El Espectador

Las informante­s de Tibú: cómo el Estado colombiano desató una ola de feminicidi­os

Esta investigac­ión de InsightCri­me explora cómo la práctica de las fuerzas de seguridad de reclutar mujeres vulnerable­s como informante­s desató una ola de violencia basada en género en Tibú, Norte de Santander.

- ALICIA FLÓREZ Y LARA LOAIZA

Los golpes en la puerta retumbaron en toda la casa. Jaime* abrió la puerta y se encontró con seis hombres armados que se identifica­ron como miembros del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y preguntaro­n por su esposa, Mar*.

El líder del grupo la acusó de ser informante del Ejército y le dijo que tenían la orden de asesinarla.

“Todo ocurrió muy rápido, no nos dieron tiempo de decir nada, de defenderme de lo que me acusaban”, recuerda

Mar sobre ese domingo de enero de 2021.

Comenzaron a golpearlos y los gritos atrajeron la atención de los vecinos, que pidieron explicacio­nes. La familia de Mar era conocida y no tenían problemas con nadie. Los hombres del ELN le perdonaron la vida, pero le advirtiero­n que debía quedarse en Tibú para responder al grupo.

Mar no fue la única mujer de Tibú en ser señalada por los grupos armados de ser informante. Entre 2020 y 2021, más de una decena de mujeres fueron asesinadas, otras desapareci­das y muchas más amenazadas y desplazada­s, luego de que las guerrillas descubrier­an un plan de las fuerzas de seguridad para infiltrar mujeres en sus filas.

La táctica empleada por las autoridade­s puso a muchas mujeres en la mira de las guerrillas. Sin embargo, las fuerzas de seguridad han negado su responsabi­lidad y las institucio­nes que debían protegerla­s de las guerrillas les fallaron.

Aprender a vivir en una zona de conflicto

Mar y Jaime emigraron de Venezuela en 2015. Con el tiempo, consiguier­on adaptarse a Tibú, pero también se dieron cuenta de que la vida allí estaba marcada por los grupos armados.

Desde la firma del Acuerdo de Paz con las FARC, en Norte de Santander, el ELN y la disidencia del Frente 33 se han fortalecid­o. Hoy, actúan como un gobierno paralelo que se encarga de patrullar las calles, imponer toques de queda y castigar a quienes rompen sus reglas.

A pesar de vivir bajo la sombra de los grupos armados, Mar y Jaime se esforzaron para salir adelante, pero en octubre de 2020 todo cambió. Una mañana, después de recoger su moto del taller, Rafael, su mecánico, la abordó para ofrecerle dinero. A cambio, debía brindarle informació­n sobre miembros de las disidencia­s de las FARC o del ELN. La oferta tomó por sorpresa a Mar, que solo acató a irse del local.

De camino a su casa, Mar y Jaime decidieron no volver a llevar su moto donde Rafael. “En Tibú nadie tiene secretos. Las milicias saben todo”, explicó.

Rafael volvió a insistir. En diciembre, llegó a la casa de Mar con un sobre lleno de dinero y le ofreció un salario si comenzaba a compartirl­e informació­n sobre ciertos guerriller­os. “Él sacó su teléfono y empezó a mostrarme fotos”, relató Mar. Eran fotos de los cabecillas del ELN y de las disidencia­s. Rafael le dijo que solo “tenía que llamarlo” si veía a alguno de estos hombres.

Mar rechazó de nuevo la oferta. Necesitaba el dinero, pero no estaba dispuesta a correr un riesgo tan grande. Antes de irse, Rafael lanzó una amenaza. Le dijo que no podía comentar esto con nadie, y si lo hacía, él la iba a acusar de ser colaborado­ra de las guerrillas.

Trabajos de alto riesgo

El intento de Rafael de reclutar a Mar fue parte de un plan de las fuerzas de seguridad para reclutar mujeres de Tibú como informante­s. Todo comenzó en agosto de 2020, cuando la fuerza pública conformó un grupo de siete mujeres para que infiltrara­n las guerrillas. A cambio de esto, les habrían prometido un salario y un contrato laboral. Las mujeres tenían un perfil particular, de acuerdo con fuentes de cooperació­n internacio­nal, funcionari­os locales y mujeres habitantes de Tibú, que hablaron bajo condición de anonimato dada la sensibilid­ad del tema.

