De La Perla
las últimas veces vendieron hasta las 10. Se rotan los turnos. Rafael entra a las cuatro de la mañana, Ruth una hora después y Abraham a las 12 del mediodía. Saben que este negocio tiene su encanto, su “levadura”, con la que pueden “subir”, pues en la isla hay empresas que envían pan a Estados Unidos.
EL PAN, SÍMBOLO DE UNIÓN. Sobre por qué montar una panadería y no otro tipo de negocio, Abraham cuenta que a través de la Junta Comunitaria dieron varias ideas, pero encontraron en el pan un elemento de unión, pues creen que es como la madre en una casa, la que llena. Y tienen razón, porque desde la prehistoria estos pedazos de masa se convirtieron en algo esencial, tanto así que en Roma, por ejemplo, había hornos públicos para que los cocinaran.
Pero como en La Perla no hay hornos públicos, había que buscar la excusa para que los negocios más populares no fueran solo los talleres de mecánica y para que lo único que reuniera al pueblo no fueran los conciertos dominicales de bomba y plena. Parece mentira, pero ahora los perleros se reúnen en torno al pan. Los perros saludan desde los balcones y sus dueños, compran pan.
“Dile que fuiste a La Perla y pelao te han dejao”, se escucha desde el patio de una casa de tablas. Es una estrofa de Calle luna, calle sol una de las canciones más conocidas de Héctor Lavoe. Años atrás, lo humeante no eran las mogollas, eran las calles, las armas, los tiroteos. Años atrás, los que correteaban no eran los gatos detrás de las gallinas, sino los policías detrás de los jíbaros. Años atrás, el negocio más caliente de La Perla era el tráfico de drogas, pero ahora también lo es la venta de pan.