Los ocho más ricos del mundo... y nosotros
La brecha de la desigualdad sigue en el menú de la academia.
Cada año, por esta época, quizás la más fría del año, se lleva a cabo en Davos (Suiza) la cumbre más esperada por los grandes economistas y los hombres más ricos para teorizar para dónde va el mundo y proponer fórmulas para cerrar la brecha de la desigualdad. Como si fuera una paradoja, de manera paralela, se conoce la lista de los ocho más ricos del planeta.
La organización encargada de hacer esas mediciones, y de hacer un poco de aguafiestas, es Oxfam a partir de datos de la revista Forbes y del reporte anual de Credit Suisse Global Wealth, que registra la distribución de la riqueza global desde el año 2000. El cálculo de 2016 había mostrado cómo las 62 personas más adineradas tenían tanta riqueza como la mitad de la población mundial más pobre. Sin embargo, ese número se redujo a tan solo ocho, con base en datos más precisos, lo que demostraría que el abismo es más profundo. Y que pese a que millones en Asia y América salieron de la pobreza, la cúpula de las fortunas agudiza su cono.
A diferencia de las cifras, los nombres no sorprenden. Los envidiables son seis norteamericanos, Bill Gates, Warren Buffett, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Larry Ellison y Michael Bloomberg; el mexicano: Carlos Slim, y el español Amancio Ortega. Sus empresas tampoco: Microsoft (fundada por Gates); Zara, fundada por Ortega, el hombre más rico de Europa; Amazon, de la cual es director ejecutivo Bezos; o Facebook, del que Zuckerberg es cofundador.
Oxfam, con su visión social, clama para que haya una economía más humana, sin evasión y con mayores impuestos para los más ricos, que fue el debate reciente en Colombia con la reforma tributaria. Algo que también han planteado estudiosos como Thomas Piketty (“El Capital en el Siglo XXI”) que ha promulgado que para reducir la concentración de ingresos se necesitan sistemas tributarios más progresivos y ha advertido que muchos no se han hecho más ricos por innovar sino por aprovechar la privatización de bienes públicos a un bajo precio. O la explicación de Paul Krugman para quien en la mayoría de países los más ricos no necesariamente son los más inteligentes o más trabajadores, sino aquellos que han estado en el momento y lugar adecuado. O Joseph Stiglitz, Nobel de Economía (“The price of inequality”, entre otras obras) que ha insistido que mientras los salarios sigan siendo más bajos, y las condiciones de los trabajadores no sean las mejores, la desigualdad no podrá acabarse.
La brecha de la desigualdad sigue en el menú de la academia y será cada vez más interesante. Más ahora que llega a la Casa Blanca un hombre que cree todo lo contrario: menos impuestos y más proteccionismo.