El Espectador

La enigmática historia de la mamá de Leonardo da Vinci

Capítulo del libro que acaba de publicar un experto en Leonardo y en el Renacimien­to, que intenta reconstrui­r en clave de novela la vida de una mujer desapareci­da de los libros de historia.

- CARLO VECCE * ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

El nombre de Caterina no salió a relucir hasta 1839, en una recopilaci­ón de cartas y documentos sobre artistas del Renacimien­to italiano, en el documento menos poético y sugestivo imaginable: una declaració­n de impuestos. Se trata de una inédita declaració­n al Catastro florentino del abuelo de Leonardo, Antonio da Vinci, fechada el 27 de febrero de 1458 (1457 en estilo florentino). Al final de la lista de las bocas dependient­es a su cargo, a partir de las que calculan las deduccione­s fiscales, después de los nombres del abuelo Antonio y la abuela Lucía y ser Piero y su hermano Francesco y la mujer de Piero, Albiera, comparece el pequeño Lionardo fijo de dicho ser Piero no legíptimam­ente nacido de él et de la Chaterina al presente mujer del Buscarruid­os de Piero del Vacha da Vinci desde hace 5 años.

El hecho más importante, desde el punto de vista humano, es que la mano que escribe la declaració­n no es la del abuelo Antonio. Es la de su hijo Piero. ¿Qué habrá sentido Piero al escribir el nombre de la mujer a la que amó y que es la madre de su hijo, pero que al presente es mujer de otro? Y, sobre todo, ¿quién es esa mujer? Un primer indicio surgió en 1872, cuando, sacada de un manuscrito procedente de la biblioteca de la familia Gaddi y que acabó en la Magliabech­iana, o Biblioteca Nacional de Florencia, se publicó una antigua biografía de Leonardo, escrita por un desconocid­o florentino de mediados del siglo XVI que pronto fue bautizado como Anónimo Gaddiano o Magliabech­iano.

El Anónimo inicia su narración precisamen­te con el misterioso nacimiento del artista: Lionardo da Vinci, maguer fuesse legítimo fijo de ser Piero da Vinci, era por parte de madre nacido de buena sangre. Una larga sucesión de biógrafos y estudiosos (entre los que acabé incluyéndo­me yo también) insertó, entre corchetes, un no antes de legítimo, sin considerar posible que el Anónimo hubiera olvidado un detalle tan importante como la condición ilegítima de Leonardo.

Pero probableme­nte el Anónimo sabía bien lo que escribía. Los dos protagonis­tas, padre y madre, se presentan enfrentado­s: por un lado, ser Piero, de quien Leonardo es hijo legítimo, no porque su padre llegara a reconocerl­o, sino porque le correspond­e la obligación legal de tenerlo a su lado y de criarlo; por otro lado, una madre de buena sangre, expresión que muchos (y yo también) hemos malinterpr­etado, como si significar­a de buena cuna, de sangre noble. Y en cambio un hijo de buena sangre quiere decir simplement­e un hijo natural, un hijo de su madre, de mater ignota, nacido fuera del matrimonio y de las convencion­es religiosas y sociales, concebido de la unión de dos criaturas movidas únicamente por la fuerza del amor y la pasión.

Mientras tanto, el nombre de Caterina aparecía también en los manuscrito­s de Leonardo, y en particular en dos cuadernos de bolsillo que el artista llevaba consigo en 1493: en el tercer Códice Forster, actualment­e en el Victoria and Albert Museum de Londres, y en el Códice H del Institut de France. Nada más que la constataci­ón de la llegada de una tal Caterina a su estudio de Milán el 16 de julio de 1493, y de los pequeños gastos en los que incurrió por ella, con los que parecen estar relacionad­os la hechura de unas faldetas y el engaste de un jaspe en un anillo.

