No más Electricaribe
Nos sentábamos a hacer tareas a la luz de la vela y aprendimos a mover las piernas desprevenidamente para espantar los mosquitos. Estábamos por largas horas en mecedoras en la puerta de la casa, intentando rescatar cualquier brisita perdida que refrescara, mientras contábamos cuentos de miedo que sazonábamos con los ojos de los gatos inocentes en la oscuridad. A veces, cuando había una linterna, reflejábamos un chorro de luz sobre una pared y matábamos el tiempo inventándonos formas con nuestras torpes manos de niños inquietos. Aprendimos estrategias infalibles para vencer el calor en la noche: quedarse quietecitos en la cama, descamisados, de tal manera que el cuerpo no se juntara con el cuerpo ni con el calor de nadie más. A veces nos dejábamos vencer por el fastidio y mi hermano iniciaba una letanía invivible que aumentaba la temperatura de todo el lugar y entonces, allí, podía uno ser asaltado por una suerte de pica pica, una rasquiña indómita, que parecía un ataque con pequeñitos aguijones. Fuimos esa generación. Esa misma generación que creció con dos canales de televisión, que se entretuvo con programas de Gloria Valencia de Castaño, que se sabía las coreografías de Menudo y que creía, con toda fuerza, que el siglo XXI sería el futuro. Cuando la luz volvía, si aún estábamos despiertos, entonces se unían coros de todos los niños del barrio, de casa en casa, cantando “vino la luz, vino la luz”.
Con las gotas dulces que alimenta la nostalgia son decorados aquellos recuerdos de sofocos y oscuridad. En los 90, ante una severa crisis energética, se concluyó que la salida del embrollo era la privatización. Se creía que esos prósperos inversionistas extranjeros nos sacarían del mundo de las tinieblas en el que vivíamos. El desprecio por lo público vendía la engañosa idea de que solo la empresa privada sería capaz de iluminarnos.
Así, dejando atrás a las electrificadoras públicas, llegó Electricaribe a bendecir a estas tierras. Hoy estamos atrapados en un limbo del tiempo. Ha llegado el futuro oscuro. No como lo imaginamos. Le entregamos lo público a unos privados que no resolvieron nada. Hacen mantenimientos que solo sirven para mantener sus bolsillos llenos, porque con una llovizna se va la luz por 12 horas. Electricaribe es una empresa patética que vuelve al Caribe una región patética.
Si semejante absurdo se presentara en la empresa que presta el servicio de energía eléctrica de Bogotá, ya todo el país estaría indignado. El centro merece el desarrollo, nosotros, las regiones, debemos soportarlo todo. La paz territorial, presidente Santos, implica que piense en los territorios con la misma dignidad.
Los gobernantes regionales tienen la obligación moral de hacer sentir la voz del pueblo. No queremos a Electricaribe. Su pésimo servicio produce inconformismo, violencia y resentimiento.