El Heraldo (Colombia)

Las historias detrás de las

máscaras de Carnaval

- Por Adriana Chica García

Desde los Cabildos negros de la colonial Cartagena llegó a Barranquil­la la tradición de sus máscaras de rituales, para así dar color y ‘espiritual­idad’ a las faenas animales que danzan cada año en Carnaval. Así lo describe Luis Carlos Asís al introducir su pequeño taller artesanal en Soledad, donde talla una historia de más de 140 años que se aferra a sobrevivir en sus manos, las del último artesano de máscaras de herencia barranquil­lera, dice él.

Su soledad se contrapone a 7 kilómetros de allí, en Galapa, donde familias enteras han transforma­do esas osadías esclavista­s de resistenci­a cultural y costumbres mokaná, para plasmar en creaciones artísticas la fauna de las planicies salvajes africanas que, a su vez, son representa­ciones del mundo espiritual indígena. A través de sus máscaras, ambos municipios del Atlántico le dan vida a un Carnaval tallado a mano.

“El patrimonio de la fiesta también está en su arte”, dice el artesano galapero José Llanos, y así lo impuso durante el bicentenar­io de la ciudad con la corona de rey Momo puesta, en 2013. No se equivocaba. Esa expresión del mestizaje multicultu­ral propio de la identidad barranquil­lera también se refleja en las formas asimétrica­s de las máscaras.

Aser Vega, investigad­or y asesor en Artesanías de Colombia, refiere que estas figuras animales elaboradas en maderas tienen sus orígenes en los rituales aborígenes y africanos que se integraron a las festividad­es europeas como una forma de resistenci­a ante la represión del imperio español. Tomaron forma en celebracio­nes de Cartagena, Santa Marta, Mom- pox, Valledupar y pueblos de las sabanas y ribereños del Magdalena.

A eso hace alusión Llanos, hace 42 años, con el ritmo en los pies y con los tocados de sus bailarines de Selva africana, la comparsa de tradición popular que inició en 1975 para traer la magia de África a las calles dicharache­ras de todo el Atlántico. Pero tiempo atrás otros líderes de danzas ya habían empezado la tradición en el barrio Rebolo de Barranquil­la. Su legado hoy perdura solo bajo la batuta de Luis Carlos Asís.

LEGADO VIVO DE REBOLO. Con el golpe del machete contra el suelo una fila de hombres con grandes turbantes de flores y espejos y una penca hasta los tobillos sigue una cuadrilla de animales que se mueven al son de los tambores. Esta danza guerrera recrea las tribus del Congo, África (de ahí su nombre): el vestuario es similar al de sus reyes y las máscaras hacían parte de sus rituales.

“Los líderes de la danza de Congo y de otras que tenían animales como la Burra mocha o Micos y micas de la Costa eran quienes hacían sus propias máscaras”, cuenta Asís desde el patio de su casa en el barrio Costa Hermosa, de Soledad, mien- tras moldea las orejas de una cabeza de burro con una espátula. Él les aprendió a esos grandes talladores de los grupos folclórico­s: Manuel Rocha, Atilano Suárez, Arturo De la Hoz, Mañe Herrera. Y estos, a su vez, sobreviven en las réplicas que Luis Carlos ha creado para preservar.

Sus manos se mueven con tal destreza que su experienci­a delata su edad pese al aspecto joven que conserva. Tiene 44 años y comenzó en el oficio con 15; cuando, en 1989, Artesanías de Colombia hizo un taller de máscaras talladas en madera para rescatar la tradición de esos líderes de danzas ubicados en Rebolo. Con su abuelo y padre de ebanistas no le fue difícil generar habilidad con las herramient­as.

Pero algo que no le daría esa “simple” destreza era conocer la historia que se escondía detrás de cada creación. El comienzo no estuvo entonces solo en el desarrollo de las habilidade­s, sino en investigar una tradición extranjera que se posó en Colombia como propia. Igual que la danza de Congo, las máscaras proceden del occidente de África, asociadas al totemismo del buey y a rituales de caza y cosecha.

“La recreación de estas piezas escultóric­as en madera sirvió a los afrodescen­dientes para poner en escena algunas prácticas culturales que, adaptadas a su nuevo entorno, aportaron elementos de memoria, resistenci­a y reconocimi­ento para su identidad amenazada”. Así lo explica Vega sentado en su casa de Barranquil­la, al mostrar las imitacione­s de Rebolo que creó Asís en sus primeros años de ya buen arte.

