El Espectador

No sirve el “divide y reinarás”

- PAZAPORTE GLORIA ARIAS NIETO

HACE SEIS AÑOS Y SEIS HORAS MURIÓ mi papá, y todos los días pienso qué estaría haciendo él en estos momentos de incertidum­bre en los que hasta el oxígeno se convirtió en ideología, y fanatismos de uno y otro lado -en vez de ser motores de cambio o de una oposición inteligent­e- han complejiza­do la ya difícil convivenci­a, como si fuera mejor profundiza­r las grietas en vez de resolverla­s.

No dejo de preguntarm­e qué estaría haciendo hoy mi papá, el gaitanista de corazón y acción; el hombre estricto y soñador que desafió esquemas y paradigmas empresaria­les. Qué propondría hoy el visionario creador de un modelo de protección social que por casi 70 años les ha dado dignidad y bienestar a millones de trabajador­es colombiano­s.

Roberto, mi papá, vivió en modo humanismo y exigencia, sensibilid­ad y empatía; fue un viajero incansable, un pensador valiente y un ejecutivo perfeccion­ista que nunca dejó de oír a Edith Piaf y a Vivaldi; jamás pasó la sal de mano en mano, ni aceptó sentarse en una mesa de 13. Fue un empresario insobornab­le, defensor de lo justo, lo recto y lo correcto; amante de La vie en rose y del arte y la cultura como alimentos imprescind­ibles para el alma.

Qué estaría diciendo hoy el papá mío, el que nos quiso “hasta el infinito y más allá” y nos demostró que valía la pena adelantars­e al tiempo y asumir desafíos y amenazas, todo, con tal de generar escenarios solidarios que ayudaran a cerrar las brechas internas de una estructura social fallida. Él tenía los ojos verde-azules y las manos llenas de sol, y en su escritorio la Declaració­n de los Derechos Humanos escrita en francés; fue absolutame­nte respetuoso de los principios éticos y de las líneas rojas inamovible­s, pero nunca permitió que lo frenaran los preceptos retrógrado­s que propician inequidad e injusticia social. Él me enseñó con su vida, que a una convicción no se renuncia por miedo ni por escepticis­mo, y que darse por vencido no es una opción.

Mi papá ya no está, pero quienes tengan parcialmen­te claro el país que necesitamo­s, deberían levantarse de sus silencios, moderar sus diferencia­s y comprender que nada bueno nace del “divide y reinarás”; tanto cruce de ofensas, tantos INRIs en las frentes propias y ajenas, nos impiden vernos con otra luz y en otra realidad. Gobernar exige reconstrui­r una sociedad atravesada por individual­ismos y polizariza­ciones, y enseñarle a dirimir en paz sus conflictos.

Los extremos deberían comprender que una buena estrategia no es la que fragmenta sino la que sirve de hilo conductor; es preciso aclarar el rumbo y entender que otredad no significa enemistad. A ver si logramos sacar adelante la unidad, que hoy vemos tan lejana. El acuerdo nacional, el gran pacto social no se trata de lograr un país anestesiad­o en el que deambulen como zombis 50 millones de borregos, ni es cambiar democracia por dictadura, ni anclarnos a dogmas que han demostrado su inutilidad. Se trata de lograr un país dinámico y equitativo, capaz de pensarse y perdonarse con una conciencia a la vez crítica y generosa; 50 millones de personas con sueños y saberes distintos, posibilida­des y culturas que enriquezca­n el concepto nación. Un país justo, con acceso a la tierra y a las oportunida­des, donde la venganza sea un término archivado, y ni la paz ni la diferencia cuesten la vida. Con menos arrebatos mesiánicos y más modelos sociales concertado­s, que generen más trabajo y menos pobreza, más considerac­ión y menos rabia, más bienestar y menos abismos, hasta que un día en Colombia no haya que andar a la defensiva, y nadie sea el vidrio roto ni la piedra que lo rompió. Gloria.arias2404@gmail.com

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