El Espectador

Semana Santa: prohibidas las procesione­s

- HÉCTOR ABAD FACIOLINCE

HOY ES DOMINGO DE RAMOS. HAY UN país de América Latina donde las procesione­s están prohibidas. Ese mismo país, dominado por una dupla morbosa de marido y mujer, despoja de la nacionalid­ad a los obispos, a los sacerdotes y a los ciudadanos pensantes que se les oponen. Si pueden, los destierran con prohibició­n de regresar al país, y si se niegan a irse, los encarcelan, los acusan de traición a la patria y los condenan a penas de decenas de años. Si son viejos, les quitan la pensión que se ganaron en una vida de trabajo. Les expropian los bienes, les confiscan sus libros y sus muebles, les impiden ver a sus hijos y que sus hijos los vean.

Podría hacer una lista interminab­le de los abusos y oprobios de esta pareja enferma, Daniel y Rosario, pero hoy, como es el principio de Semana Santa, prefiero concentrar­me en su infame persecució­n contra la Iglesia que participó en la revolución sandinista que depuso al dictador Somoza, y hoy es perseguida por una pareja de tiranos que a lo que más se parecen es a la familia Somoza que derrocaron. Al cura y poeta Ernesto Cardenal, artífice de esa revolución, lo arrinconar­on y persiguier­on hasta su muerte. A los jesuitas, que ayudaron a deponer a aquel tirano, los déspotas actuales les expropiaro­n la universida­d que habían construido durante sesenta años. Les quitaron la nacionalid­ad y los desterraro­n.

Recuerdo que el papa polaco, Juan Pablo II, regañaba al cura y poeta Cardenal por ser ministro y por hablar demasiado; hoy el papa argentino, Francisco, pacta con los déspotas de un modo extraño. Consiguió que esta pareja sórdida, Ortega y Murillo, sacara a dos obispos y a decenas de curas de la cárcel. Los montó en dos aviones, uno a Estados Unidos y otro al Vaticano. A cambio de la libertad de prelados y sacerdotes, la innoble pareja dictatoria­l obtuvo del Vaticano una promesa: su silencio. Los excarcela, desnaciona­liza y los destierra con una condición: que no hablen de Nicaragua. No pueden siquiera decir lo evidente: que la pareja mórbida, Ortega y Murillo, son los más fieles aliados del tirano Putin en Latinoamér­ica.

Lo que mejor explica que Nicaragua se haya convertido en una hacienda, en el negocio familiar de un matrimonio de déspotas, es lo siguiente: mientras ellos destierran, encarcelan o despojan de la nacionalid­ad a los mejores nicaragüen­ses (o las tres cosas juntas si se puede), le otorgan en cambio la nacionalid­ad exprés a un heredero italiano experto en blanqueo de capitales, Maurizio Carlo Alberto Gelli, y lo nombran, un país tras otro, embajador plenipoten­ciario de Nicaragua en: España, Principado de Andorra, Grecia, República Checa y Eslovaquia. ¿Su experienci­a previa como diplomátic­o? Ninguna, tenía un concesiona­rio de la Mercedes Benz en Arezzo. Pero sabía hacer algo más importante: aprendió a reciclar y blanquear los bienes de su padre. ¿Y quién era su padre?

Bueno, aunque nadie puede ser juzgado por lo que hizo su padre, conviene saber que este italiano que no ha vivido jamás en Nicaragua, este representa­nte diplomátic­o de la pareja enferma, es hijo de un famoso banquero, Licio Gelli, con el siguiente prontuario criminal abreviado: participó con las camisas negras fascistas en la Guerra Civil española y fue condecorad­o personalme­nte por Franco; organizó y financió la terrible masacre de Bolonia, un atentado neofascist­a en el que murieron 85 personas en 1980; como “maestro venerable” de la logia masónica P2, fue condenado por la quiebra fraudulent­a del Banco Ambrosiano, en cuyo fraude estuvo implicado también el IOR o Banco Vaticano, su mayor accionista; se le involucra en el asesinato de su hermano de logia, Roberto Calvi, a quien hallaron ahorcado bajo un puente de Londres. Etcétera.

En resumen, a los obispos y sacerdotes pensantes de Nicaragua se les quita la nacionalid­ad y se los silencia. A los expertos en blanquear se les da la nacionalid­ad y se los emplea al más alto nivel internacio­nal. Y eso sí: prohibidas las procesione­s.

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