Menos condescendencia y más reverencia
LAS MOVILIZACIONES ESTUDIANTILES de los Estados Unidos están más cerca de la pandemia de Covid-19 que de Vietnam y las protestas del 68. Si algo las define, además de la estética de la máscara, es la comunicación inmediata y global que suponen las redes sociales.
Entre sus críticos están los que las califican de antisemitas por sus cánticos y lo que algunos de estos suponen para la existencia del Estado de Israel. Sin duda, un punto que merece ser discutido. Otros las consideran de niñitos ricos y gringos, revoltosos, sin mucho más que hacer que jugar a la revolución y la empatía de las emociones fáciles, desatada por el bombardeo de imágenes explícitas de dolor. Unos y otras los tildan de borregos. Y otros de tontos útiles, si no es que amigos de Hamás.
Cualquiera sea el argumento de fondo frente al movimiento que se tomó las universidades de los Estados Unidos y se trasladó, en los últimos días, a ciudades europeas, su común denominador es el desconocimiento total con que tratan a los jóvenes que protestan. No se trata únicamente del carácter condescendiente con que se le mira y trata a una generación entera. Es algo peor: la ignorancia. Y con esta, la deshonestidad intelectual con que se le encasilla.
Entre los profesores que sí se han tomado la molestia de acompañar a los estudiantes hay quienes hablan incluso de un movimiento social. Para nadie es fácil identificar lo que los mueve a hacer lo que hacen. Pero tampoco es imposible rastrear sus ansiedades y luchas. Esta es la generación que vive con más desesperanza y urgencia la crisis climática. Es la misma que después de denunciar el abuso policial y de nutrir el movimiento ‘Black Lives Matter’, pasó a derribar monumentos y esculturas de origen colonial. Es la generación que le dio continuidad al activismo de género. La del estallido social, chileno y colombiano. La que grita “no” a un genocidio.