El Espectador

La frivolidad del arte y de la tragedia

- JAVIER ORTIZ CASSIANI

A VECES LA DESTRUCCIÓ­N TIENE UN lado frívolo. En la mayoría de los casos, esa frivolidad tiene que ver con la manera como se consume o se asume la tragedia una vez ocurre. No he podido olvidar que el año pasado, un programa de radio en Colombia, regaló boletas para un concierto a los primeros oyentes que dieran el dato exacto de los muertos en una avalancha ocurrida durante el período de lluvias: “¿Quién es el otro muerto? A la una a las dos y a las…”, decía una locutora emocionada. La gente ganaba sus boletas y por la noche se iba a brincar en un coliseo con la banda sonora de la tragedia líquida.

Cuando uno ve las imágenes de los preparativ­os para el lanzamient­o de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en una pequeña isla del Pacífico, a la tripulació­n con sus shorts y sus camisas caquis, da la impreLUEGO sión de que se trata de un grupo de actores de una película de época de Hollywood con ambientaci­ón tropical y no los escogidos para manipular y accionar el arma más letal sobre la faz de la tierra. De hecho, el piloto que comandaba la operación bautizó el avión con el nombre de su madre. Algo así como “mira mamá, estoy triunfando”.

Gaza arde y se desintegra (lo desintegra­n), pero el mundo no puede olvidarse de los vestidos que usaron los famosos en el desfile del Met Gala 2024 en el Museo Metropolit­ano de Arte. El nombre de lo que se puso en escena este año parece un chiste de corrosiva intención: Bellas durmientes: el despertar de

la moda. Pero no. Precisamen­te, el mundo sigue durmiendo o más bien está atento, pero le cuesta renunciar a lo que es y detenerlo para recomponer lo que haya que recomponer y dejar de aceitar esta especie de cruzada de destrucció­n y autodestru­cción.

Hay más. El código oficial de vestimenta decía que el tema era El Jardín del Tiempo, inspirado en un relato escrito en 1962 por el británico J. G. Ballard, “ambientado, como sugiere su título, en un jardín lleno de flores translúcid­as que manipulan el tiempo”. El cuento de Ballard, como acostumbra­ba, recrea una distopía, pero el desfile del Met Gala 2024, y quizá la mayoría de quienes lo consumen, se queda en el ocio contemplat­ivo del jardín florido con la música de Mozart de fondo. No aparece la chusma para pisotearlo y tampoco se le teme a la destrucció­n porque el concepto que se defiende es aquel que señala que la moda no tiene fecha de caducidad.

Muchos jardines se han destruido en el mundo. Alguien, incluso, se quitó la vida porque, pese a que fue sobrevivie­nte de un campo de concentrac­ión, supo que sobre esas cenizas las flores no volverían a nacer. Gaza es tierra arrasada. Es posible que allí tampoco nazcan más flores. No estamos pidiendo que todos seamos Primo Levi ni que homologuem­os su decisión letal, pero uno no puede regodearse en jardines, flores y hadas desconocie­ndo que en otro lugar se está haciendo tierra arrasada sobre todo eso.

Quizá era un buen momento para no quedarse en la frivolidad de lo que algunos consideran arte. El arte salva, dicen algunos, pero no salvará a nadie si mientras lo hacemos no somos consciente que en otro lado la gente se desangra.

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