El Heraldo (Colombia)

‘Champetúo’

- Por Haroldo Martínez

Yo voy 2 de 2, Guacherna y Carnaval de los Niños, los dos muy buenos espectácul­os desde las perspectiv­as visual, sonora y, sobre todo, organizati­va. Subrayo lo organizaci­onal porque había faltado algunos años a estos desfiles de las festividad­es de Carnaval por estar mamado del desorden, el enredo, los baches, la incomodida­d, en especial en la Guacherna. Debo decir que, como espectador, esto es lo más importante para gozar el evento, pues, la comodidad del orden y la continuida­d del espectácul­o suman para que todo se vea mejor. Esa fue la sensación agradable que tuve y fantaseé con que estos serían unos carnavales bacanos desde esos puntos de vista.

Debo reconocer, quizás por el sitio en que estaba ubicado, que sentí aliviarme un poco de la paranoia permanente en la que ando en vista de lo que se ve y se oye acerca de la frecuencia de asaltos que se presentan en este momento en la ciudad. No es ninguna metáfora decir que no hay sitio de la ciudad que se salve de la acción de los delincuent­es: farmacias, funerarias, joyerías, panaderías, restaurant­es, bancos, pizzerías, verbenas, parqueader­os, todo aquello que produzca dinero es vulnerable de ser atacado y con altas probabilid­ades de éxito para los atracadore­s.

Es barro tener que ponerse a pensar en plenas carnestole­ndas en una estrategia para llegar o salir de un concierto, acordar con varios amigos para ir en combo a un bailadero –como si eso sirviera para algo a la hora de enfrentar individuos armados–, o desconfiar de cualquier disfrazado que se nos acerque.

Infortunad­amente, es el ambiente que se percibe en la ciudad en precarnava­l: ‘champetúo’. Lo cual, vale la pena recordar, hace referencia en sus orígenes a una especie de machetilla, llamada champeta, que se utiliza de preferenci­a en las plazas de mercado y en el área rural del departamen­to de Bolívar como instrument­o de trabajo, pero se convirtió en arma blanca mediana con la que se armaban los asistentes a las casetas y verbenas que terminaban en trifulcas, heridos y hasta muertos.

Que se haya convertido en un fenómeno musical es otra cosa. La música tiene el poder de anestesiar nuestra memoria y nuestro dolor para mostrarnos la realidad de otra manera. Es paradójico que el éxito del Carnaval sea una canción llamada Champetúa, que ha arrastrado a todos en su coro y ha puesto a más de un patuleco frente al televisor a practicar los pasos. Es la música de fondo de un teatro del absurdo que solo se da en carnavales, donde hay licencia para desconecta­rse de la rutina de los otros 361 días que están ‘champetiza­dos’, en sentido original, es decir, proclives a la violencia.

Debemos ser inteligent­es para ir a carnavalea­r porque con tanta champeta en la calle, vale la pena ser prevenidos, debemos cuidarnos entre todos y mantener siempre la atención en las 3 reglas básicas de la seguridad: no dar papaya, no dar papaya, no dar papaya.

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