En esos intercambi­os culturales durante la época esclavista en América, la fauna de origen africano fue sustituida por los animales de la región: tigres, perros, burros, micos y chivos. Aunque fue el toro de los españoles la figura de mayor representa­ción en las danzas de Barranquil­la, a donde llegó la tradición a finales de 1874.

Desde entonces los primeros fundadores de grupos folclórico­s se tomaron la labor de recrear el arte como parte de su parafernal­ia estética. Pero de esos tiempos no queda madera alguna que haya sobrevivid­o al sudor de los bailarines, a los fuertes rayos de sol, a la humedad del ambiente y al guardado de los 362 días de no Carnaval.

Alfonso Fontalvo, director de la danza Torito Ribeño, fundada en 1878, custodia en su casa museo la máscara en madera más antigua que aún se mantiene intacta ante el consumo del tiempo; tiene los mismos años que el grupo: 139. “Es el símbolo que se traspasa de generación en generación entre cada director que toma el mando del grupo”, manifiesta el artesano, rey Momo 2005.

A él se lo pasó su padre, Marco Fontalvo, un año antes de su muerte, en 1970; junto al machete que –según cuenta– usó Elías Fontalvo en la Guerra de los Mil Días, de donde toma su origen la Batalla de Flores del Carnaval. Desde entonces Alfonso lleva 48 años al frente del grupo que hoy cuenta con 180 personas en sus filas y suma 35 Congos de Oro.

Esa máscara de torito, que lleva la historia de la danza tallada en su ‘piel’, conserva las caracterís­ticas más auténticas de esta artesanía. Su forma alargada y geométrica tiene una decoración abstracta de colores planos entre rojo, negro, verde, amarillo, azul y blanco, con rombos en la frente bordeados por puntos. Sus ojos y narices son protuberan­tes y los cachos son de res verdadera.

En Rebolo comenzó hace más de 140 años la creación de máscaras de madera, tradición de los esclavos de la colonia.

Fue diseñada por “un señor apellido Charris que era navegante, la hizo en el barrio La Loma, cuando Barranquil­la apenas se llamaba Barlovento”, cuenta Fontalvo. Es igual a las que usan los danzantes, pero en ellas cuelgan de los cachos unos sonajeros romboides de latón con cintas de satín.

“Las máscaras zoomorfas auténticas guardan un aspecto similar: tienen soles, rombos y espejos en la frente; mandíbulas articulada­s; utilizan materiales naturales como bigotes, dientes y orejas para reforzar la bravura del animal; en los colores planos predomina el amarillo, rojo, negro y blanco”, describe Vega.

Pero, quizás, el aspecto más distintivo de las creaciones de Rebolo está en los dos huecos ubicados en la frente por donde el bailador mira mientras desfila. “Estas máscaras no son decorativa­s ni son tocados como las de Galapa; son para usarlas, las danzas las llevan en cada presentaci­ón”, señala Asís todavía trabajando en su taller. En época de Carnaval la demanda aumenta y el grupo de empleados llega a 35.

El pasto donde acomoda la maquinaria y las herramient­as está lleno de pedazos de ceiba roja cortados en trozos. “Son los únicos árboles que sirven, porque la pintura se adhiere a ellos. Otros como el roble o el cedro son muy pesados para que los bailarines recorran una Vía 40 con ellos en pleno mediodía. Y pueden dar alergia”, aclara el artesano.

Los talladores antiguos usaban la madera que traía el río Magdalena por la deforestac­ión, usualmente el balso, que hoy es escaso en la región. Tal vez por ese desgaste al que se vio expuesto el material no perduraron en el tiempo. Pero esa misma condición le dio a Asís el método ideal para sus máscaras, una innovación que descubrió en un paseo.

En la finca vecina de un amigo conoció la técnica del ‘balseamien­to’ para aligerar el peso de la madera, que luego aplicó en la creación de sus máscaras. Consiste en sumergir en agua la máscara tallada durante un día, después del secado al sol el peso se aliviana en un 50%. “El líquido penetra los poros y saca la savia, cuando el agua se pone de color cerveza es hora de retirarla y ponerla al sol. El grosor se debilita y disminuye, así quedan más livianas, parece que fueran de papel maché”, explica el artesano. El proceso continúa puliendo las figuras con una lija, se aplica un sellador natural y se pintan con esmalte que le da un brillo propio y no deja las marcas de las pinceladas.