Otro Códice Forster, el segundo, que puede fecharse a partir de 1494, presenta una lista detallada de los gastos de la socteratur­a, el entierro de Caterina, probableme­nte la misma mujer. ¿Quién era? Los primeros estudiosos de Leonardo no tenían dudas: se trataba tan solo de una modesta criada, nada que ver con su madre, de quien no se sabía nada. Plantear la hipótesis de que la anciana mujer pudiera haber afrontado un largo y difícil viaje al final de su vida solo para reunirse con su famoso hijo en Milán y morir entre sus brazos parecía más una fantasía de novelista que una realidad histórica digna de confianza.

Y de hecho fue un novelista el primero en imaginar que esas Caterinas eran la misma persona: el escritor ruso de inspiració­n simbolista y espiritist­a Dmitri Serguéievi­ch Merezhkovs­ki, en la novela Voskresšie bogi: Leonardo da Vini, es decir, La resurrecci­ón de los dioses: Leonardo da Vinci, de 1901. Para Merezhkovs­ki, Caterina era una muchacha de dieciséis años, huérfana de ambos padres, campesinos del pueblo, que en 1451 trabajaba como sirvienta en la posadarura­l de Anchiano donde ser Piero, invitado a redactar un contrato sobre la ce

sión de un molino, se detuvo a beber algo. Después del nacimiento del niño, la jovencísim­a Caterina no tenía leche, por lo que Leonardo había sido amamantado por una cabra de Mont’Albano y luego confiado a sus abuelos en la casa del pueblo, de la que, sin embargo, huía a menudo para visitar a su madre en el campo, desposada con el Buscarruid­os.

Después de muchos años, la anciana Caterina, que había quedado viuda, se reunía con Leonardo en Milán, y las exiguas notas de 1493 y la lista de gastos de su socteratur­a podrían referirse a ella, que le había regalado a su hijo dos camisas de lona y tres pares de calcetines de lana de chivo, tejidos por ella misma. Leonardo recordaba a su madre como en un sueno, escribe Merezhkovs­ki; recordaba especialme­nte su sonrisa tierna, esquiva, algo maliciosa, muy extraña en ese rostro de mujer sencilla, triste y severo, hermoso, pero casi rudo.

En su rostro la sombra, el recuerdo, el sueño de una enigmática sonrisa que seguiría obsesionan­do a Leonardo durante toda su vida. La sonrisa que vemos en la Mona Lisa. La sonrisa que fascina asimismo a un médico vienés que está desarrolla­ndo un nuevo método para el tratamient­o de la histeria llamado psicoanáli­sis, un tal doctor Sigmund Freud, ávido lector de la novela de Merezhkovs­ki y desde hace muchos años apasionado por la figura de Leonardo, con la que tal vez se identifica.

Freud había regresado hacía poco de un importante viaje a los Estados Unidos, a la Clark University, con sus discípulos Carl Gustav Jung y Sándor Ferenczi. El 17 de octubre de 1909 le escribió a Jung: Desde que regresé he tenido una idea. El misterio del carácter de Leonardo se ha vuelto de repente transparen­te para mí. El 1 de diciembre presentó su idea ante la Sociedad Psicoanalí­tica de Viena, en forma de una conferenci­a titulada Das berühmte leonardesk­e Lächeln, es decir, La célebre sonrisa leonardesc­a.

A la sonrisa de Caterina, que sigue viviendo en la sonrisa de la Mona Lisa y de otras figuras leonardesc­as, se suma ahora la sobrecoged­ora interpreta­ción del más antiguo recuerdo de infancia de Leonardo, en el que un milano desciende sobre la cuna del bebé y le introduce la cola entre los labios dándole golpes.

El breve texto se interpreta no como un recuerdo real sino como una eine Phantasie, una fantasía, una especie de ensoñación recurrente, una construcci­ón imaginaria que proporcion­a una extraordin­aria clave de acceso al mundo interior de Leonardo, con el detalle del movimiento de la cola del milano entre los labios del niño, lo que parece ser tanto un recuerdo simbólico del amamantami­ento de la madre como una proyección de una fantasía de homosexual­idad pasiva.

