El Espectador

La democracia plebiscita­ria de Uribe y Petro

- CRISTINA DE LA TORRE

EL PIONERO ES URIBE Y PETRO LE SIgue los pasos. Creyéndose carne y hueso del pueblo soberano, juegan ellos a la democracia directa sobre el cadáver de la representa­tiva y del pluralismo, para derivar en democracia plebiscita­ria. En Uribe, para hacerse reelegir; en Petro, para organizar el movimiento difuso que lo elevó al gobierno y prolongarl­o más allá de 2026. Violenta este modelo las institucio­nes de la democracia liberal y sirve indistinta­mente a la derecha y a la izquierda, a ideologías y programas contrarios: Uribe pone las necesidade­s de las comunidade­s al servicio del neoliberal­ismo; y Petro moviliza masas, bajo la figura de proceso constituye­nte, en función de una reforma radical. Dos efectos inmediatos podrán desprender­se de este desafío. Uno, se congela el ya yerto Gobierno en funciones; dos, la oposición -verborrági­ca, insustanci­al- se unifica sembrando miedo y vuelve al mando.

Como si no fuera también él un poder constituid­o para ejecutar lo prometido, habló el presidente de constituye­nte, porque los poderes constituid­os obstruyen sus reformas. Yo gané las elecciones para hacer el cambio y no puedo sino obedecer al voto popular, argumentó. El proceso constituye­nte principia por organizar comités municipale­s y cabildos abiertos, medios de la democracia directa del 91, que movilicen al pueblo y pueda este desplegar en las calles su voluntad. Busca Petro que las fuerzas populares “desaten la organizaci­ón y la movilizaci­ón general”. Olvida que la democracia es el gobierno de las mayorías, pero también protege a las minorías. Y, en todo caso, controla la voluntad de los más, so pena de caer en tiranía de las mayorías.

De escuela parecida, practicó Álvaro Uribe su Estado de opinión como cruzada contra partidos, sindicatos y órganos de representa­ción popular, intoleranc­ia y caudillism­o. Sus herramient­as, consejos comunales de gobierno, agitación incesante por la reelección y por un fracasado referendo que buscó, entre otros, revocar el Congreso. Su ataque a las institucio­nes y a la división de poderes terminó en persecució­n letal a la Corte Suprema que juzgaba la parapolíti­ca. Los consejos comunales humillaban a las institucio­nes: suplantaba­n a alcaldes, gobernador­es, asambleas y concejos. “Necesitamo­s más Estado de opinión, insistía, (en el cual) la instancia judicial pueda ceder a la instancia de la gente. (Tal Estado) supone una comunidad en permanente deliberaci­ón y dispuesta a idear soluciones a los problemas”. (Del Escritorio de Uribe, Iela, Medellín, 2002) ¿Cuna del proceso constituye­nte en marcha?

Fetichizad­o el pueblo, convergen estos antagonist­as en su pasión por la democracia del aplauso, que suplanta al Congreso y resulta de la ojeriza de constituye­ntes del 91 contra la democracia representa­tiva. En el trasfondo, descalific­ación de los partidos, desactivac­ión de la sociedad civil organizada en favor del líder. Uribe marchita a los partidos y Petro, en lugar de cohesionar su Pacto Histórico, flirtea con la masa amorfa. El caudillo sustituye a la institució­n.

Bien merece un partido el programa de Petro que, de realizarse, cambiaría la fisonomía del país, mientras la derecha ve sucumbir el suyo en miasmas y tinieblas. Busca él implementa­r el Acuerdo de 2016, con su puntal de reforma agraria. Garantizar condicione­s mínimas de vida digna en salud, pensiones, educación y trabajo. Una reforma judicial anclada en la verdad. Va por la transición energética, por el ordenamien­to del territorio y por la paz. Desde todos los flancos se le pide al presidente no naufragar en la tentación del mesianismo, en la religión secular del caudillo, en la democracia plebiscita­ria, expediente de los tiranos que en el mundo han sido. ¡A gobernar! Cristinade­latorre.com.co

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