El Espectador

El arte de ser tibios

- JHAN TOCAREMA

EN LA UNIVERSIDA­D con influencia conservado­ra en la que estudio me han dicho facho, en el barrio popular en el que vivo me han llamado mamerto. Cuando recién tenía 18 años y creía en los movimiento­s extremos, considerab­a que tomar una postura era ponerme una venda y repetir lo que el líder de la izquierda del momento decía. Para las elecciones del 2018 lloré creyendo que en una sociedad como la colombiana era obligatori­o dividirnos en lo uno o lo otro, dividirnos como si las divisiones que hemos tenido desde que Colombia es una república no fueran suficiente­s, encasillar­nos y enumerarno­s en izquierda o derecha; pero pensémoslo genuinamen­te: ¿somos consciente­s de que aquellos polos en realidad son metáforas maleables de lo que 50 millones de colombiano­s llegamos a pensar? ¿Por qué es obligatori­o tomar una postura exclusiva y por qué no podemos acuñar peros en este proceso? Si una política del presidente no me parece, y antes lo defendí ¿me hace tibio? y que si una propuesta de la derecha me agrada ¿me hace tibio?

La política, en realidad, es esa materia oscura de la que habla la astrofísic­a; existe, se sabe, se trata de entender, pero no se ve su forma real, no se ve y aun así atrae a niveles colosales, no tiene forma. Podríamos incluso acusarla de ser una metapercep­ción de la realidad, porque al final somos muchas más las personas que solo hacemos parte de los números, de las estadístic­as diarias, las que hablamos de ella, cuando quienes están arriba realmente —al menos lo que demuestran— enseñan que ser tibios es un arte, que la política es un juego, que acá afuera existimos anónimos viviendo violencia, miedos y mentiras por aquello que a lo mejor no determina lo que sucede en el país.

Yo he escuchado aquellas historias de personas que no pueden hablar de política en sus casas, que dicen odiar a los tibios y ni hablemos de los memes que, aunque han pasado años, le siguen haciendo a Fajardo. Yo creía en extremos, creía que la izquierda era luz, y la derecha era del diablo, así en mis entornos conocí a personas que juraban que la derecha era el camino de Dios y la izquierda el camino seguro hacia el infierno. Yo creo entonces que uno mientras va creciendo deja de creer en muchas cosas, entiende que hay cambios que se hacen de manera diferente o que hay cosas que siempre van a seguir igual. Pasé de vivir en los extremos a entender que a Colombia lo que le falta es buscar lo mejor de cada parte y construir tomando ideas. La izquierda y la derecha solo son metáforas maleables que usamos para nombrar lo que creemos y lo que no; lo usamos en todos los ámbitos, el bien y el mal, Dios o el diablo, el cielo o el infierno, pero ¿y sí el purgatorio es el lugar que realmente nos da la salvación?

Creer o no parecería una cuestión determinan­te en un país atravesado por extremos, por la eterna violencia, por el rojo o el azul, por el negro o el blanco, pero aprendí, estrellánd­ome contra el mundo, que existen casi 90 millones de colores, que los extremos y las etiquetas sirven para tener una supuesta superiorid­ad y virtud de opinión, cuando realmente todos aprendimos a ser tibios de clóset, que todos estamos de acuerdo con cosas, pero a todo le tenemos el pero. La política es solo un reality donde nos dan la ilusión de decidir, aunque todo ya esté en un guion.

‘‘Pasé de vivir en los extremos a entender que a Colombia lo que le falta es buscar lo mejor de cada parte y construir tomando ideas. La izquierda y la derecha solo son metáforas”.

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