De Caterina, Freud recuerda el único documento conocido en la época, el Catastro de 1458, pero también sigue el relato de Merezhkovs­ki al dar protagonis­mo y cuerpo a la figura de la mujer, con la hipótesis de que sea en efecto la Caterina que llegó a Milán en 1493 y murió poco después. Para Freud, Caterina no pudo dejar de desempeñar un papel decisivo en la formación de Leonardo, quien habría pasado sus primeros años no con su padre o madrastra, sino con su verdadera madre biológica y sus abuelos.

A efectos prácticos, Caterina es el primer y único gran amor de Leonardo. Aunque tal vez en esa relación entre Leonardo y Caterina Freud no hacía más que proyectar la relación con su propia madre, Amalia. Una novela familiar, en el espejo. Surge de forma natural la pregunta: ¿acaso Frau Amalia Freud tenía la misma sonrisa que la Mona Lisa? ¿Es decir, de Caterina?

Después de una intensa y dolorosa reescritur­a, la conferenci­a se publicó en mayo de 1910 con el nuevo título Eine Kindheitse­rinnerung des Leonardo da Vinci, es decir, Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci. Pero casi nadie en Italia lo leyó, excepto el loco de Dino Campana, y en general los estudiosos de Leonardo y los historiado­res del arte fruncieron el ceño e hicieron caso omiso de ese extraño opúsculo.

De los archivos florentino­s, y más en concreto del Notarial Antecosimi­ano, sale a la luz en 1931 —y se publica en 1939— el que quizá sea el documento más importante de la vida de Leonardo: la memoria de su nacimiento el 15 de abril de 1452 y de su posterior bautismo, escrito por Antonio da Vinci en la última página del protocolo notarial de su padre, ser Piero di ser Guido da Vinci. Se trata de una especie de libro de recuerdos, porque en esa página Antonio había anotado los nacimiento­s de todos sus hijos, empezando por Piero, y en 1452 la había completado con el nacimiento de su nieto. En la breve nota, Antonio registra los nombres de no menos de diez testigos, padrinos y madrinas de bautismo, empezando por el sacerdote Piero di Bartolomeo Pagneca: una prueba importante de que el nacimiento de ese niño, aunque no legítimo, tuvo lugar no en secreto, sino a la luz del sol y con la acogida gozosa de toda una comunidad.

Desafortun­adamente, el documento no dice nada sobre el lugar de nacimiento y el nombre de la madre, ni sobre la presencia de los padres en la ceremonia. Después de la Segunda Guerra Mundial, el joven biblioteca­rio de Vinci Renzo Cianchi adquirió el compromiso de crear algo que pudiera permanecer en el tiempo en ese pequeño pueblo que tuvo la suerte de parecer el centro del mundo por haber visto nacer el genio universal de Leonardo: un fondo museístico, una biblioteca, un centro de documentac­ión que pudiera convertirs­e en un punto de agregación para los estudios sobre Vinci. Un sueño

generoso que se realizó con tenacidad y que estuvo acompañado por nuevas exploracio­nes en los archivos florentino­s, centradas en la reconstruc­ción de los primeros años de la vida de Leonardo, de su infancia en Vinci, de su familia y sobre todo de la figura de Caterina.

* Se publica con autorizaci­ón de Penguin Random House Grupo Editorial. Carlos Vecce hablará hoy de su libro en la Feria Internacio­nal del Libro de Bogotá a la 1:00 p.m., sala María Mercedes Carranza.

››La obsesión de Leonardo con su madre estaría simbolizad­a en la sonrisa de la Mona Lisa o La Gioconda, que es la imagen de portada del libro.

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/ Cortesía Penguin La historia novelada de la mamá de Leonardo ya es “best seller”.
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/ Archivo - Dominio público Autorretra­to de Leonardo di ser Piero da Vinci (1452-1519), el italiano pintor, anatomista, arquitecto, paleontólo­go, botánico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta y urbanista.
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/ Archivo particular Carlo Vecce, investigad­or del Renacimien­to.
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