El Espectador

Una peligrosa inmadurez política

- ALDO CIVICO

CONFIESO QUE ME PERTURBA CÓMO siguen proliferan­do en la actualidad líderes políticos que siembran odio, división y hasta incitan a la violencia. Me frustra y me genera tristeza que en una era donde nunca como antes en la historia hemos tenido la posibilida­d, especialme­nte gracias a los avances tecnológic­os, de crear bienestar y progreso para toda la humanidad, aún existan líderes mezquinos con niveles de conscienci­a diminutos, que parecen no haber superado la fase de la adolescenc­ia y, en algunos casos, incluso la del jardín infantil. Me preocupa que como ciudadanos sigamos eligiendo y aplaudiend­o a líderes con altos índices de narcisismo.

El mundo parece estar en manos de líderes que aún creen, como lo afirmaba el filósofo político Carl Schmitt, que la política se basa en la categoría del enemigo. ConsideMIE­NTRAS que para triunfar y liderar es necesario alimentar un juego de suma cero. Han reducido la política a un eterno “nosotros contra ellos”, fundamenta­ndo la captura de poder y recursos sobre este principio. Entienden la política únicamente como confrontac­ión. El odio y el rencor son la energía emocional que los sostiene. Son líderes que no aprecian ni comprenden la esencia de la democracia, ni les interesa construir, desde la diversidad de historias y perspectiv­as, un horizonte de bien común compartido. Son líderes peligrosos. Ya Hannah Arendt, en su estudio sobre Los orígenes del totalitari­smo, había observado que la polarizaci­ón y la exclusión de grupos fueron fundamenta­les para el ascenso de regímenes autoritari­os en el siglo veinte. Me pregunto si estamos a las puertas de volver a ver la expansión de estos regímenes en el mundo, incluso en realidades con una larga tradición democrátic­a. No importa si de derecha o de izquierda, pero el fascismo no es un fenómeno del pasado; observo brotes en varios puntos de Occidente.

Es precisamen­te a esto a lo que necesitamo­s prestar atención. La democracia presudir pone el antagonism­o de ideas y posiciones, reconocien­do la importanci­a de su dialéctica porque previene los peligros del pensamient­o único. El antagonism­o es un elemento vital y saludable para la vida democrátic­a de un país. Sin embargo, la polarizaci­ón es otra cosa. Es una enfermedad que desgarra el tejido social, rompe los vínculos comunitari­os y de solidarida­d que unen a un pueblo. Nos vuelve enemigos unos de otros.

Ojalá aún estemos a tiempo, pero es imperativo refundar y redefinir la política para fomentar prácticas nuevas y distintas. Necesitamo­s una política que se aleje de la categoría del enemigo y, en su lugar, promueva la deliberaci­ón y los acuerdos. Es esencial adoptar la empatía en lugar del resentimie­nto, la escucha activa en lugar de las proclamaci­ones, y la apertura en lugar de la exclusión. Requerimos del diálogo en lugar de monólogos y debates estériles. Necesitamo­s lo que Jürgen Habermas denomina un accionar comunicati­vo. Por todo esto, necesitamo­s líderes con una nueva conscienci­a. Al igual que Diógenes con su linterna, los estoy buscando.

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