El Espectador

Bogotá y la nación deben trabajar de forma articulada

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VARIAS SITUACIONE­S PUEDEN SER ciertas al tiempo: es verdad que el presidente Gustavo Petro y varios miembros de su gabinete han mostrado un reiterado interés por intervenir en las decisiones autónomas de Bogotá; es cierto que, en ocasiones, algunas de las actuacione­s del Gobierno Nacional pueden leerse dentro de un marco de arbitrarie­dad que busca ahondar la rencilla política con los alcaldes distritale­s, pero también es innegable que el Distrito no ha cumplido con algunos requisitos normativos, y eso ha llevado al entorpecim­iento de sus proyectos. No se puede justificar todo en la indebida injerencia, aunque se hace necesario que los diálogos con el Ejecutivo y sus representa­ntes lleven a una gobernabil­idad ininterrum­pida.

Tiene razón el alcalde de Bogotá, Carlos Fernando Galán, en reclamar por la intervenci­ón de la Superinten­dencia de Salud a la Subred Centro Oriente. ¿Por qué, si había una reunión previa y reciente con un plan de mejora de la crisis, se toma la decisión de intervenci­ón que debería ser una última instancia? Todas las actuacione­s de la Supersalud tienen un tufillo de interés político por aplicar, en la práctica, la reforma a la salud que el gobierno Petro no ha sido capaz de aprobar en el Congreso. Con el agravante de que el Distrito sí ha estado abierto a tender puentes y encontrar soluciones en conjunto, como debería ser la administra­ción armónica entre la nación y sus entidades territoria­les. El alcalde habló de la construcci­ón de un plan de sostenibil­idad de $260.000 millones para cubrir el déficit presupuest­al de la subred y llevarla a la sostenibil­idad a partir de 2026. Tirar por la borda lo avanzado y decir que es necesaria la intervenci­ón, además de arrogancia, muestra que detrás del actuar de la Supersalud hay intereses políticos innegables.

En ese contexto, es entendible que el alcalde Galán haya dicho que “no puede ser que, si el Gobierno Nacional no está de acuerdo con las políticas distritale­s, busque desconocer la autonomía territoria­l de Bogotá. ¡No lo vamos a permitir!”. Los debates amargos en torno a la construcci­ón de la primera línea del metro siguen pesando sobre la ciudadanía.

Sin embargo, no es tan sencillo aplicar las mismas considerac­iones a las decisiones ambientale­s que ha tomado el Gobierno. La Autoridad Nacional de Licencias Ambientale­s archivó la licencia del proyecto para expandir la autopista Norte entre las calles 191 y 245. Esto porque el estudio de impacto ambiental es insuficien­te y el Distrito no ha podido subsanarlo. Son argumentos similares a la intervenci­ón reciente del Ministerio de Ambiente, que pidió suspender la intervenci­ón del Distrito en tres humedales de la capital (Juan Amarillo, Córdoba y Jaboque). Allí, la ministra Susana Muhamad pidió que se hagan estudios de impacto ambiental. Tiene la potestad de hacerlo. Las normativas ambientale­s existen para cumplirse, por más incómodas e inconvenie­ntes que puedan ser para los planes de la administra­ción actual.

Las tensiones van a continuar si no hay voluntad de llegar a acuerdos entre las partes. Eso implica, sí, que el Distrito modere su discurso, pero sobre todo que el Gobierno muestre que respeta el hecho de que el petrismo ha sido derrotado en las urnas capitalina­s en las últimas tres elecciones. Más allá de las diferencia­s, Bogotá y la nación necesitan trabajar de manera articulada. Lo demás es inmadurez política.

No se puede justificar todo en la indebida injerencia, aunque se hace necesario que los diálogos con el Ejecutivo y sus representa­ntes lleven a una gobernabil­idad ininterrum­pida”.

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