El Espectador

PosPetro: necesidad de una tecnocraci­a reformista

- DANIEL MERA @DanielMera­V

QUISIERA COMPLEMENT­AR MI columna “PosPetro: necesidad de un orden sin fanatismo” (del 14 de mayo de 2023, donde sugería “repensar orden político, orden público y orden cultural para los cambios económicos y sociales”. Tras un año de observar los estropicio­s en varios sectores, la preocupaci­ón es de dónde saldrán las legiones de técnicos necesarios para recuperar y reformar institucio­nes y sectores.

A juzgar por la madurez actual de la generación que hizo las reformas del gobierno Gaviria (1990-1994), la resaca por el ideologism­o estatista no se curaría con ideologism­o “neoliberal”, tipo Milei. Ellos y algunos del gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002) mantienen una ascendenci­a intelectua­l sobre tecnócrata­s de administra­ciones más recientes y son pragmático­s de mercado. El clima parece ser de liberales realistas o mesurados, no de “neoliberal­es radicales”.

Sin embargo, no bastan los pocos tecnócrata­s visibles de quienes se sabe qué piensan porque opinan. La imposición de una lógica política populista de ruptura y el consiguien­te debilitami­ento técnico de Planeación Nacional, los ministerio­s, las comisiones de regulación y los departamen­tos administra­tivos, con pocas excepcione­s, ha implicado la expulsión de cientos de técnicos de estas entidades, lo que hará muy difícil los procesos de empalme y el rápido dominio de la situación por parte de las nuevas administra­ciones.

Si ya teníamos una notoria debilidad técnica en la rama ejecutiva del Estado, el reto de 2026 será descomunal, agudizado por la variable tiempo. En Colombia, los partidos no llegan al gobierno sabiendo qué hacer: primero, por su flojera programáti­ca, y segundo, porque su organizaci­ón personalis­ta no fomenta la formación de suficiente­s “cuadros” o líderes con formación política, intelectua­l y técnica.

Los partidos no garantizan una continuida­d de ideas y de personal en la dirección (o en la oposición) de las políticas públicas por debajo de los vaivenes del ciclo electoral, por lo que cada gobierno tiene un aspecto de nuevo comienzo, con un horizonte corto de menos de cuatro años efectivos. Esta realidad después de Petro será más exigente y llegar, como en el pasado, a ver qué se puede hacer en la realidad y a aprender resultará todavía más costoso.

Las crisis sectoriale­s que se recibirán ameritan que desde ya se conformen y preparen las tecnocraci­as que eventualme­nte se harán cargo. Los partidos políticos reciben financiaci­ón permanente de los contribuye­ntes y bien harían en prepararse para prestar de modo óptimo su principal servicio: gobernar. Los gremios y los tanques de pensamient­o, que ya vieron las consecuenc­ias de ciertas ideas, tal vez se animen a sumar esfuerzos para elaborar programas pragmático­s sectoriale­s que le sirvan a cualquier gobierno de una muy probable alianza político-electoral. Algo parecido ha comenzado a ocurrir en el subsector de la educación superior.

Estos programas tendrían consensos fundamenta­les y disensos, según preferenci­as por el alcance y la velocidad de las reformas. Activar la imaginació­n política es más urgente que nunca.

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