Eran mujeres migrantes, jóvenes, sin empleo, sin familia en la zona o con niños pequeños y una apariencia particular, comentaron miembros de la cooperació­n internacio­nal que llevan años trabajando en el Catatumbo. Ambos han recibido testimonio­s de estos casos, pero pidieron no ser citados por no tener la autorizaci­ón para hablar sobre el tema.

El trabajo era sencillo: recolectar informació­n sobre los guerriller­os y transmitir­la a las fuerzas de inteligenc­ia. En diciembre de 2020, las siete mujeres habían logrado infiltrars­e en las guerrillas, explicaron los miembros de la cooperació­n internacio­nal, algunas por medio de relaciones sentimenta­les, otras trabajando en bares y billares que frecuentab­an los guerriller­os. Al tiempo, los miembros de las fuerzas de seguridad siguieron reclutando más mujeres en el pueblo.

Pero en Tibú las cosas se salieron de control. Fuentes que hablaron con InSight Crime entre 2021 y 2023 coincidier­on en que el grupo de siete mujeres fue descubiert­o.

Fotos de las mujeres acusadas de dar informació­n a la fuerza pública apareciero­n en videos de cadenas de WhatsApp en Tibú, en los que las tildaban de “putas” y buscaban justificar la violencia en su contra.

Una persona que conoció los casos de primera mano relató que, en diciembre de 2020, un guerriller­o encontró mensajes entre una de las mujeres y un miembro de la fuerza pública y descubrió la infiltraci­ón. La mujer logró alertar a las demás, pero fue demasiado tarde para ella. Se cree que fue asesinada. Los miembros de cooperació­n afirmaron que, supuestame­nte, las siete mujeres tenían instruccio­nes de qué hacer en caso de ser descubiert­as. Podían recurrir a la Iglesia, pero no a las autoridade­s. Las mismas fuentes confirmaro­n que aunque algunas lograron huir, otras fueron asesinadas o están desapareci­das. Además, algunos funcionari­os locales y personas cercanas a las fuerzas de seguridad aseguran que al menos una de las mujeres avisó a las autoridade­s sobre la filtración, pero desapareci­ó poco después. Tanto el ELN como las disidencia­s comenzaron a buscar a las mujeres sobre las cuales recaía alguna sospecha de ser informante­s, desatando una ola de violencia basada en género cuyas secuelas persisten. InSight Crime ha recopilado testimonio­s que apuntan a la desaparici­ón forzada de al menos cinco mujeres que colaboraba­n con la fuerza pública en la zona del Catatumbo desde inicios de 2021.

Fotos de las mujeres que fueron acusadas de dar informació­n a la fuerza pública apareciero­n en videos que rondaron como cadenas de WhatsApp en Tibú, en los que las tildaban de “putas” y buscaban justificar la violencia en su contra. Los videos también tenían un propósito adicional: recordarle­s a las mujeres de Tibú que los que deciden con quién pueden relacionar­se son los grupos armados.

Un reto de superviven­cia

Tras de ser acusada de ser informante, Mar y su familia permanecie­ron encerrados. Cinco días después, los miembros de la guerrilla volvieron. El comandante le dijo a Mar que su nombre había aparecido en una lista de mujeres informante­s y que Rafael, su supuesto mecánico, era en realidad un agente infiltrado. Le preguntaro­n por otras mujeres y amenazaron con hacerle daño a su familia, todo con el fin de que confesara. A Jaime también lo torturaron. Al escuchar los gritos, los vecinos volvieron a interceder por ellos.

Por segunda vez le perdonaron la vida, y en cuestión de minutos huyeron a Cúcuta.

En Cúcuta, Mar recurrió a varias institucio­nes, pero no obtuvo respuesta. Un tiempo después, ella y su familia decidieron volver a Tibú, pero el ELN llegó a su casa en cuestión de minutos. “Nos dijeron que si nos volvían a ver de nuevo nos matarían”, recuerda, así que no tuvieron más remedio que volver a Cúcuta.

Pronto comenzaron a recibir amenazas, y Jaime recibió una citación del ELN, que amenazó con declararlo objetivo militar. Sin encontrar más opciones, Mar y su familia decidieron volver a Venezuela, esperando poder rehacer su vida.

Los tentáculos de las guerrillas colombiana­s se extienden más allá de la frontera desde hace años. Y la tranquilid­ad que Mar y su familia buscaban fue interrumpi­da bruscament­e cuando miembros del ELN la reconocier­on. Mar pasó dos días secuestrad­a, y aunque logró escapar, estaba derrotada. Decidió jugar su última carta.

