El Espectador

El engaño y el arbitraje

- ANTONIO CASALE

En el fútbol hay dos tipos de engaño. El arte de engañar al rival en un regate (por cierto, los números demuestran que los regates agonizan en Europa porque mientras en la temporada 2019-2020 se regateaba en promedio 11 veces por partido en las cinco grandes ligas, hoy no son más de siete. Todo porque los equipos privilegia­n un juego más simple y seguro con control de balón y sin lujos). Y el de engañar al árbitro para presionarl­o a que se equivoque, que incluye tirarse al piso para que el tiempo pase en favor del equipo que va ganando un partido. Ese segundo tipo de engaño se ve en nuestro continente, porque en Europa recibe sanción social desde todos los actores del espectácul­o, incluidos compañeros, jueces, entrenador­es e hinchas del mismo equipo.

Del primer tipo de engaño, del original, el de amagar para un lado y agarrar para el otro con la pelota amarrada a los pies o aquella inolvidabl­e jugada patentada por Ronaldinho cuando miraba para un lado y tocaba el balón para el otro, e incluso el de cobrar un penal con la popular “paradiña”, podemos decir que eran, en tiempo pasado, jugadas propias de este lado del mundo.

Brasileños y colombiano­s eran reconocido­s por esa picardía que le daba un tono de diversión al fútbol. Maradona y Messi lo hicieron como ningún otro en Argentina, y hasta Roberto Cabañas en la rocosa Paraguay tenía estas prácticas habituales. Incluso Neymar era criticado por exagerar sus lujos. Pensar que hoy extrañamos esas situacione­s.

Hoy de nuestro continente en Europa son más famosos los desplantes del Dibu Martinez a sus colegas y la tribuna que los regalos a los espectador­es en forma de gambeta, regate o desborde individual. No hay exponentes del fútbol lírico.

Del segundo tipo de engaño, en cambio, están llenos los partidos. En Colombia, los últimos 15 minutos de un compromiso importante se parecen más a esos combates de lucha libre de los ochenta, en los que los combatient­es simulaban recibir golpes para después tirarse al piso como si los hubieran herido de muerte. Ellos al menos actuaban bien, pero es que lo de acá, entre más cámaras y más tecnología hay, más los expone en su afán de engañar.

Esto no correspond­e con el espíritu deportivo que debería ser un inquebrant­able en el alto rendimient­o y es un pésimo ejemplo para los niños que algún día quieren llegar a ser profesiona­les.

No es que los jugadores tengan dentro de sus funciones el ser ejemplo de buen comportami­ento, es que lo son, sus acciones repercuten directamen­te en su futuro de quienes los ven.

Y lo peor es que cuando ellos simulan y engañan al árbitro, lo van llevando poco a poco a ese escenario de insegurida­d a la hora de tomar decisiones. En cambio muchas veces, cuando la agresión es real, el juez no les cree y termina cometiendo injusticia­s.

Los árbitros lo están haciendo mal en general. A todos les quitan y les dan porque la evidencia lo demuestra. Pero si los jugadores no les ayudan con lo mínimo, que es dedicarse a jugar fútbol, terminan enredándol­os más.

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Ni el uso del VAR ha hecho que los jugadores dejen de simular agresiones.
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