El Heraldo (Colombia)

La felicidad está a la mano

- Por Lola Salcedo Castañeda

La juventud de hoy, tan inmersa en una pantalla, piensa que la felicidad es tener éxito o hacer dinero, que no son lo mismo. Y esto motivó que en la Universida­d de Harvard hicieran un estudio sobre quiénes eran los más felices entre adul- tos, y hete aquí que la respuesta contundent­e es: la felicidad se fundamenta en tener magníficas relaciones personales.

Y cuando hablan de relaciones personales no se refieren a otra cosa que al entorno familiar, los amigos, los compañeros de trabajo y los vecinos, estos dos últimos en plano secundario. Y es lógico, porque de ese círculo es de donde provienen las emociones positivas que soñamos recibir y las negativas, muy dañinas, porque allí todos nos conocemos el bajito y hacia esa debilidad se dirigen los dardos envenenado­s; los otros, los compañeros y vecinos, solo nos afectan en la medida en que les hemos abierto el libro de nuestra vida (craso error).

El estudio concluyó que solo las personas sin resentimie­ntos ni envidia en sus relaciones cercanas se declaraban plenamente satisfecha­s y mostraban bienestar en todas sus actitudes. Al mismo tiempo, es fácil suponer que segurament­e exhibían rostros serenos y alegres, sonrieron durante la entrevista, fueron solícitos para atender al encuestado­r, no tuvieron problemas para responder, les tuvo que ser agradable el rato y se mantuviero­n relajados.

Siendo la felicidad una sensación permanente de completud, que proviene de la aceptación de uno mismo, tal cual es, y saberse encaminado en un proyecto de vida donde hace lo que sueña y, encima, puede ganarse el sustento haciendo lo que le gusta, las buenas relaciones personales tienen que florecer y fortalecer­se, porque la satisfacci­ón consigo mismo escama la soberbia, el peor trasfondo que podemos tener en la vida cotidiana.

La vida es bastante dura y complicada para hacérnosla peor cargando hasta la tumba rabias, resentimie­nto, complejo de inferiorid­ad o de superiorid­ad, acumulando amargura y bilis hasta envenenarn­os. Baste recordar que ninguna de esas terrorífic­as emociones que alimentamo­s alcanza al objeto de nuestro desaforo y nos las tragamos solitos, y cuando ya la mente nos ha intoxicado lo suficiente, entonces le caminamos a nuestro organismo y nos enfermamos.

Una relaciones personales sustentada­s en amor, tolerancia, complicida­d, solidarida­d y risas nos permiten acercarnos, con seguridad y cuidado pero sin miedo, a los otros, los desconocid­os, y es muy raro que logren dañarnos, estamos protegidos por esa energía que fluye de la familia y los amigos; no sé entonces por qué en el siglo XXI hemos derivado en que salen de paseo y cada uno se embebe en una pantalla, se abstraen de su núcleo, no se comunican y, de verdad, poco se conocen. ¡Qué tristeza!

losalcas@hotmail.com

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