O la guerra o la paz
NO ESTOY LEYENDO A TOLSTÓI, SIMplemente escuchando discursos y exposiciones de los dos líderes que más suenan en el país: Gustavo Petro y Álvaro Uribe, ¿habrá que decirlo? El uno, discurseando en zonas cálidas, el Cauca o no sé si al norte, gozándose como orador del tipo Gaitán que ha resultado ser, y el otro, presidente que fue durante ocho años, ahora castigado por sus enemigos políticos y con trazas de ir a una cárcel mil veces politizada.
Es claro que, en una discrepancia, de las muchas que ha vivido la nación, llegar a decir, con tono de proclama y ante un público afiebrado, que su permanencia en el mando es una decisión del pueblo soberano y prácticamente sujeta a su capricho es una promesa francamente violatoria de la Constitución Nacional. Siéndolo, a pocos pasos estamos de una guerra civil. Lo han dicho, como quien no quiere decirlo, varios comentaristas. Leemos para estremecernos.
En el otro extremo (a la manera de “don Camilo y Pepón”), el expresidente Uribe, en conferencia dictada en universidad cercana a mi refugio, justifica el aliento que da a las Fuerzas Armadas para hacer respetar las leyes soberanas, viendo a su jefe supremo desmantelarlas y en cierta forma desalentarlas en la defensa de las instituciones. Tiene cierta razón, aunque no en la insubordinación. Que, además, es darle pie al jefe máximo de la república para que siga afirmando que se le está dando un golpe blando al poder, no tan firme y duro como el que el muy insurrecto y su gente pretendieron darle a la nación. Y, a su manera, se lo siguen dando a la historia del país que todos los días confunden y alteran para educar párvulos socialistas.
El horror de la guerra, ni para qué mencionarlo. A algunos no nos ha tocado vivirla, aunque a muchos compatriotas y coetáneos sí. No es la guerra de los abuelos, de todos modos horrenda, si bien revestida de ciernegras, tos episodios de nobleza, hoy desaparecidos. Respeto a los grados militares del adversario y, desde luego, a los derechos humanos. Se regresaba, entonces, de la barbarie, como ahora parece renacer. ¡Qué bárbaros se vieron, hace unos pocos años, los que hoy ocupan las sedes principales de la república!
De acuerdo todos. La guerra no, cuánto de ingenuo tiene decirlo. Y hay que tener cuidado porque este país reacciona. No estamos en la pasividad de otros que llevan historias de dictaduras toleradas. No juguemos con fuego. Hagámosle caso a Humberto de la Calle en el sentido de que estamos violentando las palabras y llegando a extremos. Su rostro de preocupación tiene una arruga más en el ceño y el entrecejo.
Nada, pues, de que yo me quedo en el poder. Ni de que hay que armar a las fuerzas en contra del jefe constitucional. Estar alerta, con argumentos, en defensa de la familia, del trabajo honrado, de las libertades públicas y del buen humor.