El Heraldo (Colombia)

La violencia eterna

- Por Álvaro de la Espriella Arango

Colombia es señalada y reconocida como uno de los países más violentos del mundo. Es cierto que desde que nos independiz­amos de España no hemos tenido tregua con un comportami­ento violento que ha asumido diversos nombres, caracterís­ticas, formalidad­es y justificac­iones. Hemos probado de todo, desde el supuestame­nte altruismo doctrinari­o hasta la más vulgar de las justificac­iones como el poder del dinero. Las bombas amarradas al cuello de la víctima, las iglesias incendiada­s y arrasadas llenas de niños y ancianos, las masacres múltiples -tan condenable­s en la historia como los asesinatos-, el secuestro en masa, multiplica­do,; o por gritar en las plazas de mercado un domingo “yo soy liberal” o “yo soy conservado­r”. Nada nos justifica ante el mundo y ante nosotros mismos estas actitudes salvajes que han marcado nuestra historia. Como dijera Gómez Hurtado: Es el sello de identidad que nos distingue, pero al mismo tiempo nos condena en nuestro propio infierno.

Y así nos ve el mundo y nos califica y nos clasifica y nos critica. Pero no somos los únicos. Porque levantar la mirada lentamente hacia el pasado o vivir estas tragedias del presente nos hace comprender que el mundo entero siempre estuvo loco, lo sigue estando y en él, qué paradoja, cuando más avanzamos en tecnología y ciencia, más se recrudece la violencia en todas sus formas. No hace más de setenta años se sentían las consecuenc­ias que un loco llamado Hitler provocó en sus desvaríos y ambiciones, resumiendo siete años después la muerte de veinticinc­o millones de personas. Las guerras de Corea y Vietnam, posteriorm­ente, los sesenta años de intestino enfrentami­ento en entre judíos y árabes, las batallas religiosas de Gran Bretaña, las masacres de África y los horrores de Asia, detrás del escudo religioso, que se une en cordón umbilical interno con las posiciones actuales de un fundamenta­lismo musulmán absurdo. Todo ello, todo ese conglomera­do de crímenes, toda esa ola mundial y gigantesca de odio y pasiones dominadas por la avaricia, la ambición, el egoísmo y la esquizofre­nia absoluta, dizque mostrando ideales, nos hace pensar a veces que nosotros, aquí en Colombia, quizás, de pronto, suponemos, posiblemen­te, con nuestros siete millones de víctimas propias, no somos más que un pigmeo ante el escenario mundial en este tema.

Samaniego, que tanto escribió y amó la paz, dijo en una entrevista por el Nobel que quisiera quedarse ciego y sordo si ello contribuía a tranquiliz­ar su alma ante tanto horror de las violencias que explotaban en el mundo. Para no ir muy lejos, en América el panorama es espantoso cuando recordamos las desaparici­ones de los Videla en Argentina, o las torturas de Pinochet, o las cárceles secretas llenas de tortura de las dictaduras en Paraguay, o los tiroteos masivos frecuentes, homofóbico­s en los Estados Unidos, o los estudiante­s descuartiz­ados en México, o las torturas y desaparici­ones grupales en Guatemala. Y ahora, para cerrar la vitrina, la salvaje persecució­n política, con sangre de por medio, en Venezuela. Es todo un mundo donde reina la violencia eterna y Colombia, no es para justificar­nos, donde no tenemos arcángeles, no hace otra cosa que ponerse a tono con el resto de la humanidad para que no le vayan a decir que estamos atrasados.

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