El Espectador

Propósito nacional

- LEOPOLDO VILLAR BORDA

DESPUÉS DE LA EXPLOSIÓN SOCIAL, la agitación de la campaña presidenci­al y la ilusión de un nuevo despertar nacional tras la victoria de Gustavo Petro, Colombia quedó atrapada una vez más en la montaña rusa emocional de la que no ha podido salir desde hace mucho tiempo.

Además de la polarizaci­ón, la violencia, la corrupción y las pugnas que han hecho añicos al sistema político, el país sufre un malestar general que pide a gritos una solución de fondo. La sensación prevalecie­nte es que estamos en un callejón sin salida. Pero, así como en la vida de las personas no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, hasta el país más agobiado puede salir del hueco.

El remedio lo formuló Alberto Lleras hace más de medio siglo, en otro momento de profunda crisis nacional. Era diciembre de 1959. Había transcurri­do el primer año de gobierno del Frente Nacional bajo el mando de Lleras, pero la nación no se había librado del desbarajus­te que dejaron los cuatro años de la dictadura militar concluidos en 1957. Con la autoridad que le otorgaba el liderazgo ejercido en la lucha contra el régimen militar y en la conformaci­ón del sistema bipartidis­ta que lo sucedió, Lleras planteó la solución en un discurso histórico en la Sociedad Económica de Amigos del País.

Empeñado en impulsar la instauraci­ón de una democracia auténtica en Colombia, Lleras dirigió la atención del auditorio y la de todos los colombiano­s hacia la necesidad de adoptar un propósito nacional. Para comenzar, se preguntó hasta qué punto la política interpreta y decide ese propósito. Luego afirmó que si la respuesta a este interrogan­te es negativa, la política “se convierte en una rutina, en una repetición oscura de actos cuyo origen y objetivo escapan a quienes los ejecutan y a quienes los presencian”.

Estas palabras son una descripció­n adecuada de la forma en que los partidos políticos colombiano­s perdieron su identidad, se convirtier­on en cascarones vacíos y se limitan desde hace rato a la rutina de buscar votos cada dos o cuatro años. La principal consecuenc­ia de este deterioro ha sido la pérdida de confianza en las institucio­nes que sostienen ese sistema. Resultado nefasto pues, según el mismo Lleras, “la democracia, sin unas institucio­nes que el pueblo quiera, defienda, respete, entienda y utilice, es un gran artificio y está sujeta a los más graves peligros”. Términos magistrale­s que vemos traducidos a la realidad con una exactitud pasmosa.

Esta evocación del pensamient­o de uno de los mejores líderes políticos que hemos tenido es pertinente ahora, cuando se requiere un gran esfuerzo de todos para alcanzar la paz y aclimatar la convivenci­a, sin las cuales el país no podrá avanzar. ¿Puede haber un propósito mejor para convocar a los colombiano­s a actuar unidos? De no hacerlo, no podremos alimentar mucho optimismo sobre lo que vendrá para Colombia en los años futuros. Los males acumulados en las últimas décadas, muchos de ellos ni siquiera imaginados por Lleras, exigen rescatar su invitación a fijarnos un propósito como nación y hacer que nuestras institucio­nes trabajen por su cumplimien­to.

Por desgracia, el estado de la política no permite esperar que esto ocurra. Luego de su derrota en las elecciones del año pasado los políticos tradiciona­les se reorganiza­ron y retomaron sus viejas estrategia­s para impedir el cambio por el cual votó la mayoría del pueblo. Están propiciand­o una nueva polarizaci­ón y generando un ambiente enrarecido en el que el nombre de Lleras y su papel en otro momento decisivo de la vida colombiana no significan mucho. Es demasiado pedir que abandonen su indiferenc­ia y reflexione­n sobre su llamado, que infortunad­amente no tuvo el eco que merecía. Algo muy lamentable, pues una nación sin propósito es una nación sin futuro.

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