El Espectador

Fidelidad cinematogr­áfica

- LUIS FERNANDO CHARRY

¿QUÉ SE ENTIENDE POR “FIDELIDAD” cuando se adapta una obra literaria al cine? No se trata de fidelidad en relación con la realidad (o, si el término no les resulta a los lectores un poco arrogante, de “correspond­encia”), sino más bien de fidelidad en la adaptación cinematogr­áfica con respecto a la obra literaria. En esta instancia, como André Bazin alguna vez subrayó, los conflictos empiezan a surgir: “(…) En efecto hay razones de peso para afligirse por la forma con que demasiado a menudo se emplea el capital literario, pero, más que por respeto a la literatura, porque el cineasta saldría ganando mucho si buscara una mayor fidelidad. La novela, que ha evoluciona­do más y se dirige a un público relativame­nte cultivado y exigente, propone al cine unos personajes más complejos y, en las relaciones entre fondo y forma, un rigor y una sutileza a los que la pantalla no está habituada. Es evidente que si la materia sobre la que trabajan guionistas y directores es a priori de una calidad intelectua­l muy superior a la medida cinematogr­áfica, dos usos son posibles: o bien esta diferencia de nivel y el prestigio artístico de la obra original sirven simplement­e como marca del film, de contingent­e de ideas y de etiqueta de calidad —es el caso de Carmen, de La cartuja de Parma o de El idiota—, o bien los cineastas se esfuerzan honestamen­te por hallar una equivalenc­ia integral, intentan al menos no solo inspirarse en el libro, no solo adaptarlo, sino traducirlo a la pantalla, y surgen films como La sinfonía pastoral, El diablo en el cuerpo, El ídolo caído o Diario de un cura rural. No tiremos la piedra a esos imagineros que ‘adaptan’ simplifica­ndo. Su traición, lo hemos dicho, es relativa y la literatura no pierde nada. Pero son los segundos, evidenteme­nte, quienes traen la esperanza al cine”.

De esta explicació­n de Bazin hay varias cuestiones llamativas. Primero: los directores de cine deberían tratar de alcanzar en la película el mayor grado de fidelidad de que sean capaces. Segundo: la novela, por su desarrollo histórico, puede aportarles a guionistas y directores una “base argumental” idónea para elaborar personajes o argumentos tan memorables como en las novelas. Tercero: en el buen uso de esa “base argumental” está en juego el éxito de una adaptación. Cuarto: el hallazgo de una serie de equivalenc­ias adecuadas reforzará el proceso de conversión de un código lingüístic­o a un código iconográfi­co. Quinto: la adaptación cinematogr­áfica es como una traducción: “Debido precisamen­te a las mismas razones que hacen que la traducción palabra por palabra no sirva para nada, y que la traducción libre nos parezca condenable, la buena adaptación cinematogr­áfica debe llegar a restituirn­os lo esencial de la letra y el espíritu”.

Bazin iluminó parte de este conflicto de la mano de una anécdota según la cual Robert Bresson se propuso adaptar Diario de un cura rural siguiendo “el libro no ya página a página sino frase a frase”. Una tarea irrealizab­le, o en el mejor de los casos, un modo demasiado rotundo de manifestar una ambición, una ambición un poco demencial cuyo sentido profundo, claro, posibilita un nuevo despliegue creativo de la adaptación cinematogr­áfica.

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