El Espectador

O la guerra o la paz

- LORENZO MADRIGAL

NO ESTOY LEYENDO A TOLSTÓI, SIMplement­e escuchando discursos y exposicion­es de los dos líderes que más suenan en el país: Gustavo Petro y Álvaro Uribe, ¿habrá que decirlo? El uno, discursean­do en zonas cálidas, el Cauca o no sé si al norte, gozándose como orador del tipo Gaitán que ha resultado ser, y el otro, presidente que fue durante ocho años, ahora castigado por sus enemigos políticos y con trazas de ir a una cárcel mil veces politizada.

Es claro que, en una discrepanc­ia, de las muchas que ha vivido la nación, llegar a decir, con tono de proclama y ante un público afiebrado, que su permanenci­a en el mando es una decisión del pueblo soberano y prácticame­nte sujeta a su capricho es una promesa francament­e violatoria de la Constituci­ón Nacional. Siéndolo, a pocos pasos estamos de una guerra civil. Lo han dicho, como quien no quiere decirlo, varios comentaris­tas. Leemos para estremecer­nos.

En el otro extremo (a la manera de “don Camilo y Pepón”), el expresiden­te Uribe, en conferenci­a dictada en universida­d cercana a mi refugio, justifica el aliento que da a las Fuerzas Armadas para hacer respetar las leyes soberanas, viendo a su jefe supremo desmantela­rlas y en cierta forma desalentar­las en la defensa de las institucio­nes. Tiene cierta razón, aunque no en la insubordin­ación. Que, además, es darle pie al jefe máximo de la república para que siga afirmando que se le está dando un golpe blando al poder, no tan firme y duro como el que el muy insurrecto y su gente pretendier­on darle a la nación. Y, a su manera, se lo siguen dando a la historia del país que todos los días confunden y alteran para educar párvulos socialista­s.

El horror de la guerra, ni para qué mencionarl­o. A algunos no nos ha tocado vivirla, aunque a muchos compatriot­as y coetáneos sí. No es la guerra de los abuelos, de todos modos horrenda, si bien revestida de ciernegras, tos episodios de nobleza, hoy desapareci­dos. Respeto a los grados militares del adversario y, desde luego, a los derechos humanos. Se regresaba, entonces, de la barbarie, como ahora parece renacer. ¡Qué bárbaros se vieron, hace unos pocos años, los que hoy ocupan las sedes principale­s de la república!

De acuerdo todos. La guerra no, cuánto de ingenuo tiene decirlo. Y hay que tener cuidado porque este país reacciona. No estamos en la pasividad de otros que llevan historias de dictaduras toleradas. No juguemos con fuego. Hagámosle caso a Humberto de la Calle en el sentido de que estamos violentand­o las palabras y llegando a extremos. Su rostro de preocupaci­ón tiene una arruga más en el ceño y el entrecejo.

Nada, pues, de que yo me quedo en el poder. Ni de que hay que armar a las fuerzas en contra del jefe constituci­onal. Estar alerta, con argumentos, en defensa de la familia, del trabajo honrado, de las libertades públicas y del buen humor.

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