El señor de las galaxias
Desde la galaxia Gutemberg hasta la galaxia internet, para bien o para mal, el hombre ha sido el amo. Sin embargo, los jefes de Estado reunidos en Túnez en 2005 tuvieron que admitir su impotencia frente al poder de la tecnología digital. Se trataba de encontrar un control efectivo, tanto técnico como legal, contra los traficantes de pornografía para público infantil. Después de extensas y profundas deliberaciones se declararon derrotados: no había ni la técnica ni la legislación para proteger a los niños en el mundo digital.
Once años después, esta tecnología ha ampliado su imperio, multiplicado sus hallazgos y aplicaciones mientras crece el memorial de agravios que redactan sus usuarios.
Cada vez es más notoria la adicción que genera hasta el punto de configurar una verdadera esclavitud.
Hay que estar cerca del aparato cuando suene, porque la notificación de ‘llamada perdida’ ocasiona toda suerte de incertidumbres; como el prisionero que aprieta sus cadenas, el cibernauta debe estar atento a cargar y recargar cada día la batería que mantiene activo al amo. Del mismo orden de sometimiento es la atención con que se vigila la aparición de nuevas aplicaciones y la producción de nuevos aparatos.
El poder que confiere el uso de esta tecnología es de doble filo y deja sobre la mesa severos interrogantes. ¿Se está formando una generación de dispersos mentales, de lenguaje empobrecido, incapaz de fijar su atención en nada y, por tanto, de pensamiento superficial e indigente?
Es una nueva forma de analfabetismo funcional. Se manejan los signos del alfabeto para agregarles significados o poder o para suprimirlos; crece la avidez por lo fácil, lo breve y lo sensacional y se desecha, por tedioso, el texto extenso o profundo.
Para este analfabeta digital, lo clásico de la pintura, de la música o de la escritura pertenece a un mundo tan perdido como el de los dinosaurios; por tanto, su noción de lo bello, lo bueno o lo santo va en un proceso de desaparición tan radical como el que culminó con la desaparición de numerosas especies. Para esta generación, especialmente la de los adolescentes, la trivialidad del youtuber opera en el entendimiento como los placebos para el cuerpo.
Esta tecnología ha logrado proveer instrumentos de acercamiento, permite y estimula el intercambio de pensamientos, provee la infraestructura de comunidades; en las redes sociales contribuye a los reencuentros, al diálogo enriquecedor y al descubrimiento de los logros y las posibilidades de los otros. Vuelve posible actuar en grupo para campañas sociales, para intercambio de conocimientos y para tareas investigativas. Las técnicas de manejo y difusión de datos mejora la calidad de estudios, informaciones y noticias.
El prodigio deslumbrante de la casi desaparición de las limitaciones del tiempo y del espacio se aumenta cuando vuelve posible convertir ese servicio en poder. Como ha sucedido en todos los tiempos, la tecnología en sí se mantiene inocente; es el hombre que la utiliza quien la convierte en bendición o maldición de la especie.