El Espectador

La Derecha, tres décadas del rock que nació en un garaje de Bogotá

- DANIELA SUÁREZ ZULUAGA dsuarez@elespectad­or.com

La banda bogotana celebra 30 años de trayectori­a con el relanzamie­nto de su álbum homónimo, que vio la luz en 1994 con temas como “Ay qué dolor”, “Desnudos” y “Laguna Azul”. Entre idas y venidas, su música sigue vigente dentro de la escena rockera del país. Presentan, remasteriz­ado, su primer trabajo musical.

“Estos discos que hicimos en los 90 fueron nuestra vida. En el primero, “La Derecha” (1994), nos demoramos un año grabando en un garaje, y en el segundo, “Balas de bebé... y otras canciones de cuna” (1996), nos tomó dos años. Recordamos esos momentos con mucho cariño, porque actualment­e el mundo está sumergido en la inmediatez, nosotros sí teníamos tiempo para hacer las cosas”, dijo Mario Duarte, vocalista de la banda bogotana, en entrevista para El Espectador. Mario y Josué Duarte y Juan Carlos “Chato” Rivas hoy celebran su legado en la historia del rock colombiano y recuerdan que La Derecha es uno de esos referentes de aquellas bandas alternativ­as que sonaban en los 90, junto a Aterciopel­ados, 1280 Almas, Bajo Tierra, entre otros.

Son consciente­s de que han tenido que acoplarse al nuevo ritmo de la industria y cuentan que han tenido que asumir el rol de fotógrafos y diseñadore­s, incluso como mánager de su propia banda. Aun así siguen haciendo música, porque eso es lo que les mueve el alma. Aceptan que extrañan los discos físicos y todo el trabajo detrás del concepto de un álbum musical, pero reconocen los avances de la tecnología. Son nostálgico­s, pero no necios en contra de la evolución.

“En nuestra época, en los 90, el disco físico todavía tenía mucho impacto. Ahora tener la música en plataforma­s hace que uno no alcance a escucharla toda. Por el lado de la producción veo que hay una escena muy fuerte que sigue creando, y ese es un punto importante, porque es algo que no muere. Surgir, mantenerse y vivir de la música es lo complicado, porque ahora toca hacer muchas cosas que no tocaba hacer antes”, asegura “el Chato”, quien además hace un panorama de la escena rockera en el país. Afirma que eventos como el Estéreo Picnic y Rock al Parque han ayudado a conservar la esencia del género visibiliza­ndo a los nuevos exponentes.

Muchos no lo saben, pero Rock al Parque, el festival musical gratuito más grande de todo el continente, se creó por iniciativa de Mario Duarte, quien recuerda que este evento se hizo partiendo de la necesidad de convocar a la gente alrededor de la música y dejar a un lado las diferencia­s. En el escenario de las primeras ediciones del Rock al Parque, además de La Derecha, se presentaro­n Aterciopel­ados, Minga Metal, Los Tetas, La Pestilenci­a, Kraken, Todos Tus Muertos y otras bandas que eran parte de la escena del rock local y latinoamer­icano.

Canciones como “Ay qué dolor” (que ocupó el segundo puesto en el listado de las 50 Grandes Canciones Colombiana­s de la revista “Rolling Stone”), “Lola” y “Desnudos” se escucharon en el festival y también en este disco, que hace 30 años innovó con un estilo rockero mezclado con sonidos latinos e influencia­do por bandas internacio­nales como The Clash.

“El Chato” afirmó que esos sonidos latinos del álbum no fueron premeditad­os y aclaró que llegaron de manera orgánica gracias a las congas que implementó el percusioni­sta de La Derecha en ese momento, Carlos Olarte, conocido como “Panelo”. Aunque eran una banda de rock, todos los integrante­s escuchaban géneros distintos como la salsa, el funk y el chucu chucu. De todas esas influencia­s que tenían, y con las que crecieron en sus casas, llegó la idea de crear ese sonido que les puso un sello y un lugar en la historia del rock nacional.

De este álbum todos rescatan ese “sonido de garaje” que daba un toque especial a las canciones de la época, precisamen­te porque lo grabaron ahí, en el garaje, donde ensayaban juntos cuando eran jóvenes y tenían las ganas de comerse el mundo a punta de rock. La remasteriz­ación mejoró el sonido, pero no la esencia.

Luego de siete años juntos con su alineación original, con Francisco Nieto, la banda se separó en 1997. Fue una despedida “un poco accidentad­a”, según cuenta “el Chato”. Todos tomaron caminos distintos y se dedicaron a otras cosas.

Mario Duarte encontró en la actuación un camino. Es recordado, entre otros, por interpreta­r a Nicolás Mora en “Yo soy Betty, la fea”, a Dagoberto García en “Francisco el matemático” o a Vladímir Fernando Molina “El Mil Amores”, y en “La hija del mariachi” “el Chato” se dedicó a la producción musical. Lo curioso es que mucha gente no sabe que La Derecha se disolvió durante más de 10 años.

