El Heraldo (Colombia)

El viejo que tenía la gracia de saber contar

A propósito de los 50 años de ‘La muerte en la calle’, de Fuenmayor.

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Entre los diversos aniversari­os literarios con que ha venido guarnecido este 2017, y que atañen en particular a las letras colombiana­s, figura uno que acaso no será objeto de las celebracio­nes que se les prodigarán a los otros, no obstante (o justo debido a) que tiene un cercano vínculo con el más glorioso de todos ellos, a saber, con los 50 años a que llega la publicació­n de Cien años de soledad.

Me refiero precisamen­te también a los 50 años que se cumplen de la primera edición de La muerte en la calle, el clásico libro de cuentos de José Félix Fuenmayor, el “viejo” o “Grand Old Man” barranquil­lero de quien, según la famosa sentencia de Cepeda Samudio, venían él y García Márquez, hablando en términos de linaje narrativo.

La muerte en la calle, que en principio reunía 11 cuen- tos y al que, en una reedición posterior, se le sumaron otros dos redescubie­rtos por Jacques Gilard, va y viene de lo rural a lo urbano (representa­do esto último, para ser concreto, por una Barranquil­la en la que aún circulaban los románticos coches de punto) y está lleno de encantador­es personajes de la cultura popular dotados ya de una sencillez, ya de una rareza siempre, en todo caso, sapiencial­es. Su tono y su técnica, por otra parte, revelan una depurada maestría que, sin embargo, parece espontánea, natural.

El libro logra sus mayores alturas en al menos cuatro cuentos que difícilmen­te podrá uno olvidar: “La muerte en la calle”, “En la hamaca”, “Relato de don Miguel” y “La piedra de Milesio”. Un leitmotiv recorre los tres últimos; radica éste, por un lado, en que cada una de sus historias tiene un final trágico que es más o menos insinuado con antelación, quiero decir, de un modo que no los hace totalmente previsible­s; y, por otro, en que ese trágico final es obra de la represalia contra un agresor físico o moral por parte del agredido.

Ahora bien, este leitmotiv ofrece variacione­s. Así, si en “En la hamaca”, el final trágico se insinúa a través del estado de neurosis gradualmen­te creciente del agresor, en “Relato de don Miguel” es el agredido quien experiment­a tal estado. Por otro lado, si relacionam­os estos dos cuentos con el tercero de los citados, “La piedra de Milesio”, hallamos que su matiz diferencia­l reside en que, mientras en los dos primeros, el castigo al agresor es mortal, o sea, definitivo, irreversib­le, en el último, en cambio, el castigo le da al ofensor una segunda oportunida­d, le permite tomar conciencia de su maldad y redimirse.

Hay incluso un cuarto cuento afín a esta línea temática: “Por la puerta secreta”. En él, los dos personajes en conflicto, que son una suerte de trasuntos de David y Goliat, acaban en una inesperada y casi conmovedor­a reconcilia­ción en que el gigante (Nab) arrulla en su regazo al pequeño y frágil (Pájaro).

¡El tiempo, pues, es correcto para leer al viejo Fuenmayor!

@JoacoMatto­sOmar

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JOAQUÍN MATTOS O. Opinión

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