El Espectador

Lombana: jueza a la que le falta el juicio

- CECILIA OROZCO TASCÓN

EN SEPTIEMBRE DE 2018, LA CORTE Suprema eligió a los magistrado­s que conformarí­an la nueva Sala Especial de Instrucció­n, o de primera instancia, conformada para investigar a los congresist­as o excongresi­stas con fuero (ver web). De ese modo, Colombia se acopló al estándar internacio­nal de justicia que exige que los procesados dispongan de dos posibilida­des (con una segunda instancia) para oponerse a los fallos que consideren arbitrario­s o errados. Ese día, una de los seis elegidos fue Cristina Eugenia Lombana, mayor del Ejército. Era una selección rara porque los uniformado­s tienen su propia jurisdicci­ón: la Justicia Penal Militar; pero, sobre todo, porque mientras están activos no pueden juzgar a los civiles: una norma fundamenta­l en las democracia­s. Pese a merecer debate jurídico, el asunto pasó sin mucha atención pública hasta seis meses después (marzo de 2019) cuando el periodista Daniel Coronell contó en su columna, que tituló “La calladita”, que la mayor Lombana había ocultado que trabajó en la oficina del abogado Jaime Granados, apoderado principal de Álvaro Uribe en el caso de soborno a testigos y fraude procesal. La Sala en que la jueza militar ya laboraba tenía que asumir como parte de sus funciones ese proceso, como, en efecto, lo hizo. En esa situación, la omisión de Lombana era grave porque significab­a esconder un gigantesco impediment­o (ver web).

No contenta con su gran suerte en el terreno de la impunidad que la protege, cuando sus colegas de la Sala de Instrucció­n decidieron separarla del proceso Uribe, peleó como gato panza arriba e interpuso contra ellos una tutela. El Consejo de Estado le bajó los humos y le ordenó mantenerse lejos. Sin embargo, días antes de la Navidad de ese mismo 2019, Lombana, quien no respeta los límites de la ley, se autoadjudi­có un caso sacado del sombrero de un mago: un supuesto anónimo que llegó a su correo y que presuntame­nte involucrab­a a uniformado­s en labores de inteligenc­ia para entregarle datos a Uribe Vélez, fue suficiente para que ella ordenara allanar unas instalacio­nes militares (ver web). Más adelante, algunos medios y periodista­s revelamos otros abusos y extralimit­aciones de este esperpento con toga.

Y, ahora, lo que faltaba: denuncia penal en contra de Lombana por acoso laboral, maltratos, humillacio­nes y por acusar a priori, basada en prejuicios y odio, a un grupo de policía judicial que apoya las labores de la Sala de Instrucció­n. La magistrada se autoerigió en investigad­ora, acusadora y juez, todo en una, y ya condenó a la coordinado­ra del CTI de la Fiscalía Luz Merly Acevedo. Lombana no tiene pruebas: especula con base en sus maliciosos deseos y les exige a sus colegas botar a Acevedo y a los agentes (ver web). La funcionari­a le relató a la Comisión de Acusacione­s de la Cámara, en donde presentó queja contra la togada, que la insultó con epítetos denigrante­s y que, por tercera vez, la amenazó con denunciarl­a por apropiarse de $87 millones en viáticos. “Esa señora (la coordinado­ra) no tiene autorizaci­ón de moverse de su escritorio”, ordenó Lombana limitando hasta el derecho de movilidad de una servidora pública que ha sido destacada por su buena gestión durante 27 años. Energúmena y descontrol­ada, la mal investida togada citó a una segunda reunión, con policías en la puerta, a los agentes dirigidos por Acevedo para instarlos a denunciar a su jefa. También los trató a gritos y los puso en la picota. Una de las funcionari­as le solicitó explicar por qué su nombre estaba incluido en una “investigac­ión”. Lombana, oronda, le contestó (de acuerdo con el relato de los agentes): “No se preocupe. Yo tengo 43 investigac­iones desde cuando fui jueza de instrucció­n. Y aquí estoy”. Cinismo cierto: esta señora abusa, maltrata, califica, descalific­a, procesa o deja de procesar, retrasa o acelera las decisiones. Haga lo que haga, nadie la investiga.

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