“A mí me parece genial que la gente piense que La Derecha nunca se ha separado. La verdad es otra, porque hemos tenido muchas idas y venidas motivadas por nuestras vidas individual­es. Hay momentos en los que tenemos apagado el motor que une la amistad con el rock y la música. Es muy chévere no tener la presión de estar obligados a hacer algo, porque lo que me inspira a mí a trabajar es la posibilida­d de tener algo para mostrar”, dijo Mario Duarte.

La Derecha celebró sus 30 años con dos fechas “sold out” en el Astor Plaza, el 26 y 27 de abril. Se reencontra­ron con un público distinto, repleto de generacion­es diferentes. “Claro, el público ha cambiado, y nosotros también hemos cambiado. Recordar es vivir, pero más allá de eso reconocemo­s que la gente joven es parte de la nueva etapa, de todo lo que hicimos cuando volvimos en 2010, de “El puñal”, de todo el álbum “Polvo eres”, señaló Josué Duarte.

Para Mario Duarte, Josué Duarte y Juan Carlos “el Chato” Rivas, hacer música no es una imposición, lo hacen porque quieren y porque pueden. Esta celebració­n es solo un reconocimi­ento a su trabajo, su sonido y la huella que ha dejado La Derecha en la música. Aunque han pasado 30 años desde el lanzamient­o de este álbum, escuchar “por mucho que yo quiera ir a Nueva York. Y por mucho que mi casa esté más cerca, más lejos. Por mucho que me guste el rock and roll. No puedo, no puedo dejarte” es un viaje en el tiempo que revive el alma de los rockeros capitalino­s.

“Surgir, mantenerse y vivir de la música es lo complicado, porque ahora toca hacer muchas cosas que no tocaba hacer antes”.

La poeta y novelista que llena teatros con sus recitales y cuya legión de seguidores se extiende por América Latina habló para El Espectador.

Aquí un repaso por sus letras para entender mejor esas balas certeras que son sus versos y por qué la literatura siempre será abrigo y consuelo.

“La poesía es una herramient­a maravillos­a para entender el mundo, pero no es suficiente para salvarte de algo, puede ayudarte muchísimo y puede ser un consuelo, puede ser un paso gigante para comprender lo que nos pasa, pero no es suficiente. Y como protejo tanto la poesía, quiero librarle un poco de esa expectativ­a, de pensar que un libro te va a salvar la vida”. Elvira Sastre habla como si estuviera escribiend­o. Es rotunda y dulce al mismo tiempo. Un huracán de las letras, pienso. Tiene apenas 31 años y una legión de seguidores incondicio­nales que persiguen ese “latido” del que tanto habla en su obra. Es imposible salir ileso de ella. Hay un verso suyo famoso: “La poesía no salva, solo da sentido a las heridas”. Así comienza nuestra charla, la única que le dio a un medio colombiano tras su paso relámpago por Bogotá hace una semana. Vino de gira con su “Tour Imposible”, un recital de poesía íntima que estremeció a más de mil personas en el Ástor Plaza.

Estaba enferma. El día del show –el domingo pasado– amaneció sin voz por una súbita laringitis. El evento estuvo en riesgo de cancelarse. Pero Elvira se sobrepuso, como en tantos de sus poemas que son puro abismo, pero en la última línea se cuela la luz por una grieta. Abrazó la incertidum­bre, algo que aprendió desde la pandemia, y salió al escenario para llenarlo de literatura y de música. “Qué historia la nuestra, Colombia –escribiría después en su cuenta de Instagram, que tiene 616.000 seguidores–, un cúmulo de imposibles que siempre sale bien. Amanecí sin voz y me la devolviste­is entre todas y todos. Nunca olvidaré ese calor. El show más inolvidabl­e de mi vida”. Al día siguiente, todavía indispuest­a, recibió a El Espectador para hablar sobre sus obsesiones y el poder de la poesía. Antes de empezar fue por un vaso con agua. “Ya vuelvo”, dijo. Regresó con dos vasos llenos. Me soltó una sonrisa y me entregó el mío. Agradecí el gesto. “Ahora sí empecemos”, agregó.

“Creo que la poesía es un género de masas, o podría serlo, lo que pasa es que tiene esta etiqueta de género minoritari­o que no llega a todo el mundo y que, se supone, es para un público selecto. Veo lo contrario. Ahí está siempre el público. A lo mejor no tienen dinero para irse de vacaciones, pero sí para venir al teatro a vernos. Esta fe que tengo me da una alegría inmensa compartirl­a colectivam­ente. A mí la poesía me hace mucho bien y por eso defiendo mucho este proyecto y este formato. Lo que me interesa es que la gente entre en la poesía sea como sea, y huir de ese elitismo que está un poco instalado, porque la literatura es para todos”. Verla hablar con esa pasión por las letras es un soplo de esperanza. Elvira sabe, porque lo ha visto en cada teatro en el que se presenta, que en este mundo tan revolcado y horroroso hay también una belleza que no se nombra ni se cuenta, y que siempre está a la espera de ser rescatada.

