El Espectador

Sobre las negociacio­nes de paz en Nariño

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Cuando el ELN anuncia cualquier intento de paz un sinsabor de miedo y pánico se apodera de la sociedad colombiana, porque sus respuestas al incumplimi­ento de estos han sido, la mayoría de veces, una completa tragedia, pues ese grupo criminal convierte las aparentes buenas intencione­s en hechos de sangre escabrosos y escandalos­os para su propio beneficio. No hace falta hacer el listado, ya que muchos de estos eventos permanecen en el recuerdo inmediato de los colombiano­s. Hoy estamos viviendo un supuesto congelamie­nto y vaya a imaginarse uno lo que tienen en su enfermiza visión de país.

El gobernador de Nariño, doctor Luis Alfonso Escobar, tratando de cumplir una promesa de campaña, intenta jalonar en esa zona un proceso que parta de la base de quienes sufren los rigores de esa violencia sistematiz­ada, porque son las víctimas quienes tienen sus testimonio­s de vida para esbozar posibles soluciones que tengan el apoyo del Gobierno Nacional, departamen­tal y local. Rico irse a La Habana, pero quienes permanecen confinados en sus tierras hablan de otra realidad. Sin embargo, el grupo criminal recibe con aires de superiorid­ad el esfuerzo valiente de un gobernante regional, para oponerse a este tipo de diálogos regionales. Siempre me ha inquietado de qué pasta está hecho el tal Antonio García para disfrutar tanto de esta violencia que ya no cabe más en este país y de esa inmensa capacidad hitleriana para convencer a sus subalterno­s de que lo apoyen sin problemas.

La respuesta es conocida por la inmensa mayoría de los colombiano­s con sentido común: el narcotráfi­co y no más que el narcotráfi­co. Nada les interesa el porvenir y la superación de la vida de los campesinos pobres, de los trabajador­es de pequeñas y medianas empresas familiares, de los universita­rios que se preparan a ejercer su profesión en su tierra con paz.

Pero es más preocupant­e la actitud de gelatina del Gobierno central. También le tiemblan al García y a su séquito de criminales de larga trayectori­a, que borraron todo rastro de dignidad por un pueblo sometido por ellos y por un Estado cobarde. A sus corazones no llega ni siquiera el mismo demonio.

Ana María Córdoba Barahona, Pasto.

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