El Espectador

La Esso y Lecumberri: procreador­es de Maqroll

- MAURICIO BOTERO

“JAMÁS HUBIERA CONSEGUIDO EScribir una línea sobre las andanzas de Maqroll el Gaviero de no haber vivido esos 15 meses en el llamado, con singular acierto, El Palacio Negro”, Álvaro Mutis.

Álvaro Mutis, sin vacilación el más universal de los escritores que ha tenido este país, relata que fue en Lecumberri, El Palacio Negro, la terrible cárcel de la ciudad de México, en donde nació Maqroll el Gaviero. En palabras de este genio, “en Lecumberri se empezó a destilar, a reproducir­se, una cantidad de material que se fue convirtien­do en las otras novelas”. ¿Cómo terminó Mutis en Lecumberri? Relacionis­ta de la multinacio­nal Esso, un manejo desorganiz­ado de los dineros llevó a los directivos al terreno legal, lo que terminó en la encarcelac­ión de Mutis en espera del juicio. Entre criminales, intelectua­les y activistas, Mutis dio a luz una de las obras maestras de la literatura universal. La editorial RM ha reeditado en un tomo las siete novelas que tienen como protagonis­ta a Maqroll el Gaviero: La nieve del Almirante, Ilona llega con la lluvia, Un bel morir, La última escala del Tramp Steamer, Amirbar, Abdul Bashur, soñador de navíos y Tríptico de mar y tierra.

El profundo entender de Mutis de la mujer se refleja en la La nieve del Almirante: “Cuando le mentimos a una mujer volvemos a ser el niño desvalido que no tiene asidero en su desamparo. La mujer, como las plantas, como las tempestade­s de la selva, como el fragor de las aguas, se nutre de los más oscuros designios celestes. Es mejor saberlo desde temprano. De lo contrario, nos esperan sorpresas desoladora­s”.

En el libro Un bel morir, Mutis hace gala del desprecio que alberga por aquellos que quieren cambiar por el prurito de cambiar: “Estos intentos en que se empeñan los hombres para cambiar el mundo los he visto terminar siempre de dos maneras: o en sórdidas dictaduras indigestad­as de ideologías simplistas, aplicadas con una retórica no menos elemental, o en fructífero­s negocios que aprovechan un puñado de cínicos que se presentan siempre como personas desinteres­adas y decentes empeñadas en el bienestar del país y de sus habitantes. Los muertos, los huérfanos y las viudas se convierten, en ambos casos, en pretextos para desfiles y ceremonias tan nauseabund­as como hipócritas. Sobre el dolor edifican una mentira enorme”.

Igualmente, en Un bel morir, Mutis hace una alegoría sobre los que se acostumbra­n a matar, delincuent­es que, arropados en mantas políticas, llevan más de seis décadas matando a quienes contradice­n sus postulados o interfiere­n en sus sucios negocios: “Y tantos otros rostros sin nombre, de gente hospitalar­ia y amable: masacrados, todos, por manos anónimas cuya costumbre de matar se había convertido en la única razón de existir. Chacales dementes, listos a recibir órdenes de quienes mueven allá arriba los hilos de una codicia implacable”.

Apostilla: En Abdul Bashur, soñador de navíos, Mutis pone encima de la mesa una sentencia oportuna en estos tiempos de asambleas constituye­ntes y otras sandeces: “Por Dios, amigo Bashur, no estamos, ni usted ni yo, en edad de, como dicen los brasileños, engullir semejante sapo”.

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