Los nuevos caciques que definirán el poder en 2026
LA GENTE SE CANSÓ. MÁS O MENOS desde 2018, y debido a ese hartazgo ciudadano, se viene vislumbrando en Colombia una suerte de ruptura con las viejas formas clientelistas de hacer política. Los cuatro momentos electorales que hubo ese año así lo evidencian: la masiva votación de Antanas Mockus al Congreso, la debacle de Germán Vargas Lleras y sus maquinarias a la presidencia, la llegada de Gustavo Petro a la segunda vuelta presidencial, los más de diez millones de votos de la primera consulta popular anticorrupción del país sin buses ni tamales.
Ni qué decir de la memoria más reciente de los independientes que en 2019 vencieron a grupos corruptos en ciudades como Cartagena, Buenaventura y Cúcuta, y de la renovación de más de la mitad del Congreso y la llegada del desmovilizado de una guerrilla a la Casa de Nariño en 2022. Pero el sistema de clanes y mafias que domina en la periferia con ayuda del poder central es abrumador y persistente y, como es sabido, el año pasado de elecciones locales revalidó su dominio en las regiones, y con ese vigor promete seguir jugando en las siguientes legislativas y presidenciales.
Frente a ese panorama complejo, bien vale revisar cómo el tiempo y sus recomposiciones han hecho emerger en esas maquinarias rostros recientes o viejos conocidos, que se graduaron de grandes jefes, justamente, tras las regionales de 2023. Son los nuevos caciques de Colombia y es clave mapearlos porque serán ellos los que muy seguramente estarán liderando, de frente o en secreto, las movidas que definirán el poder en 2026.
En mirada breve para este espacio, el exsecretario general del Partido Liberal, Héctor Olimpo Espinosa, por ejemplo, es el nuevo mandamás de Sucre. Siendo él gobernador, su grupo repartió burocracia y pidió votos a contratistas para hacer llegar al Senado a su hermana Karina Espinosa con más de cien mil votos en 2022. Luego, el año pasado, se asoció con el cuestionado Yahir Acuña para mantener el control de la gobernación, por la vía de una vieja aliada: la hoy gobernadora Lucy García.
En Santander, con la venida a menos de Rodolfo Hernández y los Aguilar, al hablar de superpoder se dice Díaz Mateus. Ese es el clan que lidera Iván Díaz Mateus, exsenador condenado por la ‘Yidispolítica’, quien tiene asiento en la Cámara con su hermano Luis Eduardo Díaz Mateus y el año pasado logró ganar la gobernación en cabeza de su otro hermano: Juvenal Díaz Mateus.
Similar asunto ocurre con el todopoderoso gobernador de Córdoba Erasmo Zuleta Bechara, delfín y heredero del clan Bechara, que comenzó como un modesto grupo político y hoy es el reemplazo de los otrora poderosos senadores conocidos como los Ñoños. La maquinaria de Zuleta se quedó en estas regionales con 25 de 30 alcaldías cordobesas y maneja la Personería de Montería y la corporación ambiental del departamento (CVS). Además, tiene influencia en la Fiduprevisora, un botín burocrático nacional que el presidente Petro le entregó al Partido de La U, en donde milita la representante Saray Robayo Bechara, prima del mandatario Zuleta.
En Antioquia, el grupo del cuestionado exsenador Julián Bedoya, otro aliado del petrismo, se atribuye unas 20 alcaldías y cuenta con sillas en Senado y Cámara. Igual que el senador de La Guajira Alfredo Deluque, que no es aliado de Petro, pero también tiene una Cámara y el año pasado se quedó con la gobernación de su departamento y nueve de las 15 alcaldías guajiras.
Esta columna tendrá segunda parte. Por muerte o por líos, desaparecieron o se disminuyeron los Gerlein, los García, los Cotes. Pero los clanes no se acaban. Solo mutan.