Luces y sombras del Amira de la Rosa
El teatro no ha tenido el brillo que Barranquilla hubiera deseado.
Entre finales de 1998 y comienzos de 1999, debido a un lío jurídico sobre quién debía pagar sus consumos de energía eléctrica, el teatro Amira de la Rosa permaneció a oscuras por largos días. La oscuridad en que ahora se ha vuelto a sumir es de otra índole pero al parecer más grave.
Para muchos, ha sido una sorpresa su cierre, pues, como se ha recordado por estos días, hace apenas dos años fue sometido a trabajos de refacción que se presumían de gran alcance. Además, teníamos conocimiento de que, del presupuesto anual destinado por el Banco de la República al teatro, una parte minoritaria es para atender sus gastos de funcionamiento y la financiación de la agenda cultural propia que allí desarrolla el Banco, de modo que la mayor parte se dirige a su mantenimiento. Ha sido, pues, como si nos hubieran informado que un amigo, quien apenas hace poco nos haya mostrado feliz los resultados satisfactorios de sus exámenes médicos, respaldados además por su aspecto saludable y por el desempeño normal sus actividades habituales, acaba de ser internado en un hospital, bajo cuidados intensivos y con pronóstico reservado.
Aunque, en rigor, habría que matizar el símil, pues de otra parte nos llegaban noticias de que algunas de las dotaciones técnicas de la sala principal del Amira de la Rosa no ofrecían precisamente una forma óptima o renovada. Pero, en todo caso, no se trataba de nada que hiciera esperar una coyuntura tan dramática como esta a la que nos hemos visto de pronto abocados.
El Banco de la República, reconocido como una institución seria en materia cultural, debe darle una explicación de fondo a la ciudad. Cabe recordar que el teatro Amira de la Rosa es Bien Cultural de la Nación.
Ahora bien, hay que decir que casi tan grave como el hecho de que este no haya sido objeto de una adecuada labor de mantenimiento es el de que Barranquilla, como plaza cultural, no haya estado a la altura del escenario. En sus 34 años de operación (por cierto, ¡34 años tomó también su proceso de gestación y construcción!), su existencia, si bien ha posibilitado eventos de gran calidad como Barranquijazz y el Carnaval Internacional de las Artes, entre otros (sin olvidar los que ya desaparecieron), no ha sido aprovechada para generar nunca en la ciudad una oferta cultural de las características que este espacio comporta y exige; dicho de otro modo, contar con una sala de teatro como la del Amira de la Rosa debería haber hecho surgir y establecerse una cartelera permanente de grandes obras y funciones en el campo de las artes escénicas e interpretativas, como el teatro, la ópera, el musical, la danza, el ballet, la música.
Ello nunca se ha dado y tal carencia, achacable a la ciudad y no al administrador del teatro, hace parte también de la oscuridad que evidencia que este no ha tenido el brillo que hubiéramos deseado.