Sin salida
Muchos males aquejan a Colombia. Se puede mencionar el primero: el narcotráfico, la peor peste que le pudo caer a este país. Sustento económico de grupos de delincuencia, de las distintas guerrillas, de bandas armadas, de los paramilitares. Fuente de corrupción, de disolución de la sociedad, que ha pervertido a la juventud, a empresarios, a distintos sectores de la población, que tienen a los narcotraficantes por un mal que hay que soportar. A esto se suma el incremento de los cultivos ilícitos. Colombia se engaña. No hay manera de salir del narcotráfico mientras existan los cultivos y el tráfico internacional de sustancias sicoactivas, un problema que no hemos logrado resolver en 50 años. La guerrilla es otro gran mal, lo mismo que los paramilitares, los grupos armados ilegales, las bandas de delincuentes. Factores todos que agravan la inseguridad, perturban el orden público, crean una zozobra permanente entre los colombianos. Cuentan también la tremenda desigualdad económica y social, la falta de bienestar de amplios sectores de la población, el desempleo, el elevado número de trabajadores informales sin seguridad social, la deficiente atención en salud, las fallas en la educación, la falta de recursos de los jóvenes para adelantar estudios de educación superior, la inexistencia de servicios básicos en municipios alejados y en las pequeñas poblaciones, el abandono del sector rural, con vías de comunicación defectuosas o inexistentes, para citar algunos ejemplos. Un inventario largo y complejo que debe tomar en cuenta las distintas realidades regionales y locales, las particularidades de ciertas poblaciones.
No se trata de problemas nuevos. Muchos de ellos se han agravado o incrementado, como el narcotráfico, la presencia de grupos armados ilegales, la proliferación de grupos guerrilleros y de delincuencia, las complicaciones de orden público y de seguridad. Entre los factores que pueden haber influido para que no se pudieran solucionar algunos de estos males figura el cambio permanente de políticas y de programas, algo que tampoco es nuevo. Sucede desde los inicios de la república. Todo gobernante llega con su propia receta de soluciones bajo el brazo y vuelta a empezar. Lo otro es que cada uno se cree un profeta, un predestinado para salvar a los colombianos. No importa si sus fórmulas son correctas o no. Colombia es un laboratorio de ideas, de políticas, de iniciativas, la meca de la improvisación. Como contrapartida, no existen propósitos como nación, excepto, probablemente, cuando se habla de la selección de futbol, lo único capaz de unirnos en torno a un propósito. De resto, cada dirigente o gobernante tiene sus propias recetas para aliviar las dolencias. Por ello es claro que no hay un rumbo concreto, concertado entre todos, sostenido en el tiempo, que fije prioridades, etapas a seguir, que disponga los recursos necesarios para alcanzar las metas propuestas. Nada de esto existe, y no va a cambiar en un tiempo cercano. Por eso el futuro del país es oscuro, turbio, incierto, y lo vamos a seguir transitando con la inconsciencia propia de los locos.