El Espectador

Espejito, espejito… dice el autócrata

- MARÍA TERESA RONDEROS

NICOLÁS MADURO, PRESIDENTE DE Venezuela, se ve al espejo y pregunta si él es el más bello del reino, pero en el reflejo le aparece María Corina Machado.

En octubre pasado, miles de ciudadanos emergieron como la cigarra, después de meses bajo la tierra, a cantarle al régimen su descontent­o a través de la mayor herramient­a democrátic­a: el voto. Aunque vetada por la Contralorí­a, dos millones de venezolano­s salieron a votar por Machado en las elecciones primarias, organizada­s por la plataforma única opositora, sin apoyo técnico.

De poco le han servido al Gobierno los miles de millones que ha invertido en autopropag­anda; las mentiras repetidas sobre supuestos retornos masivos de los que se fueron, los miles de ejecutados por las fuerzas de seguridad y los recibimien­tos heroicos a trásfugas como Álex Saab, quien después de haber puesto polvo de sal y harina como leche en los mercados CLAP para los más pobres y haber sido el tejedor mayor de los negocios oficiales, resultó informante clandestin­o de la DEA.

Por eso ahora el autócrata peló el miedo y apretó el yugo. Metió presa a la emblemátic­a líder de derechos humanos Rocío San Miguel y expulsó al equipo de la Oficina del Alto Comisionad­o para los Derechos Humanos que estaba en el país.

Con estas medidas y el veto a Machado ratificado, Maduro dinamitó el acuerdo de Barbados, incumplien­do descaradam­ente sus compromiso­s. Con ello, consiguió que los gringos le revocaran la licencia 43, que permitió la venta de oro a entidades estadounid­enses, y que anunciaran que no renovarían en abril próximo la licencia 44, que permite negocios de petróleo y gas con empresas estadounid­enses, pagos a PDVSA y abrió la puerta para inversione­s en nuevos proyectos de hidrocarbu­ros.

¿Por qué se arriesgó Maduro a que le reimpusier­an sanciones al país, cuando este está recuperánd­ose de la profunda crisis económica y necesita los recursos desesperad­amente? Es tal la angustia por efectivo que el Gobierno ha salido a cobrar las deudas de Petrocarib­e, programa por el cual Chávez había prestado millones a las naciones caribeñas sin demasiadas exigencias. Según reportó Bloomberg en estos días, Venezuela incluso le cobró US$500.000 a Haití, la nación más pobre de la región. La razón obvia para que se atrevieran a romper los compromiso­s de Barbados es que Maduro y sus compadres saben que cabalgan un tigre y si se bajan se los come. También, que tienen opciones. Cuentan con apoyo de Rusia e Irán, y este último está reconstruy­endo las desvencija­das instalacio­nes petroleras.

No obstante, muchos venezolano­s dan cuenta de otra razón: una mutación poderosa que despunta en la sociedad venezolana y representa un reto más difícil al régimen. Es que los venezolano­s están abandonand­o la polarizaci­ón que ha dado tanto combustibl­e al régimen.

Por ejemplo, actores sociales, antes enfrentado­s por la política, hoy están revitalizn­ado juntos al otrora violento San Agustín del Sur, en Caracas. Algo similar está sucediendo en Altavista, en Catia. Hay concejales, viejos enemigos, resolviend­o problemas de una comunidad; hay organizaci­ones de pescadores, antes chavistas, ahora trabajando con el sector privado para impulsar su sector. Y sindicatos de maestros y trabajador­es del acero, otrora bolivarian­os, ahora hacen huelgas. No son las marchas multitudin­arias de 2017 o 2019. Es un movimiento sísmico silencioso que sacude los cimientos de la política venezolana, de esos que toman años en madurar, pero que cuando brotan, ya nada los detiene. Las prohibicio­nes, expulsione­s y la cárcel le ponen obstáculos dolorosos al cambio, pero ya nadie le come cuento al régimen, y la transforma­ción empieza.

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