalgas en la primera salida, en la puerta del bar. Claro, es una operación falible, puede que la dama se empute y te mande a freír testículos. Entonces seguirás soltero y casi feliz hasta que aprendas a calcular el vigor y el momento exacto de la nalgada, o hasta que encuentres una mujer de mundo, una que aprecie los detalles originales.
Cuatro. Los manuales ñoños aconsejan ser muy divertido, hacerla reír. Falso. Tú no eres un payaso, eres un lobo, un cómplice, y los cómplices ríen juntos. Ríen cuando descubren de manera simultánea la gracia de una situación, quizá porque andan sincronizados en la onda erótica, o por obra y gracia de los ángeles del amor.
Cinco. No les temas a los silencios. Los compositores y los buenos amantes saben que la pausa y los silencios son la clave muda del ritmo.
Seis. El amor termina mal en siete de ocho casos. Por eso termina. En el octavo caso envejecerán juntos, lo que no es pecado. Apuéstalo todo al amor y no tendrás que lamentar tu cobardía ni preguntarte por qué maldita razón nunca la invitaste a salir (“salir”, un lindo infinitivo).
Siete. Llorar por amor es algo que debes hacer antes de morir.
Ocho. Si has leído con interés esta columna, dedícate a la lectura. La seducción no es lo tuyo. Busca una dominatriz, muerde la almohada y lee.
Si has leído manuales sobre el tema, olvídalo todo. Improvisa, como en el jazz, esos guiones del erotismo que siempre suenan modernos, que parecen recién compuestos. Los tipos que siguen las instrucciones del maestro son gilipollas flácidos y previsibles y el maestro se les come la hembrita.
El buen cocinero no pesa los ingredientes ni lee recetarios. Mezcla. Prueba. Intuye. Arriesga. Tantea.
Tantea tú también. Con cualquier pretexto, tócale los labios antes de hablarle de amor. Hazlo con mucho tacto, claro, como midiendo el riesgo de un arma de dos filos. Da dos pasos adelante y uno atrás para que ella avance. Incítala a tomar la iniciativa. “Atácala y retírate. No la atosigues, no empalagues”, me aconseja una alcahueta.
Punto final. Si ella no toma la iniciativa en ningún momento, mosca, puede ser vegana o pentecostal, revísalo todo, especialmente tu libreta de teléfonos.
Pospunto final. Estos tips son válidos también de allá para acá, con una salvedad: si es ella la que te da una nalgada en la puerta del bar, ¡esa es Cásate! Es seguro que fuma, le gusta el fútbol, lee a Cioran y ama la poesía de Rómulo Bustos.