La felicidad está a la mano
La juventud de hoy, tan inmersa en una pantalla, piensa que la felicidad es tener éxito o hacer dinero, que no son lo mismo. Y esto motivó que en la Universidad de Harvard hicieran un estudio sobre quiénes eran los más felices entre adul- tos, y hete aquí que la respuesta contundente es: la felicidad se fundamenta en tener magníficas relaciones personales.
Y cuando hablan de relaciones personales no se refieren a otra cosa que al entorno familiar, los amigos, los compañeros de trabajo y los vecinos, estos dos últimos en plano secundario. Y es lógico, porque de ese círculo es de donde provienen las emociones positivas que soñamos recibir y las negativas, muy dañinas, porque allí todos nos conocemos el bajito y hacia esa debilidad se dirigen los dardos envenenados; los otros, los compañeros y vecinos, solo nos afectan en la medida en que les hemos abierto el libro de nuestra vida (craso error).
El estudio concluyó que solo las personas sin resentimientos ni envidia en sus relaciones cercanas se declaraban plenamente satisfechas y mostraban bienestar en todas sus actitudes. Al mismo tiempo, es fácil suponer que seguramente exhibían rostros serenos y alegres, sonrieron durante la entrevista, fueron solícitos para atender al encuestador, no tuvieron problemas para responder, les tuvo que ser agradable el rato y se mantuvieron relajados.
Siendo la felicidad una sensación permanente de completud, que proviene de la aceptación de uno mismo, tal cual es, y saberse encaminado en un proyecto de vida donde hace lo que sueña y, encima, puede ganarse el sustento haciendo lo que le gusta, las buenas relaciones personales tienen que florecer y fortalecerse, porque la satisfacción consigo mismo escama la soberbia, el peor trasfondo que podemos tener en la vida cotidiana.
La vida es bastante dura y complicada para hacérnosla peor cargando hasta la tumba rabias, resentimiento, complejo de inferioridad o de superioridad, acumulando amargura y bilis hasta envenenarnos. Baste recordar que ninguna de esas terroríficas emociones que alimentamos alcanza al objeto de nuestro desaforo y nos las tragamos solitos, y cuando ya la mente nos ha intoxicado lo suficiente, entonces le caminamos a nuestro organismo y nos enfermamos.
Una relaciones personales sustentadas en amor, tolerancia, complicidad, solidaridad y risas nos permiten acercarnos, con seguridad y cuidado pero sin miedo, a los otros, los desconocidos, y es muy raro que logren dañarnos, estamos protegidos por esa energía que fluye de la familia y los amigos; no sé entonces por qué en el siglo XXI hemos derivado en que salen de paseo y cada uno se embebe en una pantalla, se abstraen de su núcleo, no se comunican y, de verdad, poco se conocen. ¡Qué tristeza!
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