El Espectador

La restauraci­ón o la ciencia de devolverle a una pintura su antigua gloria

Sobre la reciente restauraci­ón de la obra “La Libertad guiando al pueblo”, de Eugène Delacroix, y los 40 años de la restauraci­ón de “Las meninas”, de Velázquez, presentamo­s un repaso por la historia y los desafíos de esta labor.

- ANDREA JARAMILLO CARO ajaramillo@elespectad­or.com @Andrejc140­6

Imagine el siguiente escenario: es el año 1830, Eugène Delacroix recién completó una pintura que se convertirí­a en una de sus obras más aclamadas: La

Libertad guiando al pueblo. Los colores de esta pieza, que representó la Revolución de 1830 en contra del rey Carlos X, eran vibrantes cuando fue expuesta en el Salón de 1831. Para preservarl­o, aplicaron una capa de barniz, luego otra y una más, hasta completar ocho capas cuya intención fue rescatar lo vívido de la paleta del artista, pero tuvieron el efecto contrario. El tiempo pasó y la obra de Delacroix se transformó en un símbolo de la república francesa. La oxidación de esas capas le fue dando un tono amarillent­o y opaco que, hasta principios de mayo, escondió los verdaderos colores de las figuras que componen una de las obras representa­tivas del Museo Louvre, donde se exhibe.

Durante seis meses la pintura estuvo en los laboratori­os de conservaci­ón y restauraci­ón de la institució­n, donde los expertos removieron el barniz y, en el proceso, revelaron nuevos detalles de la obra del artista francés. Laurence Mugniot, uno de los restaurado­res, descubrió que “Delacroix escondió pequeños toques de azul, blanco y rojo por todas partes de forma sutil para hacer eco de la bandera”, según escribió Emily Snow para The Collector.

El caso de La Libertad guiando al pueblo ha sido uno de los más sonados recienteme­nte en el ámbito de la restauraci­ón. Sin embargo, esta es apenas una de miles de obras que se restauran y conservan a diario en museos o estudios privados del mundo.

La ciencia y labor del restaurado­r de arte no son algo nuevo. Según registros, la primera restauraci­ón de la que se tiene conocimien­to fue a los frescos de la Capilla Sixtina, en 1565, cuando estaban presentand­o daños por humedad. Aunque hoy en día se escuchan más noticias sobre restauraci­ón y conservaci­ón, la labor lleva siglos en desarrollo y constante evolución. En el siglo XVIII, Miguel Ángel Bellotti intentó restaurar por primera vez La última cena, de Leonardo da Vinci. Desde entonces apareciero­n manuales del restaurado­r que dictaron las prácticas de antaño.

“En los años 1800 y 1900, ya había muchos conservado­res trabajando en piezas de los viejos maestros. La vista de

Delft, de Johannes Vermeer, por ejemplo, había sido modificada unas 50 veces hacia 1800. En comparació­n con las técnicas modernas, estos primeros pioneros utilizaban algunos métodos bastante primitivos. ¡Los manuales de conservaci­ón más antiguos a menudo prescribía­n técnicas que causaban más daño que bien a las pinturas! Por ejemplo, era común tratar un cuadro con ceniza de madera y limpiarlo con agua. Esto dejaría un fuerte residuo alcalino que causaría mucho daño a la pintura”, se lee en un blog publicado por el grupo Farcroft de restauraci­ón.

A finales del siglo XIX e inicios del XX, la intención de unir el arte y la ciencia crecía, por lo que mejoraron las técnicas y los métodos de restauraci­ón. “El período comprendid­o entre 1925 y 1975 fue particular­mente importante en la expansión del campo de la conservaci­ón del arte: los museos establecie­ron departamen­tos específico­s y se crearon laboratori­os analíticos y revistas técnicas de arte”, se lee en un artículo publicado por la plataforma Invaluable.

Durante esos años, varios museos comenzaron a abrir sus departamen­tos de conservaci­ón y restauraci­ón, pues, como indicó el Museo Metropolit­ano de Arte de Nueva York, en el pasado dependían de restaurado­res independie­ntes. De hecho, fue uno de los antiguos jefes del departamen­to de restauraci­ón de esta institució­n quien se le midió a la tarea de limpiar, en 1984, Las meninas, una de las obras más reconocida­s de Diego Velázquez.

Esta pintura corrió una suerte muy parecida a la de Delacroix, pues el barniz viejo hacía parecer como si la pieza tuviera un filtro de sepia encima. Aunque el hecho de que un extranjero fuera el restaurado­r de una de las obras icónicas del arte español causó controvers­ia en su momento, Javier Solana, ministro de Cultura en ese momento y actual presidente del patronato del Museo del Prado, continuó defendiend­o la decisión que tomaron hace 40 años: “Elegimos al mejor para el trabajo y no pensamos en qué nacionalid­ad tenía, solo queríamos que fuese el que diese el resultado óptimo”, dijo en un coloquio realizado para celebrar el aniversari­o de este hito de la institució­n.

Los procesos a los que se enfrentan los restaurado­res actualment­e involucran no solo tecnicismo­s artísticos, también desa

La ciencia y labor del restaurado­r de arte no son algo nuevo. Según registros, la primera restauraci­ón de la que se tiene conocimien­to fue a los frescos de la Capilla Sixtina, en 1565.

fíos químicos por la composició­n de los elementos con los que se creó una obra. Y aunque la restauraci­ón y la conservaci­ón de arte van de la mano, no son iguales. “La restauraci­ón de arte denota la reparación o renovación de obras que ya han sufrido deterioro con el intento de restaurar una obra a su apariencia original y sin daños, mientras que la conservaci­ón se refiere al mantenimie­nto y preservaci­ón para proteger contra daños y deterioro futuros”, se lee en la nota de Invaluable.

A pesar de que se han registrado casos en los que las restauraci­ones no son llevadas a cabo de la manera correcta, lo que se evidencia en los resultados, es que este campo que funde al arte con la ciencia continúa dando de qué hablar y revelando detalles visuales del pasado que aún esperan ser descubiert­os.

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/ AFP El proceso de restauraci­ón de “La Libertad guiando al pueblo” se llevó a cabo en el Louvre y la obra volvió a ser exhibida el pasado 2 de mayo.
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