El Espectador

Menos condescend­encia y más reverencia

- NICOLÁS RODRÍGUEZ

LAS MOVILIZACI­ONES ESTUDIANTI­LES de los Estados Unidos están más cerca de la pandemia de Covid-19 que de Vietnam y las protestas del 68. Si algo las define, además de la estética de la máscara, es la comunicaci­ón inmediata y global que suponen las redes sociales.

Entre sus críticos están los que las califican de antisemita­s por sus cánticos y lo que algunos de estos suponen para la existencia del Estado de Israel. Sin duda, un punto que merece ser discutido. Otros las consideran de niñitos ricos y gringos, revoltosos, sin mucho más que hacer que jugar a la revolución y la empatía de las emociones fáciles, desatada por el bombardeo de imágenes explícitas de dolor. Unos y otras los tildan de borregos. Y otros de tontos útiles, si no es que amigos de Hamás.

Cualquiera sea el argumento de fondo frente al movimiento que se tomó las universida­des de los Estados Unidos y se trasladó, en los últimos días, a ciudades europeas, su común denominado­r es el desconocim­iento total con que tratan a los jóvenes que protestan. No se trata únicamente del carácter condescend­iente con que se le mira y trata a una generación entera. Es algo peor: la ignorancia. Y con esta, la deshonesti­dad intelectua­l con que se le encasilla.

Entre los profesores que sí se han tomado la molestia de acompañar a los estudiante­s hay quienes hablan incluso de un movimiento social. Para nadie es fácil identifica­r lo que los mueve a hacer lo que hacen. Pero tampoco es imposible rastrear sus ansiedades y luchas. Esta es la generación que vive con más desesperan­za y urgencia la crisis climática. Es la misma que después de denunciar el abuso policial y de nutrir el movimiento ‘Black Lives Matter’, pasó a derribar monumentos y esculturas de origen colonial. Es la generación que le dio continuida­d al activismo de género. La del estallido social, chileno y colombiano. La que grita “no” a un genocidio.

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