El Espectador

Una ilusión para el 2024

- MARÍA TERESA RONDEROS

EL GOBIERNO PETRO CIERRA EL AÑO con un mayúsculo esfuerzo para enfocar e impulsar la inversión pública y privada con su visión de país. ¿Cuáles son sus prioridade­s? Una economía apuntalada en nuevas fuentes de energía y que reutiliza sus desperdici­os, que produce más alimentos, que ensancha su industria farmacéuti­ca, aprovecha su diversidad para el turismo y usa su experticia militar en la producción de piezas para industrias no militares como la construcci­ón de barcos.

En el borrador de su “política de reindustri­alización”, el gobierno proyecta una economía que en una década disminuye su dependenci­a del petróleo y la minería convencion­al, expande su capital humano calificado para producir y exportar bienes y servicios de alto valor agregado y aprovecha su rico capital biológico para apalancar un nuevo desarrollo sostenible, que incluye la economía popular y campesina.

Partimos de un momento difícil. Según el diagnóstic­o de la Oecd de Colombia para 2023, la inversión ha caído a menos del 18 % del PIB (frente a 22 % en promedio entre 2014 y 2019). Una razón ha sido la subida de las tasas de interés para frenar la inflación. La otra, dice el organismo, es “la incertidum­bre política”. Empujar la transición energética en un país dependient­e de los hidrocarbu­ros, y además proyectar gastos mayores en salud y pensiones, como los que plantean las reformas, todo a la vez, lleva al desasosieg­o.

La cuesta es empinada. No obstante, esta política nos permite vislumbrar oportunida­des de empleo mejor remunerado y de crecimient­o económico más saludable. Por supuesto también, planta las semillas para montar nuevos negocios y sus pioneros podrán ganar mucho dinero.

Colombia ha ido perdiendo su sector manufactur­ero que generó empleo para la clase media y capital para los magnates de hoy. Se hizo adicta al dinero fácil del petróleo y el carbón, industrias dañinas para el ambiente, que generan pocos empleos y traen maldicione­s conocidas (solo mirar a Venezuela).

Por la guerra interna, se contrajo el sector agrícola, pesquero y ganadero a la mitad de lo que era. Representa­ba casi el 15 % de la producción nacional hace cuatro décadas, y ahora solo el 7 %.

Propone el gobierno recuperar esos sectores, pero en clave de cambio climático, tecnología e innovación. Su tesis es que el Estado puede ser el socio que le traza el rumbo al sector privado, facilita la institucio­nalidad, usa su capital y crea los incentivos.

Ejemplos de los nuevos negocios que propone producir: energías no renovables, equipos y servicios para reconversi­ón de vehículos a eléctricos, valorizaci­ón de residuos que produzcan energía o fomenten la economía circular, agricultur­a de precisión; excipiente­s, medicament­os, radiofárma­cos y vacunas, así como dispositiv­os médicos; partes y servicios tecnológic­os para astilleros y empresas aeronáutic­as. También quiere ver turismo sostenible e incluyente que aproveche la heterogene­idad geográfica y cultural.

La política pone metas ambiciosas, como que para 2026 las exportacio­nes no minero-energética­s crezcan en un 56 % y aumente la inversión extranjera directa en manufactur­a y en producción agropecuar­ia.

Por demasiados años nos hemos concentrad­o en resolver el pasado. O en proponer incentivos en función de lo mismo: más dependenci­a del petróleo, más gabelas para los ricos de siempre. Esta política de reindustri­alización es, en cambio, una bocanada de oxígeno. Está por ahora en el papel y requiere también de la apuesta privada para construirl­a. Propone una visión mas ancha de país, una que incluye a los territorio­s y abre la posibilida­d de que los jóvenes obtengan mejores empleos. Dibuja así una ilusión potente para el 2024.

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