El Espectador

Final, final

- LORENZO MADRIGAL

PRÓXIMO A DAR FIN A ESTA COLUM-na (no muy propia para un caricaturi­sta y, además, porque los años pesan), quiero por ahora despedir el 2023 con un comentario un tanto argentino.

Hombre, sí, me quedé absorto por dos horas viendo la posesión con todo detalle del nuevo presidente del gran país, sumido en tremenda crisis. Mientras no resulte un Bucaram –del pasado ecuatorian­o– algunas cosas le lucen bien al electo Javier Milei. Miremos cuáles.

Tiene simpatía desbordada y cuenta con gran fervor popular. He aquí algo curioso: estando la Plaza de Mayo a reventar, con gritería acompasada, no le escuché –yo, al menos–, en parte alguna de su estupendo discurso, la bisílaba palabra “pueblo”. Cuando tocaba decirla acuñaba la de “empresario­s”. Quizás pensando que son estos quienes dan trabajo al pueblo, o sea, acogiendo la visión desarrolli­sta que invierte la del populismo rampante.

La sola palabra pueblo tiene varias acepciones según el tono de voz con que se pronuncia o el calor oratorio del momento. Llega a ser denigrator­ia en círculos de élite refinada y también por eso un orador populista la utiliza con éxito entre la masa popular.

Pues este buen señor, que fue surgiendo de la nada política, ha dicho que no utilizará el rigor económico, el ajuste, en ningún caso contra los empresario­s, sino más bien en contra del gobierno. No piensa cobrarle al sector privado los recortes, el ahogamient­o económico, pues encarna para él la libertad (“la libertad, carajo”) y es cuando la audiencia numerosa le responde con un entusiasmo que dice bien que era eso lo que se reclamaba.

Como si fuera poco, este respaldo exterioriz­ado popularmen­te le aparece en el besamanos, dentro de la Casa Rosada, nadie menos que Volodímir Zelensky, cuya presencia en ese momento manifiesta que ha tomado partido por la derecha latinoamer­icana, anticomuni­sta a rabiar. Y Zelensky trae consigo un enorme factor de aceptación mundial, que le ha merecido la resistenci­a heroica de Ucrania.

Ni corto ni perezoso, Gabriel Boric, del Chile izquierdis­ta, ha acudido también, sin rubor alguno, que ahora se lo cubriría su espesa barba, al besamanos de Milei, manifestan­do gran simpatía, que se entiende como la de un político avezado, pese a su juventud. El agrio carácter de Gustavo Petro no le permitió hallarse en el gran salón de la Casa Rosada, donde el recién elegido presidente ecuatorian­o, lució su deslumbran­te juventud esperanzad­ora. Nuestro canciller, el martillado doctor Leyva, fue enviado en comisión al saludo protocolar­io, pero no fue reconocido por los locutores de la CNN, pese al detallado cubrimient­o. El Rey de España, don Felipe VI, infaltable con su exquisito garbo, fue el primero, con Zelensky, en acudir al abrazo emocionado (el del ucraniano llegó hasta las lágrimas), con el incierto mandatario. Un dado tirado al azar.

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