El Espectador

Nuestra vorágine

- ARMANDO MONTENEGRO

EL CENTÉSIMO ANIVERSARI­O DE LA publicació­n de La vorágine muestra, una vez más, la actualidad y la relevancia de esta obra, una de las grandes novelas colombiana­s. José Eustasio Rivera denunció en 1924 una serie de problemas que todavía gravitan sobre la vida del país en la tercera década del siglo XXI.

Rivera muestra cómo, a principios del siglo XX, el Estado colombiano no ejercía ningún tipo de presencia en buena parte de su geografía, especialme­nte en la periferia y sus zonas de frontera, un problema plenamente vigente hoy en día. A lo largo de las décadas, distintos grupos irregulare­s, con impunidad, han dominado amplios territorio­s y explotado millonario­s negocios ilícitos, lejos del control de las fuerzas de seguridad y las normas jurídicas del país. La vorágine denuncia el gobierno de grandes regiones de Colombia por parte de los matones de la Casa Arana y de siniestros personajes como Funes y el Cayeno; más adelante, esa potestad fue de las FARC y hoy es del ELN, el Clan del Golfo o el llamado Estado Mayor.

Al despótico amparo de brutales negocios, estas zonas de Colombia se han conectado irregular pero eficazment­e a la economía mundial para colocar valiosos productos en los mercados internacio­nales. Antes, en los días de La vorágine, se exportaba caucho para alimentar la fabricació­n de los automóvile­s; hoy se comercia con coca, oro, tungsteno, coltán y otros minerales en operacione­s billonaria­s que hacen parte de una próspera economía ilícita.

La producción ilegal en los tiempos de La vorágine, al igual que la de nuestros días, se construyó y se sostuvo con violentos regímenes que explotaron, esclavizar­on, torturaron y asesinaron a cientos, miles de personas. En La vorágine los caucheros mataban, mutilaban y encarcelab­an a los gomeros, la mayoría de ellos indígenas; los esclavizab­an por medio del terror y el régimen del endeude (les adelantaba­n, como préstamos, dinero, comida, vestido y otros bienes a precios elevados y recibían como pago caucho a precios ínfimos). En años recientes, en algunas de las mismas regiones, las FARC recrearon los abusos de Arana y otros caucheros reclutando menores, encarcelan­do a los secuestrad­os y realizando ejecucione­s sumarias. En La vorágine secuestrar­on a Alicia y a Griselda; en el Caquetá, a Íngrid y a Clara en 2002, representa­ntes de miles de víctimas anónimas de esos regímenes de terror.

Otro gran acierto de la obra de Rivera es su defensa del medio ambiente. La vorágine es, en realidad, una econovela que denunció la destrucció­n de las selvas y los recursos naturales, una obra que advirtió hace un siglo sobre los peligros que se ciernen sobre la Amazonía. En La vorágine los árboles sienten, se comunican y se vengan de los abusos de los humanos. En opinión de The Economist, el hecho de que, al final de la obra, la selva se hubiera tragado a Arturo Cova es una advertenci­a de los sufrimient­os que padecerán los humanos si se siguen destruyend­o los ecosistema­s.

Finalmente, la obra de Rivera llama la atención sobre un problema que está lejos de resolverse en la actualidad: la necesaria vinculació­n de los territorio­s y las poblacione­s del oriente colombiano a la economía y, en general, a la vida nacional, en forma legal, con seguridad física y jurídica, con inversión social y en infraestru­ctura, siempre en armonía con el medio ambiente.

José Eustasio Rivera denunció en 1924 una serie de problemas que todavía gravitan sobre la vida del país en la tercera década del siglo XXI”.

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