Lectores de poesía
¿QUIÉNES PUEDEN “ACCEDER” a la poesía? ¿Qué clase de “atributos” debe tener un lector de poesía? A la primera pregunta se refirió el crítico Ángel Rama en Rubén Darío y el modernismo, acudiendo una vez más a Darío: “En su texto primerizo, Rubén Darío reivindica la literatura como un coto cerrado, solo para especialistas, ‘con la prohibición de que el maestro de escuela anodino y el pedagogo chascarrillero penetren en el templo del arte’”. Para la segunda pregunta podríamos tomar el siguiente comentario de José Fernández, el poeta de De sobremesa, novela de José Asunción Silva: “Es que no quiero decir sino sugerir y para que la sugestión se produzca es preciso que el lector sea un artista. En imaginaciones desprovistas de ese orden, ¿qué efecto producirá la obra de arte? Ninguno”. Si estas respuestas tienen un aire de prepotencia o de pesadez se podría acudir, como último recurso (aunque debería ser el primero), a las palabras de los propios poetas. En Dilucidaciones, Darío dice: “No gusto de moldes nuevos ni viejos… Mi verso ha nacido siempre con su cuerpo y su alma, y no le he aplicado ninguna clase de ortopedia”. Y esto lo traslada a su poesía: “Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo,/ botón de pensamiento que busca ser la rosa;/ se anuncia con un beso que en mis labios se posa/ el abrazo imposible de la Venus de Milo”. Y en otro poema del mismo corte: “Ama tu ritmo y ritma tus acciones/ bajo su ley, así como tus versos;/ eres un universo de universos/ y tu alma una fuente de canciones”. Silva, por su parte, sin el rigor de la métrica, se lamenta en Suspiros: “¡Si fuera poeta y pudiese fijar el revoloteo de las ideas en rimas brillantes y ágiles como una bandada de mariposas blancas de primavera con clavos sutiles de oro; si pudiera cristalizar los sueños; si pudiera encerrar las ideas, como perfumes, en estrofas cinceladas, haría un maravilloso poema en que hablara de los suspiros, de ese aire que vuelve al aire, llevándose algo de los cansancios, de las esperanzas y de las melancolías de los hombres”. Y ya con el rigor de la métrica proclama en Ars: “El verso es un vaso santo. Poned en él tan sólo/ un pensamiento puro/ en cuyo fondo bullan hirvientes las imágenes/ como burbujas de oro de un viejo vino oscuro./ Allí verted las flores que en la continua lucha/ ajó del mundo el frío,/ recuerdos deliciosos de tiempos que no vuelven/ y nardos empapados de gotas de rocío./ Para que la existencia mísera se embalsame/ cual de una esencia ignota/ quemándose en el fuego del alma enternecida,/ ¡de aquel supremo bálsamo basta una sola gota!”. La poesía entonces estaría restringida a unos pocos. (Desde luego, la otra cara de esta restricción salta a la vista en la dinámica del mercado: la poesía siempre ha sido minoritaria: publicar poesía solo puede garantizar la quiebra del poeta y la editorial). Según Darío y Silva, el poeta-artista sería el único con la capacidad de “acceder” a la poesía. En otras palabras, sería el lector ideal, cuyo modo de leer le permite reflexionar sobre la “especificidad” de la poesía y plasmar esa serie de reflexiones en el poema.
Álvaro Uribe Vélez,
expresidente de la República. En un video publicado en su cuenta de X, previo al inicio de las audiencias que adelanta la Fiscalía en su contra, el líder del Centro Democrático insistió en que se trata de un “montaje” de la justicia colombiana pues “tenían todo listo” para meterlo a la cárcel. El exmandatario se lamenta por la filtración a medios de comunicación. Su proceso ha pasado por la Corte Suprema de Justicia y varios jueces de la República.