PosPetro: necesidad de una tecnocracia reformista
QUISIERA COMPLEMENTAR MI columna “PosPetro: necesidad de un orden sin fanatismo” (del 14 de mayo de 2023, donde sugería “repensar orden político, orden público y orden cultural para los cambios económicos y sociales”. Tras un año de observar los estropicios en varios sectores, la preocupación es de dónde saldrán las legiones de técnicos necesarios para recuperar y reformar instituciones y sectores.
A juzgar por la madurez actual de la generación que hizo las reformas del gobierno Gaviria (1990-1994), la resaca por el ideologismo estatista no se curaría con ideologismo “neoliberal”, tipo Milei. Ellos y algunos del gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002) mantienen una ascendencia intelectual sobre tecnócratas de administraciones más recientes y son pragmáticos de mercado. El clima parece ser de liberales realistas o mesurados, no de “neoliberales radicales”.
Sin embargo, no bastan los pocos tecnócratas visibles de quienes se sabe qué piensan porque opinan. La imposición de una lógica política populista de ruptura y el consiguiente debilitamiento técnico de Planeación Nacional, los ministerios, las comisiones de regulación y los departamentos administrativos, con pocas excepciones, ha implicado la expulsión de cientos de técnicos de estas entidades, lo que hará muy difícil los procesos de empalme y el rápido dominio de la situación por parte de las nuevas administraciones.
Si ya teníamos una notoria debilidad técnica en la rama ejecutiva del Estado, el reto de 2026 será descomunal, agudizado por la variable tiempo. En Colombia, los partidos no llegan al gobierno sabiendo qué hacer: primero, por su flojera programática, y segundo, porque su organización personalista no fomenta la formación de suficientes “cuadros” o líderes con formación política, intelectual y técnica.
Los partidos no garantizan una continuidad de ideas y de personal en la dirección (o en la oposición) de las políticas públicas por debajo de los vaivenes del ciclo electoral, por lo que cada gobierno tiene un aspecto de nuevo comienzo, con un horizonte corto de menos de cuatro años efectivos. Esta realidad después de Petro será más exigente y llegar, como en el pasado, a ver qué se puede hacer en la realidad y a aprender resultará todavía más costoso.
Las crisis sectoriales que se recibirán ameritan que desde ya se conformen y preparen las tecnocracias que eventualmente se harán cargo. Los partidos políticos reciben financiación permanente de los contribuyentes y bien harían en prepararse para prestar de modo óptimo su principal servicio: gobernar. Los gremios y los tanques de pensamiento, que ya vieron las consecuencias de ciertas ideas, tal vez se animen a sumar esfuerzos para elaborar programas pragmáticos sectoriales que le sirvan a cualquier gobierno de una muy probable alianza político-electoral. Algo parecido ha comenzado a ocurrir en el subsector de la educación superior.
Estos programas tendrían consensos fundamentales y disensos, según preferencias por el alcance y la velocidad de las reformas. Activar la imaginación política es más urgente que nunca.