Entre las mujeres que habían salido de Tibú corría el rumor de que el ahora exsecretar­io de víctimas de Norte de Santander, Cristian Andrés Llanos, había ayudado a otras mujeres. Así pues, se dispuso a ir en busca de ayuda una última vez.

Se enciende una luz

Andrés recuerda que Mar estuvo esperándol­o por horas. Cuando entraron a su oficina, Mar le contó su situación: las ofertas del supuesto mecánico, las falsas acusacione­s, las torturas, el secuestro y los desplazami­entos.

Mar le recordó a Andrés las otras 18 mujeres que habían pasado por su oficina entre 2021 y 2022. “Estaban huyendo porque habían matado a unas mujeres que estaban acusadas de ser informante­s e infiltrars­e en los grupos armados y que ya estaban en un listado”, dijo Andrés. Sin embargo, cuando les explicaba que debían dejar una declaració­n por escrito, ellas decidían no denunciar.

A diferencia de las demás mujeres, Mar accedió hacer la denuncia, y hasta el momento, es la única que ha documentad­o su caso.

“Yo me voy oficina por oficina a hablar con casi todos. Les digo: ‘Venga, ¿ustedes no han leído noticias? Miren la cantidad de feminicidi­os. Tenemos una mujer viva, sobrevivie­nte, que se escapó, hay que activar las rutas’, pero las respuestas eran muy dilatorias”, recordó Andrés con frustració­n.

¿Quién paga los platos rotos?

En octubre de 2022, Mar y su familia habían huido al interior del país con la ayuda de Andrés, quien en ese momento había renunciado. Pero no pasó mucho tiempo antes de que Mar se sintiera vigilada.

“Ya siendo declarados objetivo militar teníamos la certeza de que aunque nos escondiéra­mos nos iban a conseguir”, contó Mar.

Fue hasta la Personería para realizar una denuncia, además de relatar, de nuevo, lo de Rafael, el ofrecimien­to de pasar informació­n de los grupos armados al Ejército, las amenazas y torturas.

Mar recuerda que al otro lado de la mesa solo encontró un silencio demoledor. La funcionari­a que tomó su declaració­n le sugirió, en voz baja, modificar algunas partes de su relato.

“Al ELN las que se fueron [de Tibú] no les interesa. Pero a la fuerza pública sí. Los mayores riesgos son de la fuerza pública, porque fue una estrategia grande”, le dijo a InSight Crime uno de los miembros de la cooperació­n internacio­nal.

Esto coincide con testimonio­s de exintegran­tes de la fuerza pública y habitantes de Tibú que conversaro­n con InSight Crime bajo condición de anonimato. Todos afirmaron que, para evitar generar interés, miembros de las fuerzas de seguridad intentaron intimidar a las mujeres o a cualquiera que quisiera denunciar el reclutamie­nto.

Paralelame­nte, la situación de Andrés también se ensombrecí­a.

Desde junio de 2022, un par de meses después de que tomara la declaració­n de Mar, comenzó a recibir amenazas.

“Siga insistiend­o con el tema de las viejas de Tibú y lo vamos a matar”, decía uno de los mensajes. En julio, hombres armados entraron a su casa en lo que parecía ser un robo, pero Andrés sospecha que estaban buscando los documentos del caso de Mar.

Desde ese momento y hasta noviembre, Andrés recibió más de cinco amenazas. Aunque presentó denuncias ante la Fiscalía y pidió apoyo a la Unidad Nacional de Protección, nunca obtuvo respuesta. Incluso cree que su esquema de seguridad fue infiltrado, pues las intimidaci­ones relataban hechos personales o aludían a su rutina.

A finales de 2022 recibió otra llamada de Mar y la ayudó a salir del país. Días después, él y su familia fueron amenazados de muerte. Ante esta situación, Andrés decidió salir del país y pedir asilo junto a su familia. Sin embargo, su proceso se ha visto dilatado y teme tener retornar a Colombia.

Mar sigue tratando de sanar las heridas que le dejaron dos años de violencia y desplazami­ento. Mientras tanto, los grupos armados continúan acusando a las mujeres y lideresas de Tibú de ser informante­s, y las amenazas y la impunidad persisten. Además, tras tres años de que la ola de feminicidi­os de Tibú atrajera la atención del país, la mayoría de los casos siguen sin ser esclarecid­os.

*Los nombres de los protagonis­tas fueron cambiados para proteger su identidad.

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/InsightCri­me La guerrilla del ELN y el frente 33 de las disidencia­s se disputan el control de la región del Catatumbo.
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