Mentiras
Me entero, en un artículo publicado hace unos años, que un grupo de científicos sociales británicos ha sido capaz de cuantificar uno de los más típicos rasgos de la comunicación humana: la mentira. Tres mentiras en una conversación de diez minutos es uno de los resultados del estudio hecho por la Universidad de Southampton, sin contar con las omisiones ( esa otra forma de mentir).
Si lo pensamos la cifra es razonable, ya que, como es sabido, un mundo en el que siempre se diga la verdad sería un mundo en silencio. En el arte, por ejemplo, debemos depositar nuestra fe en cosas que sabemos hechas para engañarnos; sin la mentira y nuestra aceptación de ella no sería posible que fuésemos testigos de la belleza.
El asunto es más complejo, por supuesto. Al evaluar y juzgar nuestro comercio con las certezas y las falsedades, es preciso tener en cuenta factores como las motivaciones del que engaña y el daño potencial que puede producirle una mentira a su destinatario.
A veces parece que no solo es natural mentir, sino necesario. Pienso en el amor, por ejemplo, y también en la política. A pesar de que sabemos que los políticos mienten, votamos por ellos; pero cuando los descubrimos mintiendo, nos indignamos como si fuera la gran cosa.
También pienso en el proceso de paz de La Habana. Algunos de sus detractores afirman que no se podía negociar con un grupo que ha mentido –faltando a la palabra como una táctica de guerra– en todos los procesos anteriores. Ese es un argumento torpe e inocente. Lo extraño es que no lo hubieran hecho, y mucho más que tres veces en diez minutos. Pero eso no puede condenar a Colombia a la guerra eterna.
La entereza de unos líderes maduros, que conocen la responsabilidad histórica que les atañe, consiste, entre otras cosas, en sentarse con su enemigo frente a frente y volver a encontrar en sus ojos algo que justifique siquiera una pequeña sombra de confianza.
Sé que las mentiras anteriores de las Farc, e incluso las de hoy, han sido factores fundamentales en la preparación que ha hecho el Gobierno para este proceso, y que han sido usadas como argumento estratégico y de exigencia de compromisos serios. Porque saben que no hay inamovibles cuando se busca la paz. Ni siquiera que el otro, el adversario, nos haya mentido tantas veces, en tantos escenarios y que nosotros les hayamos creído como niños.
Una de las condiciones de la reconciliación es reconocer que lo que nos pasa es terrible y que es precisamente por eso que debemos reconciliarnos. Sí, nos han mentido cuando dijeron que querían la paz. Pero ya lo sabemos. Y por eso estamos más preparados para no caer en esas mismas trampas.
Claro está que eso no implica que algún negociador de paz no diga una que otra mentirilla piadosa en la mesa, del tipo: “Buenos días, qué linda que está usted hoy”.