¿Y si salimos de la caverna?
Imaginemos, como Platón, que hay un grupo de esclavos atados de cuello y pies, de forma que solo pueden mirar hacia la pared del fondo.
Atrás hay una hoguera. Y entre los esclavos y la hoguera, un pasadizo por el que transitan unos hombres libres, que van hablando algo entre ellos y cargando unas imágenes que la hoguera proyecta de forma difusa.
Como esa ha sido la condición natural desde su nacimiento, durante toda su vida los encadenados solo han visto sombras y escuchado murmullos. Sombras de guerra; murmullos de paz.
Ahora bien: si uno de ellos se liberara primero encandilaría su vista con el resplandor del sol que no conocía. La verdad, diría entonces, enceguece.
Pero una vez superado el trance, probablemente tendría toda la dimensión de lo que pasaba a sus espaldas. Lo que él y sus compañeros percibían como realidad, era apenas una mancha. Ni la guerra ni la paz lo eran.
El problema sería cuando volviera donde su gente a contar lo que había visto. Como aquellos seguían en su mismo mundo, no le creerían.
Si lo que estuvieran viendo fuese la guerra, condenarían cualquier forma alternativa que la desestimara. Si en cambio sintieran la validez de una salida negociada, dirían que otra manera perpetuaría las tensiones.
El relato del libre sería una impertinencia y los irritaría. En el sentido que fuera. Y en su reacción podrían acusarlo de guerrillero porque pregona la paz o de paramilitar si se niega a ella.
La confusión sería alimentada por los actores políticos que, desde atrás, seguirían entonando discursos tan audaces como altisonantes. Son esclavistas y poco interés tienen sobre la claridad de sus sometidos.
En verdad están animados apenas por proyectos partidistas de país. Su apuesta es quién pone el próximo presidente de Colombia.
Entonces desconciertan. Perturban. Crean caos. Arman sus propios barullos.
Cada vez que pueden lanzan especies como: “Votar No es decir Sí a la paz, pero con salvedades”. O: “Votar Sí es aprobar un acuerdo que los votantes no tienen que conocer ahora”.
Esa es su manera de someternos. Nos mantienen encadenados en la penumbra para que la claridad nos trastorne y salgamos, en su nombre, a pelear por causas que nisiquiera precisamos.
La opción, lo saben, no debería ser la paz o la guerra. En toda sociedad civilizada, como la que intentamos ser, no puede asomarse si quiera una alternativa bélica.
Pero les encanta confundirnos y polarizarnos, y hacernos sentir ignorantes. Disfrutan que nos descuadernemos gritando una causa y la otra, mientras ellos cruzan las manos para saborear el espectaculo.
No creen que algún día nos revelemos a la senda que nos divide entre santistas y uribistas, como si no hubiera nada más. Ni que nos atrevamos a buscar en nuestra propia conciencia, disyuntivas propias como: ¿cuál paz es mejor?
Asumen, en fin, que seremos habitantes perennes de la caverna platónica, dispuestos a hacer lo que fuese para defender nuestras sombras.