En un reciente viaje por históricas regiones vitivinícolas españolas, uno de los principales hilos conductores del recorrido fue la experiencia de descubrir varios proyectos enfocados en el rescate de viñas viejas.
Cuando hablo de viñas viejas me refiero a plantaciones hasta de 200 años, todavía entregando frutos para convertirlos en vinos, con ese carácter especial e inconfundible que solamente la edad y la supervivencia pueden engendrar: nariz profunda, boca elegantemente tensa y recuerdos vueltos a la vida.
Este plan de rescate tiene voceros y defensores, como Ramiro Ibáñez, uno de los productores más respetados del sur de España.
“El viñedo viejo, a menudo pasado por alto en favor de la producción a gran escala, está experimentando una revolución en la industria del vino”, dice Ibáñez.
“Los viticultores experimentados saben que las cepas viejas son cruciales para mostrar el verdadero carácter del terruño. Esto es porque las raíces de las cepas viejas están profundamente implantadas y adaptadas al suelo. Y esto permite una mejor absorción de los nutrientes y un mayor equilibrio en la producción de uvas. Es importante saber que la edad de las cepas influye en el sabor y la calidad del vino”.
Esto es algo que también repiten con pasión dos exponentes más jóvenes, como Javier Rivero, de Bodega Milsetentayseis, y Neza Skrt (nacida en Eslovenia), directora técnica de Bodega Aiurri. Ambos trabajan para el audaz programa Alma, desarrollado por Pedro Ruiz, presidente de Pago de Carraovejas, reconocida casa de Ribera del Duero y cuna de innovación. Milsetentayseis opera en Ribera del Duero y Aiurri, en Rioja alavesa.
El pensamiento de Ruiz, Rivero y Skrt es custodiar un patrimonio vitícola único, y velar por garantizar el presente y el futuro de un tesoro en forma de viña.
En un recorrido por el principal viñedo de Milsetentayseis (en alusión a la altura), Rivero sentencia: “Si se cuida con esmero, la viña vieja puede durar 300 años o más”.
Prueba de ello es un arbusto de la variedad Zametovka, aún en pie en la localidad de Maribor (Eslovenia), cuya edad supera los 400 años. Aunque apenas produce alrededor de 50 kilogramos de uva, sus granos se cosechan, se fermentan y se convierten en vino, envasado finalmente en pequeños frasquitos de vidrio.
Como las viñas viejas se esparcen por distintas localidades, hay que buscarlas como aguja en un pajar.
Uno de los cazadores más reconocidos en la región de Ribera del Duero es Francisco Barona, de la bodega del mismo nombre, cuyos vinos se elaboran en su totalidad con uvas de antiguos viñedos. Para Barona, lo que dificulta su búsqueda es que las propiedades se fragmentan en lotes pequeños cuando pasan de una generación a otra. Aun así, Barona ha logrado rescatar vides de 1908 y hacer vinos memorables.
Fenómenos similares se viven hoy en Australia, Argentina y Chile. En el caso de Argentina, el enólogo Sebastián Zuccardi se asoció con su colega Pancho Bugallo para crear el proyecto Cara Sur, en el valle sanjuanino de Calingasta. Allí han venido rescatando la variedad Criolla Chica, producto de mezclas con dos uvas traídas por los colonizadores españoles: Moscatel de Alejandría y Listán Prieto.
En Chile también se gestan proyectos similares en la zona sur para salvar el patrimonio de la variedad País.
Qué delicia compartir en copa esas historias de retorcidos tallos, generosas hojas y contundentes uvas.