En esa última parte de la construcci­ón Asís demora aproximada­mente una hora y media para dejar lista una máscara, que cuesta alrededor de $250 mil. Lo hace ver fácil, pero es la práctica de años la que le ha dado la rapidez y la perfección. Y a pesar de que de este oficio ha vivido durante 28 años, otras personas no se animan a “hacerle competenci­a”.

“Sigo reinando solo en la creación de máscaras. Pero ya yo tengo todos los créditos, la idea es que el legado perdure después de mí, que se mantenga viva la tradición que empezaron hace años los talladores de Rebolo”, manifiesta. Así que su tarea se ha extendido más allá de la simple creación de máscaras, a la educación. Desde su fundación Manos transforma­doras dicta talleres gratuitos a la población del municipio, como lo intentó hacer sin éxito con los líderes de las danzas que llevan animales, los cuales en tiempos pasados superaban en número a los Congos. Actualment­e esa relación se ha invertido.

Por eso, Luis Carlos Asís planea lanzar en 2018 su propio grupo. Danza el Torito tradiciona­l de Simón Bolívar, se va a llamar. “Con ella pienso rescatar todos los animales perdidos, ya hasta tengo patrocinad­ores”, dice con la confianza de una pasión. Y aunque en Barranquil­la y Soledad no hay quien le siga los pasos, comparte el amor por las artesanías en un pueblo que le ha dado modernidad al oficio. GALAPA, UNA DIVERSA MODERNIDAD. A unos 40 minutos de Barranquil­la por la Vía Cordialida­d, el municipio de Galapa respira el mismo aire carnavaler­o todo el año. Hoy sus calles están vestidas de cintas de colores, de personajes de icopor y de ventas ambulantes para también llevar la fiesta puesta. Pero algunas fachadas pintadas con alusión a la fiesta permanecen así en estas y otras épocas.

En su interior se extiende una ‘cuna’ de animales salvajes, que además de los traídos de los Cabildos negros en Cartagena, están formados por jirafas, caimanes, cebras, alces y otros más que llegan desde la selva africana. O por lo menos la que llevan en su imaginació­n –por las revistas y la televisión– los artesanos que les dan vida: Manuel Pertuz, Francisco Padilla, Luis Alberto Pertuz, Abraham Berdugo y José Llanos son algunos de ellos.

Del encuentro de saberes en la América colonial, Galapa se quedó con la convivenci­a del hombre y la naturaleza, que con máscaras reflejaban ese mundo visual y espiritual. Hoy, además, lo llevan en llaveros, morteros, vasos, sacacorcho­s, separadore­s de libros, portalápic­es y demás accesorios, como los que tiene a la venta la tienda Artesanías Congo Real, propiedad de Luis Alberto Pertuz.

Después de más de 10 años elaborando artesanías, Pertuz fundó en el año 2000 la microempre­sa de la que sostiene a su familia. Cuando a los 7 años observaba curioso el trabajo de los viejos artesanos no imaginaba que su vida giraría en torno a eso, aunque la creación le generaba gran interés.

“Me animé a hacer las primeras máscaras en el colegio, con algunas lecciones de mi padre Miguel, quien también tallaba. Cortábamos nuestra propia madera en una finca que teníamos. El torito fue la primera que hice, ahora tengo una colección de más de 25 figuras”, cuenta desde la parte trasera de la tienda, donde está ubicado el taller en el que les da trabajo a 15 personas que él mismo capacitó.

Al día cada empleado elabora de 10 a 15 figuras. Las máscaras tienen unas caracterís­ticas diferentes a las autóctonas de Rebolo. “La gente nos pedía algo diferente, era lo que se vendía. Así que sin perder la tradición se hacen algunas modificaci­ones. Tengo personal que verifica su calidad”, señala Pertuz.

Sus creaciones son más decorativa­s, pero Galapa también aporta su arte a los desfiles del Carnaval. Para ello quien trajo la fauna completa fue José Llanos, con alrededor de 50 años en la labor artesanal. Su técnica es en papel maché, así crea los tocados que llevan puestos los bailadores de su comparsa, que cada año renueva el vistoso vestuario que se roba las miradas del público.

Capas y capas de papel se pegan en un molde de icopor preelabora­do, que cuando se secan los pliegues son destruidos. Con la textura dura, se lijan hasta quedar lisos pa- ra luego pintarlos con acrílicos de forma que el aspecto del animal luzca lo más real posible.

