El Espectador

Transmilen­io, una pequeña ciudad en Bogotá

Son 137 años construyen­do civilidad alrededor del transporte público en Bogotá. Después de una larga historia de luchas sociales y organizand­o la ciudad, Transmilen­io se configura como una pequeña Bogotá dentro de la capital.

- CAMILO PARRA POLANCO

El reloj marca las 4:00 a.m. y 200 capitalino­s esperan, entre la penumbra de la alborada, el frío gélido de Bogotá y el peso de la noche anterior, la operación de Transmilen­io (TM), en el Portal Norte. El sonido del gas y un pitido estridente de puertas rojas anuncian que el primer articulado llegará en dos minutos. En 45 minutos espera llevarlos al sur, cruzando una serpentean­te Caracas. Los audífonos recortan el camino entre noticias trágicas y presagios del día. El amanecer empieza a despuntar cuando se anuncia el cierre de las puertas.

Los 9.300 buses y articulado­s rodarán este día, como todos, lo equivalent­e a dar 46 vueltas al mundo, en las rutas que conectan a los bogotanos por 114 kilómetros de las troncales y 2.330 kilómetros de vías que recorren los zonales. Un bogotano que usa a diario el transporte público vive al año 21.600 minutos en los buses; es decir, 15 días. Es allí, en los buses, donde la capital ha edificado su personalid­ad, donde cuatro millones de ciudadanos congenian en un organismo común, a veces, símbolo de la desidia y, otras, de historias que tejen ciudad.

Son 140 años conectados

Cuando Gabriel García Márquez escribió, en agosto de 1954 en El Espectador, el artículo “La crisis del transporte en Bogotá”, habló de cómo el transporte reunía en un bus a “800 personas de diferente educación, temperamen­to y volumen”, en una de las “ciudades más desorganiz­adas del mundo”. Entonces ya se hablaba de crisis financiera. Hoy, 70 años después, la crisis sigue tan intacta como el anhelo de una conectivid­ad más fraternal.

El concepto de transporte público en Bogotá es reciente. En la época colonial los santafereñ­os iban a pie o salían de la ciudad en mula. Apenas en 1884, con la expansión de la urbe, surgió un sistema de transporte público, con la llegada del tranvía.Gabo, en su época, resaltaba lo económico del transporte bogotano. “Es de los más baratos del mundo”, decía, comparando los 20 centavos que valía el metro de Nueva York con los 10 que valía el bus en la capital. En la actualidad el 15,3 % de los pasajeros evaden el pasaje, pese a seguir siendo más barato que el metro de la Gran Manzana, que vale casi $12.000 frente a los $2.950 de TM.

“En los ríos de tinta, la historia del transporte cuenta cómo se ha tejido la ciudad. Desde que llegó el tranvía, el transporte ha pasado por etapas de crecimient­o. Se pasó del tranvía al trolley y de la guerra del centavo, que había antes del año 2000, a un servicio motivo de orgullo: Transmilen­io. Era un medio casi futurista, cómodo y novedoso. Este sistema reescribió la reciente historia de la ciudad, a pesar de que se quedó pequeño para ella”, relata Alberto Villafonte, de la Sociedad de Mejoras de Bogotá.

Mientras el transporte público y particular creció, la congestión se convirtió en otro sello de Bogotá. En 2023 había casi 2,5 millones carros y casi 600.000 motos registrada­s, cifra que sigue en aumento. Otro millón y medio de personas van en bicicleta por 630 km de ciclorruta­s, lo que ha llevado a Bogotá a definirse como, la capital de la bici.

Hoy los buses rojos y el acordeón gris, los buses azules, verdes, naranjas y amarillos, las bicicletas y la creativida­d rola para superar el atraso siguen siendo un espejo de la idiosincra­sia bogotana. TM estaba proyectado para transporta­r eficientem­ente a los ciudadanos por 10 años, período en el que el metro, del que se viene hablando desde hace 80 años, debía ver la luz. Ya está en construcci­ón, pero el debate elevado-subterráne­o se mantiene, poniendo en riesgo su concreción.

Microcosmo­s bogotano

Para hacer una radiografí­a de logros y tristezas de la ciudad, habría que andar todo un día de estación en estación. “TM es el habilitado­r de todas las oportunida­des. Hoy cubre el 100 % de la ciudad. Estamos llegando a todos los rincones y eso hace que esta ciudad sea económica y socialment­e avanzada. Somos el corazón de Bogotá”, dijo María Fernanda Ortiz, gerente de Transmilen­io.

Por eso, vivir un día en el transporte público de Bogotá es recorrer la esencia de la ciudad. Por sus pasajes y estaciones confluyen los malestares de una sociedad, reprimidos en un vagón con otros cientos de desconocid­os. También se respira el ímpetu de los locales y de aquellos foráneos que llegaron en búsqueda de un porvenir, que muchas veces es representa­do por el pitido de las puertas de un articulado cuando algún citadino llega a su destino.

Alguien rompe el silencio en un bus. “Es mejor salir a la calle que quedarse esperando a que llegue el rey Midas”, dice Juan Carlos, un joven que en un lapso de tres estaciones (de Héroes a El Virrey) condensa con rimas el padecimien­to de miles de bogotanos. “Hay que tener personalid­ad para salir a la calle. Hay mucha gente emprendedo­ra y soñadora”, afirma antes de ponerse a versar sobre la ciudad.

El transporte aglutina las dinámicas sociales que se viven en la calle. Adentro del sistema, en cualquiera de los túneles que hilan los recorridos, se puede hallar desde un “mercado persa”, como sacado de Las mil y una noches, en el extenso túnel del Ricaurte, hasta un corredor cultural en el túnel de Aguas. “Consiga aborrajado­s a $2.500”, dice un caleño en el túnel del surocciden­te; un violinista toca Stand By Me, de Ben E. King, y un costeño enseña a bailar salsa en el túnel de las universida­des. La cordialida­d y la civilidad se ponen a prueba en cada estación. pero también la espiritual­idad: un hombre vestido de sacerdote, en el Portal Norte, ofrecía pintar la cruz en las frentes en Miércoles de Ceniza. “No tenía otra opción para rebuscarme la vida”, decía el “sacerdote” de TM.

Los rostros cansados ven más allá del reflejo de las ventanas del bus. Grafitis en las avenidas y puentes. “Territorio de lucha”, “¡Don Raúl vive!” y otros mensajes que atrapan la vista. A las 10:00 p.m. salen los últimos articulado­s de los portales, luego de 46 vueltas a la Tierra y cuatro millones de pasajeros. A las 11:00 p.m. los últimos zonales escalan los barrios y dejan a los ciudadanos que habitan en las entrañas de la ciudad. Bogotá duerme y los buses también hasta que la alborada vuelva con el rumor de un nuevo día, que arranca con el primer movimiento de puertas, el gas y el pitido.

››Un

bogotano promedio, que usa a diario el transporte público, vive al año 21.600 minutos en los buses. Allí es donde la capital ha edificado su personalid­ad, donde cuatro millones congenian en un organismo común, a veces, símbolo de la desidia y, otras, espacio de oportunida­des.

››TM

es el habilitado­r de todas las oportunida­des. Hoy cubre el 100 % de la ciudad. Estamos llegando a todos los rincones y burbujas de las localidade­s, y eso hace que esta ciudad sea económica y socialment­e avanzada.

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/ Gustavo Torrijos Los 9.300 buses y articulado­s rodarán este día, como todos, lo equivalent­e a dar 46 vueltas al mundo.
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