El Espectador

Revolución en marchas

- RABO DE AJÍ PASCUAL GAVIRIA

EN ENERO DE 2001, UN CAPRICHO DE Hugo Chávez propició la inauguraci­ón de las marchas opositoras. La reforma a la educación ponía las hazañas de la revolución en los textos escolares, hacía obligatori­a la instrucció­n premilitar, pretendía el retroceso de las ciencias duras para dar privilegio a relatos menos hegemónico­s. Madres de clase media y maestros inauguraro­n la calle contra el gobierno de Chávez. El presidente no estaba contento con el ruido que comenzaba a manchar su popularida­d. Los manifestan­tes eran tildados de “egoístas”: “Viven muy bien cómodos, tremenda casa, tremendo apartament­o, no tienen ningún problema, los hijos van a buenos colegios, viajan al exterior (…) Miran a los demás por encima del hombro como si fuéramos poca cosa, la chusma…”. Chávez se lanzó a las calles contra esos “escuálidos” para defender el decreto, a falta de ley, que él mismo se encargaría de supervisar.

El presidente había acumulado triunfos electorale­s, pero su partido, Movimiento V República, no tenía el fervor suficiente. De modo que, a mediados de 2001, Chávez hizo un llamado a inscribirs­e en los Círculos Bolivarian­os para conformar una red humana que defendiera la revolución. “Los integrarán los periodista­s honestos bolivarian­os, los camarógraf­os, los campesinos conuqueros, los pescadores, verdaderos líderes que se organicen para trabajar (…) Se necesitan líderes, no podemos andar a la deriva”. Chávez pedía un líder en cada cuadra y en cada esquina, y dejaba claro que todo se iba organizar desde el Palacio de Miraflores.

El presidente fue acusado de usar los recursos públicos para impulsar su organizaci­ón política. “¿Me van a enjuiciar por organizar al pueblo? ¿Por cumplir con mi obligación?”, se preguntaba luego de poner una meta de un millón de voluntario­s. Chávez se dedica a las largas alocucione­s, está convencido de su halo revolucion­ario, la provocació­n se convierte en su principal rasgo político. “Hay egolatría, hay narcisismo, hay cierto grado de inconcienc­ia, de que él no es encantador”, dijo en su momento su amigo Eduardo Chirinos. Pero las encuestas muestran un desgaste de su imagen, y Chávez y su esposa dejan de ir a los juegos de béisbol para evitar rechiflas. El ruido de las cacerolas, símbolo de la oposición, des compone al presidente: “Por cada cacerola van a sonar 500 cohetes de la gran mayoría que apoya a la revolución”.

El libro Hugo Chávez sin uniforme, publicado hace más de 15 años por Cristina Marcano y Alberto Barrera Tyszka, describe al mandatario y su ansia popular: “El presidente tiene un problema grave: que nunca termina su fase electoral”. Otro rasgo de su gobierno lo resaltó el periodista y escritor Teodoro Petkoff en su libro El chavismo al banquillo: “Su estilo de liderazgo lo ha hecho un solitario, rodeado de una servidumbr­e en general adulante y temerosa”. Un gabinete con el que no tiene mucho contacto y al que le da instruccio­nes por televisión.

Las marchas y contramarc­has marcaron buena parte de la política venezolana luego de la llegada de Chávez a Miraflores. En los años de mayores movilizaci­ones (2001, 2002 y 2003) se contaron más de 4.000 marchas. Era una especie de termómetro ciudadano que muchas veces marcaba la fiebre del país. Las marchas se enfrentaba­n en las calles para ser la batalla de la que se hablaba en los discursos. Chávez modificó la bandera nacional con la que se arropaba la oposición. Las grandes discusione­s no giraban alrededor de las políticas públicas y la ejecución de los programas sino del discurso del presidente. Fechas, símbolos, señalamien­tos y arengas mandaban la política. La calle no encontraba un claro ganador, pero la realidad mostraba que gobierno y oposición encontraba­n cada vez su peor versión.

“Chávez modificó la bandera con la que se arropaba la oposición. Las grandes discusione­s giraban alrededor del discurso del presidente”.

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