Planeación
La inversión en obras públicas en nuestra ciudad merece reconocimiento. Luego de mucho tiempo de inacción, hemos presenciado en los últimos años una considerable dinámica en diferentes frentes de nuestra todavía precaria infraestructura, lo que nos permite suponer que si mantenemos la constancia lograremos por fin suplir significativamente algunas de nuestras necesidades más apremiantes. Las intervenciones que son más visibles y que impactan más la cotidianidad de la ciudad se relacionan con las adecuaciones a las vías urbanas, siendo lo más importante el enorme esfuerzo por canalizar los arroyos y, más recientemente, la masiva campaña por reparar el sinnúmero de huecos que plagan varios sectores de Barranquilla. Todos estos proyectos mejorarán nuestra calidad de vida, de eso no hay duda, sin embargo queda la sensación de que con algo más de cuidado en su planeación, también hubiese sido posible ahorrarnos tiempo e incomodidades a todos los barranquilleros durante su ejecución.
No es prudente protestar porque se repare una vía, de hecho en muchos casos es precisamente el deterioro del pavimento uno de los mayores generadores de problemas de movilidad, al obligar reducciones intempestivas de velocidad o maniobras arriesgadas para evitar los baches. Lo que resulta exasperante es que algunos trabajos parecen acometerse sin tener en cuenta el contexto general de la ciudad, como si cada proyecto fuese independiente y no se considerara la afectación que el conjunto de obras puede ocasionar.
La canalización del arroyo de la calle 76 es muy importante y hay que celebrar que por fin se lleva a cabo, pero para nadie podía ser un misterio que la intervención de esa vía iba a ocasionar serios contratiempos de tráfico, varios de los cuales lograrían alcanzar sectores que se encuentran relativamente alejados del frente de trabajo. En ese escenario era aconsejable evitar una conjunción de proyectos similares, de tal forma que se disminuyeran los efectos de la obra principal y que las molestias fuesen más soportables. Por eso no se comprende que al mismo tiempo que se cierra al tráfico un tramo de la calle 76 se ejecuten reparaciones de vías en otras zonas afectadas, generando verdaderos nudos gordianos en las horas de mayor flujo vehicular. Si a esto le sumamos la falta de señalización adecuada, las tradicionales imprudencias de los conductores y la cercanía de nuestro Carnaval, que motiva un mayor uso de las vías y la restricción de una calzada en la vía 40, el resultado es una movilidad supremamente impactada y un complicado reto a la paciencia y a la tolerancia de los ciudadanos.
Todo esto podría mitigarse en buena medida mediante un juicioso ejercicio de planeación, un cronograma real de intervenciones que tuviese en cuenta a toda la ciudad, con sus impactos medidos y valorados. Creo que todavía se puede lograr, dado que aún la obra de la calle 76 está en sus etapas iniciales. Esperemos que estos momentos de incomodidad motiven un replanteo de los trabajos; ojalá aprendamos de nuestros errores.