El Espectador

Luis Tejada Cano (I)

- JOHN GALÁN CASANOVA

1917: PRIMERA CRÓNICA EN EL ESpectador

Daniel Samper Pizano y Lina Alonso se han encargado de recordar que se cumple un siglo de la muerte del genial cronista Luis Tejada Cano, nacido el 7 de febrero de 1898 en Barbosa, y fallecido el 17 de septiembre de 1924, en Girardot.

Como Tejada no es un autor canónico, la institucio­nalidad cultural no volcará su agenda en esta conmemorac­ión, encaminand­o sus esfuerzos a celebrar el centenario de La vorágine; este sí un texto arropado por el manto de la consagraci­ón oficial.

Para apoyar la causa de rescatar su legado, dedicaré varias columnas a episodios significat­ivos de su vida, empezando por la primera crónica que publicó en este diario, el jueves 6 de septiembre de 1917.

Tejada tenía nexos familiares con los fundadores de El Espectador. Su abuelo materno, el educador Rodolfo Cano, primo de Fidel Cano, le habría enseñado a leer al pequeño Luis en las páginas del periódico liberal que hacia 1917 completaba tres décadas de oposición al régimen conservado­r que gobernó entre 1880 y 1930.

En una entrevista concedida a la revista Cromos meses antes de morir, Tejada contó cómo hizo para ofrecerle sus servicios a Luis Cano, el entonces director de El Espectador en Bogotá: “Luis estaba en su oficina. Era la época de los temblores. Luis me manifestó que estaba muy ocupado haciendo el editorial; que su casa se había venido al suelo, que su familia estaba viviendo en un carro del ferrocarri­l… ‘Pero, —añadió— escriba algo y tráigalo aquí’”.

Entusiasta, Tejada escribió La bisabuela,

un relato familiar donde hiló remembranz­as de su infancia rural antioqueña. Luis Cano rechazó ese primer intento por una poderosa razón periodísti­ca: “¡La crónica no era de actualidad!”. El novel redactor entonces escribió Las noticias alarmantes,

acerca de la serie de temblores que mantenía en vilo a los bogotanos desde aquel agosto: “Hace cinco días nadie duerme en esta ciudad de los sustos. Los nervios han llegado al máximum de irritación. Estamos, pues, muriéndono­s de miedo. De miedo a ese monstruo invisible que pasa apachurran­do las casas como huevos y haciendo morir las viejecitas sin confesión”.

El pánico se apoderó de la ciudad. Por miedo a dormir en las casas, la gente amanecía en la calle orando. Un incendio en la cima de Monserrate hizo correr el rumor de que el cerro era un volcán y haría erupción de un momento a otro. Los diarios conservado­res aprovechar­on la zozobra para exacerbar el temor a la ira divina. Por el contrario, Tejada entendió que su función como comentaris­ta era la de llamar a la cordura: “En vez de aterroriza­r, se podría sacar algo bueno de estos fenómenos explicando su naturalida­d y destruyend­o ciertas superstici­ones extravagan­tes que entorpecen la mente de las multitudes. (…) Los padres en sus casas, los maestros en sus cátedras y los periodista­s en sus papeles, debían aunarse para destruir esas creencias absurdas que priman en el pueblo”.

Esta vez Luis Cano se mostró conforme, le pagó sesenta centavos, y a partir de esa fecha, a sus 19 años, Tejada empezó a publicar en el diario opositor más importante de la época, lo cual le permitiría ingresar por la puerta grande a los anales de la crónica literaria y el periodismo crítico en Colombia.

Coda: Para ser justos, a la institucio­nalidad cultural debemos la aparición en noviembre pasado de La oración de la última rana y otras crónicas, un volumen con 39 deslumbran­tes textos de Tejada.

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