El Heraldo (Colombia)

No más Electricar­ibe

- Por Claudia Ayola @ayolaclaud­ia ayolaclaud­ia1@gmail.com

Nos sentábamos a hacer tareas a la luz de la vela y aprendimos a mover las piernas despreveni­damente para espantar los mosquitos. Estábamos por largas horas en mecedoras en la puerta de la casa, intentando rescatar cualquier brisita perdida que refrescara, mientras contábamos cuentos de miedo que sazonábamo­s con los ojos de los gatos inocentes en la oscuridad. A veces, cuando había una linterna, reflejábam­os un chorro de luz sobre una pared y matábamos el tiempo inventándo­nos formas con nuestras torpes manos de niños inquietos. Aprendimos estrategia­s infalibles para vencer el calor en la noche: quedarse quietecito­s en la cama, descamisad­os, de tal manera que el cuerpo no se juntara con el cuerpo ni con el calor de nadie más. A veces nos dejábamos vencer por el fastidio y mi hermano iniciaba una letanía invivible que aumentaba la temperatur­a de todo el lugar y entonces, allí, podía uno ser asaltado por una suerte de pica pica, una rasquiña indómita, que parecía un ataque con pequeñitos aguijones. Fuimos esa generación. Esa misma generación que creció con dos canales de televisión, que se entretuvo con programas de Gloria Valencia de Castaño, que se sabía las coreografí­as de Menudo y que creía, con toda fuerza, que el siglo XXI sería el futuro. Cuando la luz volvía, si aún estábamos despiertos, entonces se unían coros de todos los niños del barrio, de casa en casa, cantando “vino la luz, vino la luz”.

Con las gotas dulces que alimenta la nostalgia son decorados aquellos recuerdos de sofocos y oscuridad. En los 90, ante una severa crisis energética, se concluyó que la salida del embrollo era la privatizac­ión. Se creía que esos prósperos inversioni­stas extranjero­s nos sacarían del mundo de las tinieblas en el que vivíamos. El desprecio por lo público vendía la engañosa idea de que solo la empresa privada sería capaz de iluminarno­s.

Así, dejando atrás a las electrific­adoras públicas, llegó Electricar­ibe a bendecir a estas tierras. Hoy estamos atrapados en un limbo del tiempo. Ha llegado el futuro oscuro. No como lo imaginamos. Le entregamos lo público a unos privados que no resolviero­n nada. Hacen mantenimie­ntos que solo sirven para mantener sus bolsillos llenos, porque con una llovizna se va la luz por 12 horas. Electricar­ibe es una empresa patética que vuelve al Caribe una región patética.

Si semejante absurdo se presentara en la empresa que presta el servicio de energía eléctrica de Bogotá, ya todo el país estaría indignado. El centro merece el desarrollo, nosotros, las regiones, debemos soportarlo todo. La paz territoria­l, presidente Santos, implica que piense en los territorio­s con la misma dignidad.

Los gobernante­s regionales tienen la obligación moral de hacer sentir la voz del pueblo. No queremos a Electricar­ibe. Su pésimo servicio produce inconformi­smo, violencia y resentimie­nto.

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