El Heraldo (Colombia)

¿Uber o taxi?

- Por María Fernanda Matus

La polémica entre Uber y los taxistas continúa. Desde que llegó la empresa estadounid­ense al país el debate ha sido interminab­le. La supuesta ilegalidad de Uber ha provocado varias protestas y altercados. La violencia se ha apoderado de la discusión. Los taxistas han cruzado todos los límites posibles con tal de hacer valer sus derechos.

El debate comienza por la injusta competenci­a que se presenta en el servicio. Los taxistas deben pagar un cupo para tener el derecho a circulació­n que exige la ley. El cupo varía según las ciudades del país. En Bogotá está entre 80 a 100 millones de pesos. A esto se le suma el precio del vehículo que está entre los 40 a 60 millones de pesos o más. Es un costo exorbitant­e que la mayoría de taxistas no pueden pagar. Aproximada­mente el 10% de los taxistas son propietari­os de sus vehículos. El 90% trabaja para el dueño del carro. Las condicione­s laborales son lamentable­s. No tienen salario fijo. Manejan entre 12 a 16 horas diarias. Deben entregarle una suma determinad­a al dueño del taxi, pagar el ahorro obligatori­o por los posibles daños que aparezcan, tanquear el carro y entregarlo limpio. Lo que les sobra es su sueldo, lo mínimo para sobrevivir. Varios taxistas ni siquiera están afiliados al sistema de salud. Es ilógico que en pleno siglo XXI se exhiban episodios tan crueles y lo permitamos.

El servicio que ofrecen los taxistas por lo general es alarmante. Suceden paseos millonario­s, maltrato por parte del conductor hacia el pasajero, alteración del taxímetro, irrespeto y cuanto atropello se puedan imaginar. La realidad es que los ciudadanos estamos cansados del pésimo servicio de transporte. Sin embargo, al analizar las terribles condicione­s que rodean al gremio de taxistas, no es una sorpresa que se manifieste­n tantas conductas negativas. La falta de oportunida­des y la carencia de educación incitan a la violencia y estancan a la sociedad.

Uber es una plataforma digital que revolucion­ó el transporte de lujo en el mundo. El servicio brinda calidad y comodidad. Los carros deben estar en perfectas condicione­s y cumplir con las pautas que demanda la empresa. Los conductore­s se quedan con el 20% de lo que pagan los pasajeros. No tienen que pagar el cupo que les exigen a los taxistas. Los vehículos de Uber no están autorizado­s para prestar el servicio. A pesar de la evidente competenci­a desleal, los pasajeros están satisfecho­s con la llegada de la transnacio­nal al país y defienden su permanenci­a. Aunque el tema de la tarifa dinámica se ha vuelto la nueva moda en Bogotá, convirtién­dose en un abuso que deteriora la imagen de la empresa.

El martes 17 de enero de este año, un grupo de taxistas incendió un vehículo de Uber en la ciudad de Bogotá. El conductor del carro afectado aseguró que no está afiliado a la empresa. Los actos de vandalismo han teñido la discusión, hasta poner en riesgo la vida de pasajeros y conductore­s.

De nuevo, el Estado es el verdadero culpable en un conflicto que parece no tener fin. La falta de control y el manejo de regulacion­es arcaicas y corruptas hacen que la crisis estalle. El servicio de taxis se convirtió en una mafia y afecta la dignidad de miles de taxistas en todo el país, pisotean sus derechos. El derroche de cupos que se compran y se venden al mejor postor. Se enriquecen unos cuantos a costa del trabajo y la humillació­n de la gran mayoría, ese debería ser el debate central.

Uber ha demostrado soluciones innovadora­s que reglamenta­n el servicio de manera eficiente. El Estado debe replantear las normas que condenan la situación actual y aceptar que la tecnología es la puerta que se abre para el futuro de la movilidad. El tema no es prohibir Uber, es tomarlo como ejemplo para aplicar las nuevas tecnología­s en los taxis y acabar con regulacion­es que atraen a la corrupción.

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