El Museo de Arte del Tolima: “Que 20 años no es nada”
Un recorrido por las dos décadas del MAT, además de la reseña de la exposición realizada para la celebración.
El nombre de la exposición evoca un tango, e indudablemente busca significar la velocidad con la que han transcurrido dos décadas de existencia. Tal evocación no es extraña si se tiene en cuenta que es en Ibagué, Capital Musical de Colombia, ciudad rica en manifestaciones artísticas.
La historia del Museo de Arte del Tolima (MAT), que cumple veinte años, se remonta a finales de los dolorosos años 50 del siglo pasado, cuando profesores y estudiantes de la Escuela de Bellas Artes, quizá tratando de escapar de esa pesadilla que fue la violencia liberal y conservadora que asolaba al país, particularmente al Tolima, crearon el Museo de Arte Moderno, adscrito al Instituto Tolimense de Cultura.
Desde esa época habrían de realizarse varios intentos. En 1960 el gobierno regional creó la Galería Departamental de Artes Plásticas, y con la asesoría de la inolvidable Marta Traba adquirió una selección de artistas premiados en el ámbito nacional.
Durante años el Museo y dichas obras buscaron, infructuosamente, dónde alojarse, hasta que terminaron en las oficinas y luego en las oscuras bodegas de la Gobernación, muriendo este nuevo esfuerzo.
Finalmente, el pintor Darío Ortiz Robledo propuso construirlo en los predios aledaños a la Casa de Cultura Álvaro Mutis, y con el liderazgo del maestro Julio César Cuitiva Riveros, desde la dirección de cultura, se conformó una nueva iniciativa llamada Museo de Arte del Tolima, que abrió sus puertas el 19 de diciembre de 2003.
El capital inicial fueron doscientas obras de la Colección Departamental de Arte, varias piezas de arte colonial propiedad de Carmen Julia Laserna (su primera directora) y la colección de Ortiz de pinturas de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Al poco tiempo, nacería la colección de la Corporación Museo de Arte del Tolima, con una donación de pinturas de los maestros Edilberto Calderón e Ignacio Gómez Jaramillo, así como de una obra gráfica internacional del peruano Fernando de Szyslo. Luego, serían donadas desde tótems de piedra pijao hasta piezas de los grandes maestros tolimenses Darío Jiménez, Julio Fajardo y Jorge Elías Triana.
Tras otros intentos, finalmente se hizo realidad el sueño de darle un museo de arte a la capital tolimense. A este esfuerzo se sumaron artistas como Manuel Hernández, Fanny Sanín, Beatriz González, Eduardo Ramírez Villamizar, Juan Cárdenas, David Manzur y Antonio Caro, entre otros, convencidos de que el MAT merecía tener sus obras. Todo esto es una prueba del valor del liderazgo de los artistas, pues nadie puede valorar más el arte que ellos.
La exposición celebratoria “Que 20 años no es nada” es una muestra de las colecciones salvaguardadas durante estos años, resumidas en tres ejes: lo regional, lo nacional y lo internacional.
Obras que incluyen desde piezas precolombinas de las etnias pijao y quimbaya hasta videoinstalaciones de jóvenes creadores, llegando a sumar casi 1.000 obras, que hacen del MAT uno de los museos más importantes del país, no solo por la cantidad de obras que atesora sino por la diversidad. A las tres colecciones ya mencionadas se han sumado préstamos de larga duración de pintura cubana, del coleccionista mexicano Norman Bardavid, así como otras de propiedad de Germán Duque y María Eugenia
Vanegas y, hace poco, una cuarta que amplía esa vocación universalista: la Colección Orjuela, 60 piezas de arte moderno y contemporáneo.
Obras que completan un panorama extenso y variado de la historia del arte en Colombia, junto a obras de nombres destacados de la plástica mundial como Dalí, Goya, Miró, Warhol, Botero, Tapias, Darío Morales, Doris Salcedo, Grau y, lógicamente, del propio Darío Ortiz, que es el alma viva e irreemplazable de este templo del arte que enorgullece a los tolimenses.
Ortiz ha puesto su capital relacional al servicio de esta noble causa, y Margaret Bonilla, su directora y escudera, lo ha complementado con paciencia de orfebre, recorriendo los laberintos de la burocracia nacional y regional, muchas veces ajena al mundo del arte. Esta combinación de género, inspiración y acción ha conseguido grandes ejecuciones, como exposiciones de Fernando Botero y de Leonora Carrington, esta última en junio de este año, junto con la exposición “De Durero a Picasso: cinco siglos de grabado en metal”, que reunió a 40 grabadores de las principales escuelas y movimientos europeos de comienzos del siglo XV y mediados del siglo XX. Entre ellos Francisco de Goya, Mariano Fortuny, Salvador Dalí, Rembrandt, William Hogarth y Ricardo Baroja.
Ortiz tiene su taller en México desde hace años, pero mantiene intacto un cordón umbilical con la que ya es su mayor obra: el MAT. Ahora bien, sería injusto no mencionar el papel desempeñado por quienes han sido miembros de la junta directiva, Antonio Melo Salazar, Leonidas López Herrán y María Victoria Bonilla, para mencionar solo a unos pocos vinculados desde siempre a esta maravillosa iniciativa, y el arquitecto José Roberto Buenaventura, quien diseñó la edificación actual, la cual comienza a quedar pequeña para esta colosal obra, construida a varias manos de colores y pieles, por un centenar de tolimenses que encuentran coincidencias en el arte, por encima de sus naturales disensos.
Ahora, todos pueden ver el resultado de tejer proyectos comunes. Veinte años no es nada, es verdad. Pero, sin duda, superar la adolescencia siempre es lo primero. El MAT y el Conservatorio del Tolima son una seña de identidad regional de proyección nacional, que desde el tradicional barrio Belén promueve las artes plásticas y la cultura en general. Que vengan, pues, muchas más décadas.