Poresearte,José fue nombrado rey Momo en el bicentenar­io de Barranquil­la, convirtién­dose en el primer artesano en portar el título. Además fue galardonad­o con la Medalla a la maestría artesanal, en 2003. Viajó por el mundo a enseñar sus creaciones; les dio estudios a sus hijos y el ejemplo de la disciplina.

El mayor, Luis Demetrio Llanos, de 33 años, decidió seguirle los pasos de forma profesiona­l. Se inscribió en el programa de Artes Plásticas de la Universida­d del Atlántico, y aunque en su momento no pudo culminar la carrera, hoy prepara su tesis para recibir grado el próximo año.

“Estudiar en Bellas Artes me abrió mucho la mente, conocí muchas cosas que nunca había visto y me enseñaron la teoría del porqué uno hace lo que hace. Así pude perfeccion­ar mis creaciones e innovar en ellas, sin imitar otras pero guardando las tradicione­s”, dice el joven. Él fue el artífice de la dorada máscara de torito con incrustaci­ones de conos que la actual reina del Carnaval, Stephanie Mendoza, le regaló al presidente Juan Manuel Santos para invitarlo a la fiesta.

Además, se dedicó a las figuras de madera que danzan desde otros tiempos gloriosos en el Carnaval de Barranquil­la, pero las personaliz­ó. Lo que algunos le quitaron para dar calidad, Luis Demetrio las volvió a agregar: formas geométrica­s y pinceladas marcadas. Para él es una fusión entre lo que se hace en Galapa y lo que se hizo en Rebolo.

Mientras que las máscaras de Galapa recibieron en 2016 la aprobación de un Plan Especial de Salvaguard­a (PES) por parte del Ministerio de Cultura, las de Rebolo se niegan a la extinción con el afán férreo de Luis Carlos Asís de no dejarlas en el olvido. Con talleres y libros de memoria Artesanías de Colombia y Carnaval S.A. lo ayudan en la tarea de su pasión.

Lo cierto, por el momento, es que tanto Galapa como Soledad llevarán su arte a las filas carnestole­ndas que inician el próximo sábado 25 de febrero. En medio del gozo del público y entre sus aplausos, en los danzantes que las portan no habrá diferencia que valga, el color y la magia que transmiten las máscaras se mantendrán intactas como lo hacían en las tierras que habitaron antes de llegar a Barranquil­la por el río Magdalena.

Las figuras escultóric­as proceden del occidente de África, asociadas al totemismo y a rituales de caza y cosecha. Mientras en Barranquil­la luchan por mantener el legado, en Galapa estas artesanías tienen un PES aprobado por Mincultura.

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Desde su taller en Soledad, Luis Carlos Asís talla en madera una máscara de burro.
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FOTOS CÉSAR BOLÍVAR En su casa-museo Alfonso Fontalvo, director de la danza Torito Ribeño y rey Momo 2005, sostiene la máscara de madera más antigua que existe: tiene 139 años, el mismo tiempo que su grupo folclórico.
 ??  ?? Luis Carlos Asís muestra parte de sus creaciones.
Luis Carlos Asís muestra parte de sus creaciones.
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 ??  ?? Luis Alberto Pertuz trabaja en la creación de figuras de madera en el taller ubicado en la parte trasera de su tienda Artesanías Congo Real, en Galapa.
Luis Alberto Pertuz trabaja en la creación de figuras de madera en el taller ubicado en la parte trasera de su tienda Artesanías Congo Real, en Galapa.
 ??  ?? Padre e hijo, José Llanos y Luis Demetrio, trabajan juntos en la taller de la sede de la comparsa de tradición popular Selva Africana, fundada en 1975.
Padre e hijo, José Llanos y Luis Demetrio, trabajan juntos en la taller de la sede de la comparsa de tradición popular Selva Africana, fundada en 1975.
 ??  ?? Luis Pertuz con una máscara lista y otra por terminar en su tienda Artesanías Congo Real, en Galapa.
Luis Pertuz con una máscara lista y otra por terminar en su tienda Artesanías Congo Real, en Galapa.
 ??  ?? Luis Llanos y su padre José, rey Momo 2013, sostienen máscaras de madera y papel maché, respectiva­mente.
Luis Llanos y su padre José, rey Momo 2013, sostienen máscaras de madera y papel maché, respectiva­mente.

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