Le propongo que hablemos de algunos de sus poemas que son bálsamo y herida, incendio y tristeza que se abraza. “Como este –le leo–: ‘A la mierda el conformism­o, yo no quiero ser recuerdo, quiero ser tu amor imposible, tu dolor no correspond­ido, tu musa más puta, el nombre que escribes en todas las camas que no sean la mía’”. Elvira sonríe complacida, quizá recordando el origen de esa bala certera. “Lo escribí hace muchos años, es un poema de amor absoluto. Fue como una declaració­n, más que de amor, de intencione­s, de decir, así es como entiendo el amor bueno y sano, el amor real con sus dobles caras y con lo que importa, alejado de esa superficia­lidad y esas expectativ­as que es algo contra lo que lucho mucho, porque las detesto. Ese poema va un poco por ahí, esto es lo que hay y esto es lo que te ofrezco, sin trampa ni cartón”. Elvira toma más agua, se aclara la garganta y descansa su espalda en la silla. Se acomoda. Espera el siguiente verso.

“Este –le digo–: ‘Beso uno a uno todos los segundos que te quedas en mi cama para tener el reloj de nuestra parte, me gustan tanto los hoy como me dan miedo los mañanas’. Hablemos del amor y la incertidum­bre”. Reflexiona brevemente y responde: “Me llevo tan mal con la incertidum­bre. Lo hablo mucho en terapia. Estoy ahí trabajando para intentar abrazar las cosas que no dependen de mí y sobre las que no tengo control. La pandemia nos ha hecho vivir en esa incertidum­bre y por eso tanta gente ha quedado tan tocada, sobre todo la más joven, porque se ha dado cuenta de que el mundo es finito y de que hay dramas que no dependen de nosotros y que están ahí acechando. Ese poema está lleno de ese abrazo a la incertidum­bre, incluso de esas ganas del riesgo, el placer del riesgo”. Elvira no lo dice en nuestra charla, pero sí en muchos de sus poemas: arriesgar en el amor es también saber que caer por el precipicio siempre será el destino más posible.

“¿Cómo es su proceso creativo?”, me aventuro a preguntarl­e, ya en los estertores de la entrevista. “La poesía es una necesidad física que responde a una pura necesidad individual de desahogo. Escribo cuando me urge, puedo estar tres meses sin escribir si no tengo nada que decir. No pasa nada, pero en la poesía eso lo protejo mucho, y es una parcela que es mía y que es íntima. Algo que dentro de mí está descolocad­o y la escritura me ayuda a darle sentido. Tengo una sensibilid­ad que a veces me sobrepasa. La clave es que he aceptado esa parte de mí, no he luchado contra ella, y si de pronto me quedo ensimismad­a viendo cómo un árbol se mueve, me quedo ahí y vivo ese momento. Escribir poesía es una manera de existir en el mundo”.

Queda todo por hablar, pero una hora de conversaci­ón en medio de esa laringitis de Elvira me parece un espacio demasiado generoso. También queda mucho por fuera de este texto, pero es que ya no puedo pedir más espacio y la editora fue muy precisa. Quizás este sea un buen resumen de mucho de lo que no cupo: a pesar del caos de este mundo, dice Elvira, del dolor y la frustració­n que parecieran engullirse todo, no podemos olvidar perseguir la belleza. Y ahí estará siempre la poesía para darnos un abrigo. Chao, Elvira, le digo. Adiós, Juan, me dice.

“Creo que la poesía es un género de masas, o podría serlo, lo que pasa es que tiene esta etiqueta de género minoritari­o que no llega a todo el mundo y que, se supone, es para un público selecto”.

“La poesía es una necesidad física que responde a una pura necesidad individual de desahogo. Escribo cuando me urge”.

 ?? / Óscar Pérez ?? La agrupación La Derecha fue parte de la escena rockera bogotana de los años 90. Mario Duarte (izq.), Josué Duarte (der.) y Juan Carlos “el Chato” Rivas.
/ Óscar Pérez La agrupación La Derecha fue parte de la escena rockera bogotana de los años 90. Mario Duarte (izq.), Josué Duarte (der.) y Juan Carlos “el Chato” Rivas.
 ?? ??
 ?? /Iván Giménez. ?? Sastre es autora de los poemarios “Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo” y “Baluarte”.
/Iván Giménez. Sastre es autora de los poemarios “Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo” y “Baluarte”.
 ?? ??
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia